domingo, 8 de febrero de 2009

Historicismo bien entendido con Minkowski
















Marc Minkowski y Les Musiciens du Louvre han enriquecido con aires nuevos las partituras del Barroco germánico (Haendel y -ahora- Bach), el aristocrático y majestuoso repertorio versallesco de Lully y Rameau y, además, han conseguido llegar a Mozart y pasar a reivindicar el lugar que le corresponde a la opereta francesa de Jacques Offenbach.


Con motivo de su visita española, el fagotista transformado en director, ofreció la patriótica y zarista Obertura 1812, de Piotr Ilich Chaikovski, las ilustrativas Danzas sinfónicas de West Side Story, de Leonard Bernstein y la estremecedora Sinfonía nº3, de Henryck Mikolaj Górecki.


"¿Dónde ubicarías el cañón?", me pregunta el maestro, "¿detrás de los segundos violines o del piano?". Al final, Minkowski optó por la que resultó ser la mejor solución, tras el piano.


Las explicaciones del sonriente y animado Minkowski dieron inicio a una mañana dominical (8 de febrero) que comenzó con la pieza descriptiva de Chaikovski, con su inicio chelístico sereno y su desarrollo en ascendente melodía. Los ritadandos que daban pie al danzable trépak añadían un aporte colorista e incisivo a la partitura. Cada frase orquestal parecía perfectamente delimitada y definida por el barroquista director. La Marsellesa, poco chovinista en este caso, se entrelazaba con los ritmos rusos para finalizar con unas perceptibles dosis de campanadas y cañonazos. Napoleón hubo de retirarse. La cuerda no perdió el lirismo a una vertiginosa velocidad. Los "chicos del metal" estuvieron comedidos, pero refinados y vibrantes. La madera coordinada y en perfecta armonía y la percusión colosal.


La suite de Danzas sinfónicas de West Side Story, representa algunas de las secciones del musical llevado a la gran pantalla, con chasquitos de dedos y grito de Mambo al unísono, incluidos. Así, podemos imaginarnos sin letra las idas y venidas de este Romeo y Julieta moderno de la zona oeste neoyorquina, al son de los bailes y peleas mortíferas de los Jets (americanos) contra los Sharks (puertorriqueños). La Orquesta Nacional supo captar el sabor de Broadway desde la primera nota, con un sonido potente y contrastado. Las escenas de amor se dan cita junto a las de baile y las de pelea callejera. Los aplausos impulsivos de una parte importante del público hicieron que Tony muriese antes del llanto desconsolado de María. Se perdió por un instante la magia, aunque el sentido global de la obra quedase hilbanado a las mil maravillas. Algún descuido de las trompetas no hicieron mella en una de las partituras más universales. Minkowski, en su linea de interacción con el público, le hizo partícipe aunándole a gritar: ¡Mambo!.


Los horrores del genocidio nauseabundo y deplorable de la reciente historia del nazismo, dieron lugar en Polonia a una de las masacres más atroces jamás contadas. Con motivo de las escalofriantes vivencias acontecidas en territorio polaco, el compositor y ciudadano de nuestro tiempo Henrick Mikolaj Górecki compuso lo que podríamos traducir como Sinfonía de las canciones de lamento.



A propósito de la sobrecogedora Sinfonía nº3, de Górecki, de su humanismo y su protesta en contra del terror nazi, me gustaría plasmar a continuación unas palabras de su autor: "Muchos de mis familiares murieron en campos de concentración. Tuve un abuelo que estuvo en Dachau y un tío en Auschwitz. Usted sabe las distancias que existen entre alemanes y polacos. Pero Bach fue un alemán también—y Schubert y Strauss-. Todos tienen un lugar en este pequeño mundo. Todo ello queda tras de mi. Pero la Tercera Sinfonía no trata acerca de la Guerra. No es un Dies Irae, es una sinfonía normal de canciones del sufrimiento (lamento)".



Desde el primer movimiento que entona la cuerda de los contrabajos a modo de canon, la orquesta cordófona se irá incrementando sostenida sobre unas cuantas notas musicales. El movimiento pendular, da paso a la voz aguda y penetrante de la soprano ucraniana Olga Pasichnyk. Esta segunda parte del concierto poco tiene que ver con la anterior. Aquí el dolor y el concepto de recogimiento humano y religioso adquieren formas de notas musicales. Las Canciones de Lysa Góra, de la segunda mitad del siglo XV, dan lugar al lacrimógeno segundo movimiento. La sede de la Gestapo en la región de Zakopane retuvo a Helena Wanda Blazusiakówna, de dieciocho años de edad, desde el 25 de septiembre de 1944. Su celda, la número 3, fue testigo del texto que ilustraba Blazusiakówna y que -ahora- traduce clamándolo Pasichnyk. "Madre, no llores, no, la más pura Reina de los Cielos, apóyame siempre. Dios te salve María, llena eres de gracia". Tras el cénit de la obra sinfónica, en el que la niña pide refugio desde su foro interior, el tono folclórico de la región de Opole nutre el último de los tiempos, con el recuerdo que una madre tiene de su hijo.



Górecki simboliza aquello por lo que Polonia es sinónimo de creación en el presente y en el futuro y, a su vez, una recreación de su pasado. Por eso, autores como el universal Chopin y el redescubierto Szymanowski -por Wit y Rattle- comparten patria con las generaciones de los Lutoslawski y Penderecki.



Intenso concierto con bastantes momentos álgidos, con un maestro que mantiene aquello de ser un "todoterreno" y como él suele decir, "un especialista de la no especilización".

3 comentarios:

Bartolomé dijo...

Gracias Jaime, tus comentarios no ayudan a disfrutar la música

Anónimo dijo...

Hola Jaime

Espléndida tu crítica. No es sólo una crítica musical, es una crónica de una mañana de domingo en el Auditorio que, al menos yo, disfruté a fondo.
Todo el ambiente está perfectamente descrito, o al menos en total sintonía con lo que yo viví.
Minkowski estuvo realmente encantador, sin vestigios de esa rigidez que algunos genios y virtuosos nos transmiten a veces (véase, en mi opinión, el reciente recital de Leonskaja)
Sus introducciones a cada una de las obras es algo infrecuente en España, no sé si será por cuestiones idiomáticas, pero debería potenciarse.
Oir la 1812 en concierto es una gozada, no estás obligado a bajar el volumen para no molestar a los vecinos. Ya sé que se tilda la obra de grandilocuente, puede ser. Pero El amigo Tchaikovsky para mi es una debilidad. Bernstein es otro ejemplo de que la llamada música clásica no tiene porqué encorsetarse o encasillarse y en cuanto a Gorecki, también es una obra bastante denostada. Me imagino que será porque música contemporánea, o vanguardia, está reñida con el éxito de ventas, por muy rocambolesco e inexplicable que éste sea.
Has descrito la obra perfectamente, es sobrecogedora.
El canon inicial, los cantos... Al principio pensé que echaría de menos a Dawn Upshaw, pero no, Olga (no recuerdo su apellido impronunciable)estuvo conmovedora. Transmitió perfectamente esa especie de dolor eslavo ancestral.
En fin, un concierto magnífico.

Muchas gracias por tu crítica.

Un abrazo

Javier Vassallo

Jaime Arroyo Moya dijo...

Gracias, como siempre a nuestro wagneriano Javier Vassallo y sus gratificantes comentarios.

Espero que a Bartolomé mis comentarios sí le ayuden a disfrutar de la música clásica y que su "no ayudan" sea sólo un error tipográfico. Aún así, hágamelo saber. Nadie es perfecto.

Saludos!