lunes, 27 de enero de 2020

Yuri Temirkanov y la Filarmónica de San Petersburgo recuerdan a Mariss Jansons



Yuri Temirkanov, Behzod Abduraimov y la Filarmónica de San Petersburgo (Foto: Rafa Martín)

Estaba previsto que para los días 21 y 23 de enero de 2020, acudieran a su cita con Ibermúsica, en el madrileño Auditorio Nacional de Música,  la Orquesta de la Radio de Baviera y el maestro Mariss Jansons, en un programa nutrido por obras de Beethoven, Chaikovski y Brahms. No pudo ser debido al fallecimiento del estupendo maestro letón, hijo del genial Arvid Jansons y muy vinculado con la Filarmónica de San Petersburgo. Los rusos acompañados por el que es su titular desde 1988, Yuri Temirkanov, homenajearon con sobrada entrega la ejemplaridad del difunto Jansons.

La primera de las citas de Ibermúsica, contó con el capacitado y virtuoso pianista uzbeko, Behzod Abduraimov, a quien había tenido el placer de escuchar con anterioridad en el Concertgebouw holandés, para enfrentarse con garbo al Concierto para piano y orquesta número 1 de Piotr Ílich Chaikovski. La conexión establecida entre el veterano octogenario a la batuta y el joven intérprete fluyó a las mil maravillas. Los metales sonaron punzantes, la cuerda estuvo empastada y el piano sonó impetuoso.


Al maestro Temirkanov estamos acostumbrados a verle “dibujar” una paleta de sonidos a través de lo que han sido denominadas como sus “diez batutas” pero que en esta ocasión notamos algo más comedido y reposado desde su podio. Destacaron gracias a lo gráfico de su gesto, buenas entradas instrumentales, hubo un seguimiento claro del fraseo y flotó en el Auditorio una idea mágica del rubato perfilada por sus reconocidas manos.

La Cuarta Sinfonía de Johannes Brahms viene definida por Claude Rostand como una obra de otoño, de marcado estilo clásico y con algunos acentos que le acercan a su amigo Antonín Dvorák. La visión de Temirkanov fue algo más hermética y no tan fluida como en la anterior obra. Aún así, destacaron las cuerdas junto a una sección de madera compuesta por unas flautas, unos clarinetes, unos oboes y unos fagots dignos de resaltar. La Cuarta Sinfonía de Brahms estuvo muy bien estructurada y después de un enfático aplauso global se ofreció como propina Nímrod, de las Variaciones Enigma de Elgar. Fue una estupenda velada.

Para el jueves 23 de enero, los rusos y el uzbeko nos ofrecieron una versión del Concierto para piano y orquesta número  1 de Ludwig van Beethoven, aprovechando que estamos en su aniversario este 2020. La comunicación entre Temirkanov y Abduraimov volvió a darse, con un equilibrio total entre las secciones y los trinos del piano. Beethoven anticipa aquí algunos de los ritmos sincopados del jazz mediante una presencia genial del instrumento solista y con la fabulosa intervención del oboe. En el segundo movimiento, la cuerda permaneció suspendida para resaltar el diálogo entre oboe y clarinete. Abduraimov es poco amigo del exceso de uso de pedal y articuló muy bien el sonido, con unos contrabajos potentes de fondo y el pizzicato final.
El Rondó, del último movimiento, parecía establecer un juego haydniano en el que los graves y agudos corrían por doquier, con virtuosismo y rigor a partes iguales.

Chaikovski es uno de los compositores que uno asocia con la Filarmónica de San Petersburgo desde los tiempos de Evgueni Mravinski cuando esta ciudad se llamaba Leningrado. La Cuarta Sinfonía fue la elegida para poner un broche de oro a estos conciertos-tributo a otro grande como ha sido Mariss Jansons, que fue asistente del propio Mravinski y le sustituyó al final de sus días.


Tanto en el primero como en el último de los movimientos, el metal está presente como un elemento de ruptura con el mundo y de choque entre el pasado y el presente. El segundo de los tiempos es un deleite para los sentidos con una cuerda que se lució en todo momento y unas maderas preciosas. Los pizzicatos del tercer movimiento estuvieron acertados y siempre coordinados y desembocaron, sin pausa, en el explosivo Finale. Un Chaikovski temperamental y brioso inundó la Sala Sinfónica del Auditorio para terminar con una propina, a modo de agradecimiento, con otro Elgar. En este caso, sonó el romántico Salut d’amour. Bravo.