martes, 18 de febrero de 2020

La Orquesta Sinfónica de Bamberg habla checo

El director titular de la Orquesta Sinfónica de Bamberg, Jakub Hrůša

Ibermúsica planteó, para los conciertos de los pasados 12 y 13 de febrero, dos eventos con sabor eslavo y obras concertantes y sinfónicas. El titular de la Orquesta Sinfónica de Bamberg (desde 2016), Jakub Hrůša, hereda el estilo del recordado profesor Jiří Bělohlávek, creador de la Prague Philharmonia, y se declara un admirador de Leonard Bernstein.

Para el primero de los días, Hrůša y los bávaros ofrecieron el menos habitual Concierto para violín y orquesta de Antonín Dvorák, invitando como solista a la germana Julia Fischer. Esta pieza, de gran envergadura, poseedora de un estilo de aromas bohemios y estructura brahmsiana, tuvo en la amplia sección de cuerda de los de Bamberg a unos estupendos interlocutores. La muniquesa Julia Fischer, maneja el arco con amplitud y frasea con soltura, no suele excederse en el vibrato y resulta directa en los ataques. Las maderas fueron equilibradas, de un sonido homogéneo pero poco envolvente y los metales resultaron vibrantes y empastados. Los violonchelos y contrabajos otorgaron un apoyo fantástico a la partitura. Tras los merecidos aplausos hacia la orquesta, el director y la intérprete, Fischer nos regaló un Capricho de Paganini. Suele tocar con un Guadagnini de 1742 y un Phillipp Augustin de 2018.


La segunda parte, complemento a lo escuchado anteriormente, fue nada menos que la Sinfonía número 1 de Johannes Brahms. Ludwig van Beethoven está presente a lo largo de esta composición. La agrupación sonó robusta, con dinámicas marcadas y atentos todos ellos al gesto amplio del director moravo, en esa fabulosa idea de fusionar lo eslavo y lo germánico. Fluyeron de manera espontánea sin que nada pareciera fruto del azar, escuchándose hasta la clarísima melodía del contrafagot. Se sostuvo el tempo, apoyado por la melancolía del oboe o el sonido de la trompa que nos evoca a Clara Schumann.


Debemos recordar que la Sinfónica de Bamberg se crea en 1946 con músicos alemanes de Checoslovaquia que fueron miembros de la Orquesta Filarmónica Alemana de Praga. Entre otras importantes batutas, tuvo al wagneriano Joseph Keilberth (que da nombre a su Sala) o al experto en Max Reger, Horst Stein. Junto al británico Jonathan Nott, ha producido buenas grabaciones para el sello TUDOR y Hrůša, promete seguir con ese legado.

El segundo de los eventos tuvo tres importantes composiciones: la Obertura Egmont de Ludwig van Beethoven, el Concierto para violonchelo y orquesta número 1 de Camille Saint-Saëns y la Séptima Sinfonía de Antonín Dvorák. Volvió a resaltar la unidad de la cuerda, sumada al conjunto, con alguna entrada algo menos afinada pero sin estridencias. Cuando escucho el Concierto para violonchelo y orquesta número 1 de Saint-Saëns, pienso ineludiblemente en Mstislav Rostropóvich, Carlo María Giulini y la Filarmónica de Londres desde el Henry Wood Hall.

La violonchelista argentina Sol Gabetta, proviene de una importante saga musical de la que cabe destacar su hermano Andrés, un reputado violinista junto al que creó la Cappella Gabetta. Además, ella interpreta con un Matteo Goffriller de 1730 y es profesora de la Academia Musical de Basilea. Su visión del Concierto para violonchelo fue de menos a más, interpretando con mayor cuerpo y carácter a medida que la obra iba evolucionando.


El Allegreto con moto se presentó delicado y preciso, llegó Gabetta a las notas más agudas sin complicaciones y destacó por su expresividad. Supo compensar a su entregado público con una obra de Peteris Vasks que fusionaba la voz humana y la interpretación instrumental.

Como Jakub Hrůša y Antonín Dvorák podría decirse que son uno mismo, no le hizo falta la partitura para deleitarnos con su Séptima Sinfonía y destacar sus bellos y temperamentales pasajes, ni acentuar los ritmos bohemios. En el inicio del primer movimiento supo mantener el pulso de la cuerda, se sumaron a estos las maderas y metales en equilibrio y se perfilaron las líneas melódicas.  La solista de flauta se merecía un diez. Se pasó de los fortes a los pianísimos sin problemas. El segundo movimiento destacó por el uso del pizzicato, el tiempo parecía suspenderse calmado y los arcos fueron dando muestras de estar en plenas facultades. Los timbales marcaron ecos wagnerianos. Para el tercer tiempo se impuso lo festivo y el último movimiento inicia dramático y concluye apoteósico, entre lo folclórico y lo marcial.


Háganme un favor y vayan a la encantadora ciudad de Bamberg…



lunes, 27 de enero de 2020

Yuri Temirkanov y la Filarmónica de San Petersburgo recuerdan a Mariss Jansons



Yuri Temirkanov, Behzod Abduraimov y la Filarmónica de San Petersburgo (Foto: Rafa Martín)

Estaba previsto que para los días 21 y 23 de enero de 2020, acudieran a su cita con Ibermúsica, en el madrileño Auditorio Nacional de Música,  la Orquesta de la Radio de Baviera y el maestro Mariss Jansons, en un programa nutrido por obras de Beethoven, Chaikovski y Brahms. No pudo ser debido al fallecimiento del estupendo maestro letón, hijo del genial Arvid Jansons y muy vinculado con la Filarmónica de San Petersburgo. Los rusos acompañados por el que es su titular desde 1988, Yuri Temirkanov, homenajearon con sobrada entrega la ejemplaridad del difunto Jansons.

La primera de las citas de Ibermúsica, contó con el capacitado y virtuoso pianista uzbeko, Behzod Abduraimov, a quien había tenido el placer de escuchar con anterioridad en el Concertgebouw holandés, para enfrentarse con garbo al Concierto para piano y orquesta número 1 de Piotr Ílich Chaikovski. La conexión establecida entre el veterano octogenario a la batuta y el joven intérprete fluyó a las mil maravillas. Los metales sonaron punzantes, la cuerda estuvo empastada y el piano sonó impetuoso.


Al maestro Temirkanov estamos acostumbrados a verle “dibujar” una paleta de sonidos a través de lo que han sido denominadas como sus “diez batutas” pero que en esta ocasión notamos algo más comedido y reposado desde su podio. Destacaron gracias a lo gráfico de su gesto, buenas entradas instrumentales, hubo un seguimiento claro del fraseo y flotó en el Auditorio una idea mágica del rubato perfilada por sus reconocidas manos.

La Cuarta Sinfonía de Johannes Brahms viene definida por Claude Rostand como una obra de otoño, de marcado estilo clásico y con algunos acentos que le acercan a su amigo Antonín Dvorák. La visión de Temirkanov fue algo más hermética y no tan fluida como en la anterior obra. Aún así, destacaron las cuerdas junto a una sección de madera compuesta por unas flautas, unos clarinetes, unos oboes y unos fagots dignos de resaltar. La Cuarta Sinfonía de Brahms estuvo muy bien estructurada y después de un enfático aplauso global se ofreció como propina Nímrod, de las Variaciones Enigma de Elgar. Fue una estupenda velada.

Para el jueves 23 de enero, los rusos y el uzbeko nos ofrecieron una versión del Concierto para piano y orquesta número  1 de Ludwig van Beethoven, aprovechando que estamos en su aniversario este 2020. La comunicación entre Temirkanov y Abduraimov volvió a darse, con un equilibrio total entre las secciones y los trinos del piano. Beethoven anticipa aquí algunos de los ritmos sincopados del jazz mediante una presencia genial del instrumento solista y con la fabulosa intervención del oboe. En el segundo movimiento, la cuerda permaneció suspendida para resaltar el diálogo entre oboe y clarinete. Abduraimov es poco amigo del exceso de uso de pedal y articuló muy bien el sonido, con unos contrabajos potentes de fondo y el pizzicato final.
El Rondó, del último movimiento, parecía establecer un juego haydniano en el que los graves y agudos corrían por doquier, con virtuosismo y rigor a partes iguales.

Chaikovski es uno de los compositores que uno asocia con la Filarmónica de San Petersburgo desde los tiempos de Evgueni Mravinski cuando esta ciudad se llamaba Leningrado. La Cuarta Sinfonía fue la elegida para poner un broche de oro a estos conciertos-tributo a otro grande como ha sido Mariss Jansons, que fue asistente del propio Mravinski y le sustituyó al final de sus días.


Tanto en el primero como en el último de los movimientos, el metal está presente como un elemento de ruptura con el mundo y de choque entre el pasado y el presente. El segundo de los tiempos es un deleite para los sentidos con una cuerda que se lució en todo momento y unas maderas preciosas. Los pizzicatos del tercer movimiento estuvieron acertados y siempre coordinados y desembocaron, sin pausa, en el explosivo Finale. Un Chaikovski temperamental y brioso inundó la Sala Sinfónica del Auditorio para terminar con una propina, a modo de agradecimiento, con otro Elgar. En este caso, sonó el romántico Salut d’amour. Bravo.