lunes, 2 de diciembre de 2019

La Filarmónica de Londres, Vladimir Jurowski y dos virtuosas del violín

El director de orquesta Vladimir Jurowski (IMG Artists)

Para continuar conmemorando el 50º aniversario del ciclo de conciertos de Ibermúsica, se invitó en esta ocasión a la Orquesta Filarmónica de Londres y a su director titular desde 2007, Vladimir Jurowski. Para eventos, se escogieron dos Conciertos para violín y orquesta (el de Britten con Vilde Frang y el de Elgar con Nicola Benedetti) y dos sinfonías (la Quinta de Mahler y la número Once de Shostakónich).

Desde el inicio del primero de los Conciertos (27 de noviembre), el dedicado a Britten, Vilde Frang (en sustitución de Arabella Steinbacher), de quien recuerdo una versión de Sibelius absolutamente fantástica, resultó técnicamente impecable aunque su sonido no fuera especialmente llamativo. Jurowski hizo prevalecer en todo momento el equilibro entre las familias de instrumentos y destacó las reminiscencias a Prokófiev y Shostakóvich durante el primero de los tiempos. La cuerda estuvo sinuosa y coordinada, las maderas resultaron acertadas y la percusión destacó por su ímpetu. El segundo de los movimientos vino marcado por un estilo trepidante y claramente rítmico, con ejemplares entradas de los violonchelos y las maderas. La Passaclaglia pudo ser algo tediosa y reiterativa en una estructura barroca en la que prevalecieron las notas graves y los cambios de arco.

Para esta segunda parte del primero de los dos conciertos de los londinenses, Jurowski presentó una lectura muy bien definida y en la que se destacaron los diferentes planos sonoros, de la afamada y muchas veces cinematográfica Quinta Sinfonía de Gustav Mahler. La marcha inicial quedó marcada desde el uso de la trompeta, con algún desajuste en la sección de trompas aunque las cuerdas supieron crear esos clímax mágicos, en este movimiento tan especial, unido a la calidez de las maderas. El segundo tiempo fue absolutamente trepidante, con unas perfectas articulaciones por parte de los cordófonos, en un discurso envolvente con algún uso del rubato y que desembocaría en el reconocido Adagietto. El Rondó-Finale estuvo definido por un tempo apropiado a pesar de algunos sobresaltos de las trompas.

En el concierto del día siguiente (28 de noviembre), Nicola Benedetti se adentró en el homogéneo Concierto para violín y orquesta de Edward Elgar, en el que la agrupación solapó a la virtuosa en esa amalgama orquestal tan del estilo de Dubussy pero con el sentido aristocrático del autor de las Variaciones Enigma. Elgar sonó ampuloso, con esa cuerda que recuerda a la Segunda Sinfonía de Brahms y nos embriaga mostrándonos la campiña británica. En el segundo de los tiempos Benedetti demostró con destreza la amplitud de su arco y una técnica indiscutible aunque no se mostró en un sonido apabullante.

La segunda parte del segundo evento la ocupó la Sinfonía número 11 de Dmitri Shostakóvich, denominada “El Año 1905”, en referencia a la Primera Revolución Rusa, en contra de la dominación Románov. Vladimir Jurowski hace suya esta pieza y se va notando en su manera de indicar y definir la partitura en gestos. Del silencio a la aparición de las dos arpas y la cuerda, el director va dando paso al misterio y al horror que se avecina en un inicio casi gélido. Los planos sonoros y las diferentes entradas estuvieron perfectamente coordinados y el sonido de las tres flautas concibió un punto de esperanza ante cualquier sentido de la opresión en la Historia y ante los que Shostakóvich siempre fue crítico, se apellidaran Hitler o Stalin. La percusión y los metales de esta versión estuvieron esplendidos en cada pasaje, mostrando la furia de las diferentes fuerzas opresoras, durante las sucesivas revoluciones contra la monarquía y recordando que Stalin mandó poner fin a las revueltas del año 56 en Hungría, ya que el pueblo volvía a pedir eso que se llama Libertad.

Shostakóvich fue la voz del pueblo, plasmando cada fragmento de su oprimida vida, proyectando una esperanza, ridiculizando al dictador e ironizando al tirano con marchas burlescas o circenses.

Aún resuenan las campanas finales de la Sinfonía en el Auditorio Nacional de Música de Madrid.




martes, 12 de noviembre de 2019

La dama del piano Elisabeth Leonskaja en el Círculo de Bellas Artes


El novedoso e interesante Círculo de Cámara trajo el mismo día electoral, 10 de noviembre de 2019, a la pianista georgiana Elisabeth Leonskaja (Tbilisi, 1945), para ofrecernos un impetuoso recital dedicado a tres de sus compositores predilectos: Mozart, Schumann y Schubert.

Leonskaja pertenece a una importante saga de músicos de la era soviética entre los que se incluyen a Emil Gilels, David Oistraj y su compañero artístico y genio del teclado, Sviatoslav Richter, provenientes todos ellos del Conservatorio de Moscú.

El programa se inició con una Sonata de Mozart, la número 6, denominada Dürnitz por estar dedicada al barón Thadeus von Dürnitz (1775). Compuesta al modo haydniano y pareciendo estar escrita en un estilo sencillo y cercano pero que esconde una mayor enjundia y complejidad. La virtuosa Leonskaja ataca desde un sentido estricto de la pulsación y el fraseo que va elevándose a medida que avanza la ejecución. Si en el Allegro me resultó algo desigual y de modo que rozaba siempre un forte o fortíssimo más propios de Beethoven, en el Rondeau en Polonaise-Andante estuvo sensacional y el Tema con variaciones se desarrolló de manera simpática y acentuada.

La segunda de las piezas de la primera parte del recital, los Estudios sinfónicos op.13 (1873) de Robert Schumann, podríamos decir que es una de esas composiciones que sí ubicamos dentro del repertorio de la Leonskaja. Percutiva en todo momento, poseedora de un sentido del ritmo y del fraseo, se fue adentrando en las notas del genial autor, haciendo del piano Steinway un instrumento con las capacidades de una orquesta. Brahms, otro de los autores bien defendidos por Leonskaja y cuyo Concierto para piano y orquesta número 2 con Kurt Masur y la Gewandhaus de Leipzig se encuentra entre mis favoritos, revisó una de las ediciones de estas músicas.

Para la segunda parte del concierto, se  cuenta con Franz Schubert. Alcanzará su autor el sumun artístico con su última Sonata, la número 21 en si bemol mayor (1828). Elisabeth Leonskaja la hace propia desde el principio. Parece toda una vida resumida en una sola obra. Los momentos álgidos y de una mayor nostalgia o pesimismo se funden con maestría. Encontramos reminiscencias mozartianas hacia el final de la obra y una melodía que fluye sin cesar. El mismo autor pensaba dedicar sus tres últimas obras para piano al beethoveniano Hummel.  Robert Schumann describe las composiciones de Schubert como “muy singulares y diferentes las unas de las otras, con una sencillez en la inventiva y con oleadas musicales y melodiosas que fluyen página tras página, interrumpidas aquí y allá por algún remolino más violento, rápidamente calmado”.



Leonskaja se entrega de manera sabia, rigurosa, contundente. Pudieron faltar algo de lirismo y de poesía pero no de energía o carácter.

Con aplausos y bravos finalizó una más que agradable velada, en el marco incomparable creado por el arquitecto Antonio Palacios.

lunes, 4 de noviembre de 2019

La versatilidad de la Orquesta Sinfónica de RTVE con Aarón Zapico

El director de orquesta y clavecinista Aarón Zapico (foto RTVE)

La musical familia Zapico tiene en Pablo (guitarra barroca y archilaúd), Daniel (tiorba) y Aarón (dirección y clave), a sus representantes reconocidos a nivel internacional y creadores del conjunto Forma Antiqva. Muestra superlativa de su arte son algunas de sus grabaciones para el sello discográfico Winter and Winter o su reciente trabajo en el Festival de El Escorial sobre un texto de Jesús Ruiz Mantilla a propósito del internacional castrato, Farinelli.

Para esta segunda presentación y aproximación a la Sinfonía que nos propusieron los músicos de la Orquesta de RTVE y Aarón Zapico (1-11-19), se contó con varios destacados atriles de la agrupación, como la concertino Yulia Iglinova Milstein, Suzana Stefanovic al frente de los violonchelos y María Cámara en las violas.

Se comenzó con la Sinfonía de “La Nitteti” de Nicolás Conforto, muy del gusto italiano y del refinamiento francés, con un inicio de nervio vivaldiano Con superbia y un Andante de modo cortesano. El autor napolitano fallecería en Aranjuez dentro de la Corte y con el contrato que Farinelli le otorgó mientras era empresario y que le llevó a ocupar el puesto de Compositor de Ópera en la Corte madrileña.

Franz Xaver Richter hizo acto de presencia con su Gran Sinfonía número 4, mostrando las capacidades del amigo de Stamitz, de gustos algo arcaizantes de este músico de la Corte de Mannheim, con un estilo muchas veces vienés y con riqueza contrapuntística. Las dinámicas planteadas fueron muy interesantes desde su primer movimiento, Allegro, para crecerse en su último movimiento, nuevamente, Allegro.

Jan Dimas Zelenka llegó a ser contrabajista de la Orquesta de la Corte en Dresde, fue alumno de Fux y Lotti, admiraba a Johann Sebastian Bach y su música es rica en armonía y contrapunto. Así lo demuestra en su Sinfonía a 8, vislumbrando un gran ingenio desde el inicio y con unas magistrales intervenciones del fagot y el oboe, en el Aria da capricho y el Minueto.

Uno de los compositores favoritos y mejor difundidos por los Zapico y, en concreto, por Aarón, nada menos que miembro del jurado de los Premios Princesa de Asturias, es José de Nebra. Para la Obertura en tres movimientos de la zarzuela Iphigenia en Tracia, se sumaron dos trompas y se desarrolló en un estilo italianizante que define muy bien la obra del aragonés fallecido en Madrid y que sería organista de la Capilla Real y en las Descalzas Reales.

El director musical y compositor Johann Stamitz reunió para constituir la Escuela de Mannheim a maestros de la talla de Johann Christian Cannabich y Ludwig  August Lebrun, bajo la atenta mirada del Elector del Palatinado, Carl Theodor. Bohemio como Zelenka, creó nuevas articulaciones, ritmos trepidantes y efectos dinámicos, como demuestra su Sinfonía a 4, en sus movimientos primero y tercero.

Que Johann Georg Pisendel estudiara con Torelli y Vivaldi le otorgó una sabiduría musical que pudo desarrollar con una riqueza instrumental algo insólita dada la época, con ornamentadas composiciones como su Sinfonía en Si bemol mayor, con dos flautas, dos oboes, dos trompas y un fagot. Siempre contó con un gusto a la italiana y fue concertino en Dresde.

Como Johann Sebastian Bach es el padre del Barroco y el principio y fin de la buena Música, qué mejor manera que acabar un variado evento como este con la Sinfonía perteneciente a la Cantata BWV 42 del autor de Leipzig.


domingo, 27 de octubre de 2019

La universalidad de la Música con la Orquesta de RTVE

La pianista Sofya Melikyan y la directora de orquesta Yi-Chen Lin (foto RTVE)


Para el concierto que la Orquesta de RTVE, con sede en el Teatro Monumental, el día 25 de octubre de 2019, se tuvieron en cuenta algunos importantes aspectos: contar con la temperamental y carismática directora de orquesta taiwanesa Yi-Chen Lin, tener de solista al piano a la enérgica y apasionada pianista armenia Sofya Melikyan, recordar los orígenes de la forma Sinfonía con la llamada Praga de Mozart y homenajear al genio de Bonn, Ludwig van Beethoven, en su 250º cumpleaños.



Recordaba la manera de entender la música de la directora, cuando estuvo al frente de la Carmen de Bizet que ofreció en el Teatro de la Zarzuela, en 2014. Mantiene un brío muy característico no exento de matices y con gestos elegantes y amplios, sin olvidar los detalles.



El primer movimiento de la Sinfonía número 38 de Mozart, conocida como Praga, se inició de forma confusa y no demasiado acompasada, para ir in crescendo  desde la segunda mitad del tiempo, el Allegro. Las cuerdas enfrentadas establecieron un diálogo bien planteado con un momento realmente mágico en su segundo movimiento, el Andante, resuelto de manera delicada y con suma claridad. Es un Mozart maduro que avanza hacia lo que será Beethoven. El Presto fue detallado con melodía y temperamento a partes iguales. Cuenta el profesor Franz Xaver Niemetschek que es una de las obras favoritas del público praguense y podría ser escuchada cientos de veces. Recordemos que Mozart adoraba Praga y mantenía estrechos lazos con el matrimonio Duschek y que en su Villa Bertramka compuso algunas de sus más célebres páginas. Llegó a residir en tres ocasiones en la ciudad del río Moldava y con motivos como los estrenos de sus óperas La Clemenza di Tito y Don Giovanni.

La ópera Las Bodas de Fígaro cosecha un éxito asombroso en su premier bohemia y  Mozart parece querer agradecerles con esta composición la entrega de su público. Fue escrita en Viena y posee algunos guiños a otras partituras como La Flauta mágica y la susodicha ópera, haciendo uso del ritornello y mediante astutos diálogos instrumentales.


Tras los merecidos aplausos, hicieron aparición la solista Sofya Melikyan y la directora Yi-Chen Lin para enfrentarse al orientalizante y exqusito Concierto para piano y orquesta número 5 de Camille Saint-Saëns. Desde el inicio del mismo se percibe un gusto por el Próximo y Lejano Oriente que plasmó el compositor en forma de concierto, tras un viaje que le llevó hasta el mismísimo Luxor. A veces resulta arabizante y otras sensual y enigmático. Melikyan supo resaltar la belleza melódica y hacer uso del ímpetu que requiere esta obra plagada de acrobacias. Ante tan buena ejecución el público supo agradecérselo a modo de ovación y ella lo recompensó con el Minueto en sol menor de G.F. Handel, en el arreglo efectuado por Wilhelm Kempff.



La Sinfonía número 2 de Ludwig van Beethoven marcó la totalidad de la segunda parte del concierto. Aunque se perciba el paso del Clasicismo al Romanticismo vemos claramente las recurrencias al modo haydniano sin quitarle un ápice de contundencia como si de un Beethoven adulto se tratara. Para el musicólogo George Grove constituye el “punto culminante entre el Antiguo Régimen, prerrevolucionario de Haydn y Mozart, momento del que Beethoven va a partir hacia regiones en las que nadie antes de él había osado aventurarse”.

Su primer movimiento parece avisarnos de que la próxima sinfonía será la Heróica. Yi-Chen Lin supo destacar la fanfarria del segundo tema, tener en cuenta los diálogos entre la cuerda y las maderas, así como resaltar los pianissimos y los tuttis del final de la composición.

martes, 15 de octubre de 2019

Pablo González con su Orquesta de Radiotelevisión española



(Serguéi Prokófiev, Dmitri Shostakóvich y Áram Jachaturián, de izquierda a derecha)

El reconocido director de orquesta ovetense, Pablo González, comienza la temporada de conciertos del Teatro Monumental, con dos compositores que le son bastante familiares y que entiende como propios: Serguéi Prokófiev y Dmitri Shostakóvich. Buen empiece como director titular y asesor artístico de la Orquesta y Coro de la agrupación de RTVE (12 de octubre de 2019).

Con el Concierto para piano y orquesta número 2, Prokófiev se muestra pleno en sus capacidades compositivas, haciendo uso del ritmo y de la paleta orquestal, luciendo a su solista del teclado, con una extensa y compleja cadenza, situada en el primer movimiento y ocupando casi la mitad de su duración. Nikolái Demidenko inició el tiempo melódico y fue creciéndose, sabiendo resolverlo de manera rotunda y temperamental. Los metales de la RTVE fueron equilibrados por González en todo momento y dieron muestras de su capacidad. Las cuerdas suspendidas, sonaron empastadas y misteriosas.

Las semicorcheas inundan el segundo movimiento, a modo de tocata, en un brillante Scherzo, rítmicamente perfecto para dar paso, en el tercero de los tiempos, a un Intermezzo en el que las cuerdas graves denotan una aparente seriedad y de peso industrial para resaltar, después, la ironía al piano. También aplica Prokófiev aquí algunas melodías de tipo orientalizante, como sucede en el primer movimiento. La taciturna cadenza del último movimiento se define meditativa, en este caso, para ir creciendo más y más en su agilidad, con una sección de violonchelos brillantemente conjuntada y unas enérgicas notas del conjunto orquestal, en un despliegue total de medios.



Tras la pausa y una educativa e ilustrativa explicación del maestro Pablo González sobre la Quinta Sinfonía de Dmitri Shostakóvich, las cuerdas atacan en el Moderato. La intensidad es variable e irrumpen las maderas en esos claroscuros, creando González diversas atmósferas, en una lectura al detalle. Genial fue la entrada de la estupenda concertino y la celesta.

En el segundo movimiento, entran las cuerdas graves y la humorística entrada del clarinete al que se suman las maderas. ¿Es acaso un vals con Stalin o una mordaz crítica al Stalinismo y al sufrimiento de la población en aquellos momentos? Las marchas marciales (militares) resuenan circenses en Shostakóvich, ridiculizando al dictador. Fue la contestación tras la Cuarta Sinfonía y su ópera Lady Macbeth, ya que se le acusaba de no cumplir con los cánones del Socialismo. Esta obra fue aplaudida y no criticada. Shostakóvich cumplió a medias su mandato, para enmascarar una mordaz crítica al poder absoluto.

El tercer tiempo suena a Réquiem por las víctimas de las persecuciones y purgas en los gulags, con una labor encomiable de las cuerdas. Desató su tensión y pulso resolviendo en un último cuarto movimiento, aparentemente festivo, con una percusión y trompas imponentes. Faltó algo de fluidez en su apoteósico final, ilustrando de manera algo hollywoodiense y sin las dudas finales que plantea el autor pero con un  uso del rubato interesante, poco antes de la conclusión.



jueves, 10 de octubre de 2019

Salonen, Mahler y la Orquesta Philharmonia




Como bien indica Juan Ángel Vela del Campo, en las notas del programa de mano, “cincuenta años vivió Gustav Mahler y cincuenta años cumple esta nueva temporada el ciclo de conciertos de Ibermúsica”. Para tal evento, qué mejores invitados que la londinense Orquesta Philharmonia y su titular, Esa-Pekka Salonen. El director de orquesta finlandés estuvo al mando de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles antes de que el venezolano de moda, Gustavo Dudamel, tomase posesión de la misma. Titular de la agrupación creada con fines discográficos por Walter Legge después de la Segunda Guerra Mundial y muy vinculada con el sello EMI, Salonen posee una batuta especialmente destinada a realizar una buena lectura de cualquier sinfonía mahleriana. Aquí vinieron al Auditorio Nacional madrileño con la testamentaria Novena.

Este verano estuve en la ciudad de Colonia, escuchando a un compañero y amigo de Salonen llamado Jukka-Pekka Saraste que, salvando las distancias, poseen una claridad y meticulosidad parecidas al enfrentarse a Herr Mahler. Si bien la Orquesta de la Radio de Colonia (WDR) y la Philharmonia de Londres son agrupaciones bien distintas, el uno se subió al podio ante la reconocible Quinta Sinfonía y el otro lo hace ante una compleja Novena Sinfonía. Saraste deja Colonia y Salonen abandonará Londres para encaminarse a San Francisco (2020) y seguir la senda de otro mahleriano, Michael Tilson Thomas.

La despedida es el tema central de esta obra junto con otra composición,  La Canción de la Tierra, en la que el ser humano encuentra un consuelo final en el que Dios está por todas partes y en todas las cosas y el Hombre espera unirse a la Naturaleza consoladora, como apunta el biógrafo y estudioso mahleriano, Henry-Louis de La Grange. Bruno Walter fue el encargado de estrenarla en 1912 junto a la Orquesta Filarmónica de Viena, dejando registrado a finales de los años 30 un indiscutible trabajo discográfico. En el desamor que se deja entrever en una frase que dedica a Alma, escribe Gustav Mahler en su partitura: “Este soy yo y esto es todo lo que sé hacer”.

Desde el silencio la cuerda, las arpas y el metal van tomando sentido, las maderas suenan fabulosamente y el metal se impone contundente. Salonen es analítico al máximo, comedido algunas veces, las tensiones y los cambios rítmicos se ven acentuados, recordando algunas veces al maestro Pierre Boulez. Mahler nos lleva del vals vienés al precipicio, apuntaba el director de orquesta en un periódico. El concertino resultó  muy acertado así como el solista de flauta estuvo más que notable.

El segundo de los movimientos acentúa la ironía y el juego satírico entre los segundos violines, las violas y los violonchelos para sumarse los metales. Salonen impuso un equilibro estructural, logrando una homogeneidad entre las familias instrumentales. El director remarca las disonancias de la obra para después continuar con la armonía sonora. Queda reflejado el paso de la luz a la oscuridad y viceversa. El tercer movimiento, un delirio contrapuntístico para De La Grange, posee uno de mis inicios favoritos y termina de manera colosal.

El último tiempo, el cuarto, pudiera definirse como una despedida, sumergido en la densidad de la cuerda, la melancolía doliente y la disipación de la música (sonido), como si de la vida misma se tratara. Para el director de orquesta Leonard Bernstein, otro mahleriano, la Sinfonía número 9 significaba que el siglo XX era el siglo de la muerte y Mahler era su profeta musical.

La Fe y la Naturaleza mantienen vivo a Gustav Mahler.



domingo, 26 de mayo de 2019

La Gewandhaus de Andris Nelsons en dos tardes para el recuerdo




El Ciclo de Conciertos de Ibermúsica vuelve a contar con la Orquesta Gewandhaus de Leipzig y su kapellmeister, el director de orquesta letón, Andris Nelsons (Riga, 1978). Para la primera de las citas, la del lunes 22 de mayo, se interpretó la Quinta Sinfonía de Anton Bruckner. Bruckner ha estado muy ligado a esta agrupación, hasta el punto de que Arthur Nikisch estrenara su Séptima Sinfonía. Este concierto sirve para poner de manifiesto que este, denominado, sucesor de Mariss Jansons se está convirtiendo en todo un bruckneriano, como demuestran sus lecturas para el ciclo del sello discográfico Deutsche Grammophon.


Bruckner y la Gewandhaus van unidos en su historia y en su estilo musical. El primero de los movimientos destaca por el uso de los pizzicatos y los cambios rítmicos y melódicos, así como la exposición de los temas. Nelsons plasma el aspecto más místico y vigoroso del autor  austríaco. La complejidad de Bruckner es aparente y su densidad queda reflejada al inicio de la obra. Para las entradas de un mayor recogimiento o apoteosis orquestal, Nelsons suelta su batuta, para dirigir con su mano derecha, muy al gusto de los países bálticos y del antiguo bloque soviético.





El segundo movimiento destacó por el uso del oboe y la perfección y elegancia de la cuerda de la Gewandhaus, al modo vienés de tipo mahleriano. En algunos pasajes esa masa cordófona podría recordarnos a una banda sonora de película, totalmente ensamblada. El oboe se unió a la flauta y posteriormente al clarinete, en unas preciosas combinaciones.

Si la cuerda ya había demostrado su inigualable potencial., en el tercer movimiento fue a más, junto a un danzante metal. Ya en el cuarto de los tiempos, las cuerdas graves se intensificaron en los violonchelos y contrabajos. Los fragmentos de contemplación y mística se dieron cita hasta la incursión del sarcástico clarinete. Bruckner tiende a Bach pero hace que nos percatemos de su legado bramhsiano.

Para la siguiente velada, la del 23 de mayor, se contó con la entregada virtuosa, Baiba Skride, durante el Concierto para violín y orquesta número 1 de Dmitri Shostakóvich. El principio de la obra comienza oscuro, con los violonchelos y contrabajos, los fagots son vibrantes y la violinista va construyendo su complejo papel solista. El arpa es de lo más enigmática y el ambiente sombrío parece espectral a lo largo del tiempo. Recordamos el registro de la Filarmónica berlinesa con los mismos solista y director de orquesta. El lirismo del Scherzo nos llevará a una Passacaglia que se une a la Burlesca. Un solemne inicio de corte bachiano para llegar al tempestuoso final.

La Quinta Sinfonía de Piotr Ílich Chaikovski se estructuró de manera correcta en su Andante-Allegro con anima, en un alarde de poesía y energía. El solista de trompa hizo una entrada portentosa en el Andante cantábile,  haciéndome recordar la presencia de Stokowski en la película Carnegie Hall. La cuerda vuelve a ser esencial en el tercer movimiento, Valse, a modo de un paseo en trineo por la estepa. Para rematar, Nelsons y los suyos, fueron yendo hacia una intensidad superlativa en esas progresiones trazadas con sus manos.


Dos veladas para recordar…



lunes, 13 de mayo de 2019

El Alma de la Madre Rusia con Fedoséiev



La Orquesta Sinfónica de la Radio de Moscú ha sido uno de los emblemas de mayor prestigio de la antigua URSS, desde su creación en 1930. Por ella han pasado directores de la talla de Nikolái Golovánov, Aleksandr Gauk, Gennadi Rozhdéstvenski y su titular, desde los años 70, Vladímir Fedoséiev (1932). Desposeída de su denominación radiofónica tras la disolución del bloque soviético, la ahora Orquesta Sinfónica Chaikovski, vino al Auditorio Nacional de Madrid el pasado 9 de mayo, de la mano del Ciclo de Conciertos de La Filarmónica con un programa íntegramente ruso.

La primera de las obras interpretadas fue el afamado Concierto para piano y orquesta número 1 de Piotr Ílich Chaikovski, un compositor que además de defenderlo magistralmente la agrupación moscovita lleva implícito su apellido. Para la parte solista se contó con un músico muy apreciado y querido por La Filarmónica, como es Alekséi Volodin.



Desde el inicio la orquesta  hizo uso de una cuerda refinada y homogénea, unas maderas equilibradas y unos metales que sonaban a tiempos pasados, con ese punto de fuerza desmesurada y al límite de la afinación. Volodin, desde el teclado, posee una pulsación incisiva y contundente que no deja de lado el sentido melódico del Romanticismo. Estamos ante un heredero de la Escuela Pianística Rusa que toma elementos de Sviatoslav Richter y Emil Gilels, salvando las distancias. He de destacar la presencia de las melodías folclóricas ucranianas, las referencias a Chopin y a la Bella durmiente, del propio Chaikovski, al final de la pieza.  Fedoséiev permaneció atento sin solapar la labor del virtuoso Volodin.

En la segunda parte se contó con otro de los compositores que mejor conocen la orquesta y el maestro Fedoséiev: Dmitri Shostakóvich. La Sinfonía número 5 ocupó la última parte del concierto, en una lectura sensacional, llena de emotividad y de dinamismo. La cuerda plasma el terror de la época estaliniana desde el inicio, en el Moderato, pasa a convertirse en marcial en el Allegreto para pasar al Largo que tanto admiraba Leonard Bernstein y terminar en un estilo similar al de Chaikovski pero sin un atisbo de esperanza, en el Allegro non troppo, a modo de antifrase musical.

Para agradecer la acogida del público con sus sonoros aplausos, el director de orquesta interpretó como propina la Danza Española de El Lago de los Cisnes, de Chaikovski. Un guiño precioso hacia nuestro país ya que opina que tanto Rusia como España “compartimos una misma alma profunda”.

Algunas de mis grabaciones favoritas del Maestro Fedoséiev se pueden encontrar en los sellos Relief, Brilliant y Koch, tanto con esta agrupación como con la Sinfónica de Viena, de la que sigue siendo uno de sus principales directores invitados.






sábado, 27 de abril de 2019

Ashkenazy y la Philharmonia con los rusos




La londinense Orquesta Philharmonia con sede a orillas del Támesis, en el Royal Festival Hall de Southbank, recaló en el Auditorio Nacional madrileño para ofrecernos dos eventos melómanos, los días 24 y 25 de abril. Aquí narraré el primero de ellos, compuesto íntegramente por autores rusos y que no tuvo a su flamante director titular, Esa-Pekka Salonen, en el podio, sino al director laureado, Vladimir Ashkenazy para esta gira.

Ibermúsica, a punto de cumplir los 50 años de existencia en defensa de la mejor Música Clásica y los Ciclos de Grandes Orquestas, estableció un completo programa que comenzó con el Concierto para violín y orquesta de Piotr Ílich Chaikovski, con la interesante y joven violinista estadounidense-coreana, Esther Yoo como solista.

Su Stradivarius “Príncipe Obolensky” de 1704 aportó calidez a la interpretación, dotada de una técnica indudable, un manejo del arco con suma destreza y buenos pasajes de estilo camerístico. Podría decirse que su vigor y delicadeza se mostraron a partes iguales durante toda la ejecución de la obra. La grabación que realizaron estos mismos intérpretes para Deutsche Grammophon, en mayo de 2017, sirve de muestra para lo que escuchamos en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional.



Yukiko Ogura, solista de viola de la Orquesta Philharmonia, acompañó a Esther Yoo con el Pasacalle de Haendel para agradecer la entrega del público y los aplausos recibidos gracias a su manera de entender del Concierto de Chaikovski y su correcto uso del tempo.

Vladimir Ashkenazy ha pasado de ser un imponente pianista a dedicarse casi por completo a la dirección y obtener un lugar más que privilegiado por ello. Para su Chaikovski, hizo brillar la sección de cuerda, equilibrada en todo momento, junto a unas maderas comedidas pero acertadas y un metal vibrante.

La segunda parte se hacía esperar, ya que esa especie de “regalo envenenado póstumo” a la memoria de Stalin que es la Décima Sinfonía de Shostakóvich, iba a ocupar la totalidad de la parte final del concierto.

Comienza dramática y sinuosa, con la cuerda grave marcada y algún atisbo lírico, reflejando la situación de la Madre Rusia, con interesantes entradas de la madera que se irán desarrollando. Es un inicio ambiental. Los pizzicatos suenan progresivamente y no dejan de ser inquietantes. El paisaje es desolador, a veces laberíntico. Las entradas de la solista de fagot fueron dignas de mención.

El segundo movimiento tuvo en la sección de metal a sus grandes aliados, gracias también a un conocedor de la obra como es el Maestro Ashkenazy, que tiene en su haber buenas grabaciones con la Sinfónica de Sydney y la Royal Philharmonic. Si a todo esto le sumamos la entrada de los timbales, tenemos el retrato musical del propio Stalin, en un modo totalmente militar.



Se produce un cambio en el tercer movimiento, con un solo de trompa equilibrado pero de una extremada complejidad. El enlace con los pizzicatos de la cuerda y la entrada de la flauta es mágico y con una solista de corno inglés como la de la Philharmonia, el éxito estaba garantizado.

Para el cuarto de los tiempos, las trompas ya no son las protagonistas del inicio sino las maderas encabezadas por el oboe, la flauta y el fagot. Pasamos del Andante al Allegro, en una progresión que vislumbra uno de los finales más apoteósicos y emocionantes de la obra sinfónica de Dmitri D. Shostakóvich.

Para los 50 Años de Ibermúsica tan bien llevados, se proponen dos ciclos nuevos e interesantes. Zubin Mehta volverá de la mano de la Filarmónica de Israel con Haydn y Berlioz primero y con la Filarmónica de Viena más adelante, interpretando a Brahms y Dvorák. Salonen estará presente con Mahler, Beethoven y Berg junto a su Orquesta Philharmonia, la Nacional Filarmónica Rusa (no confundir con la creada por Pletnev) de Spivakov ofrecerá dos conciertos de tinte eslavo y la Filarmónica de Londres tutelada por Vladimir Jurowski contará con dos solistas del arco de excepción, como son Arabella Steinbacher y Nicola Benedetti, para Britten y Elgar. Volverá Mariss Jansons con el sinfonismo de Bruckner y Chaikovski junto a los de la Radio bávara e Igor Levitt para interpretar los conciertos pianísticos de Prokófiev y Mozart. Muy esperado será el evento de la Sinfónica de Bamberg y su nuevo titular, Jakub Hrusa y dos solistas de lujo como son Julia Fischer y Sol Gabetta, para Dvorák y Elgar.

Simon Rattle, despojado de su titularidad berlinesa vuelve a su tierra para ofrecernos dos conciertos con la Sinfónica de Londres, de tintes modernos, con Bartók, Ligeti y Villalobos pero sin dejar al margen su adorado Mahler.

En los Conciertos Extraordinarios, no debemos olvidarnos de destacar al King’s Consort de Robert King y su deseado Mesias haendeliano, un evento con los Niños Cantores de Viena y temas de inspiración mediterránea y el recital a favor de las becas de Juventudes Musicales de Madrid, con el tenor Juan Diego Flórez.

A disfrutar por mucho tiempo de uno de los Ciclos más dinamizadores de la actividad musical madrileña… Muchas Felicidades.

viernes, 1 de febrero de 2019

El cumpleaños de la Filarmónica de Oslo en Madrid



Dentro de los ciclos musicales de Ibermúsica se decidió contar por partida doble con la Orquesta Filarmónica de Oslo, en la celebración de su primer centenario de vida, con el que es su director titular desde la temporada 2013-2014, el maestro ruso Vasili Petrenko. Conozco a Petrenko desde que viniera a dirigir a nuestra Orquesta Nacional de España y cuando los lazos con la Orquesta de Castilla y León se estrecharon y le hicieron ser unos de sus principales  directores invitados.  Compagina su actividad al frente de la Real Orquesta Filarmónica de Liverpool con la de Oslo y, por si esto fuera poco, se sitúa en el podio de la Joven Orquesta Europea y rige la agrupación legada por el estupendo Evgueni Svetlanov, en Rusia. Pronto tomará posesión de su cargo como director de la Royal Philharmonic londinense.

Para esta visita madrileña, Petrenko y los suyos contaron con el pianista macedonio y amigo personal del director, Simon Trpceski, experto en interpretar con brío a Chaikovski, Rajmáninov y Prokófiev.    

                           
                                                                                                                                                   
 Johannes Brahms y sus dos Conciertos para piano y orquesta fueron los elegidos por el virtuoso para cada una de las veladas musicales, imprimiendo el estilo melancólico que requieren y su especial dedicatoria a Clara Schumann.  Su técnica es vertiginosa, incisiva y, a veces, algo libre. Trpceski toca alla rusa con una indiscutible capacidad que no siempre emociona. La orquesta posee un sonido que nos recuerda al maestro Mariss Jansons, por su cuidadas y empastadas cuerdas y maderas y por poseer un metal delicado y una percusión certera pero no abrumadora. Petrenko es detallista y admirador de su escuela nacional, encabezada por Mravinski y seguida por Temirkanov y Jansons. 



No olvidaré nunca la impresión sensacional que me causó el ciclo de sinfonías de Shostakóvich con Petrenko y los músicos de Liverpool.

Jean Sibelius es uno de los compositores que por excelencia se asociaría con la Oslo Filharmonien. Su Quinta Sinfonía empieza sinuosa, como una ráfaga de aire fresco a la que se van incorporando los sonidos de la naturaleza y que pudiera evocar a un Brahms nórdico con ecos de Mahler. Los pizzicatos sonaron acompasados y los cambios de arco en todo momento fueron equilibrados. Flamantes fueron las apariciones de las violas y los violines. No puede uno dejar de acordarse de Paavo Berglund o Kurt Sanderling como conocedores máximos del autor de Finlandia.

Para el segundo de los eventos, la suite sinfónica Sherezade ocupó la parte final del concierto. Según Petrenko, es la unión de su país con Europa y Rimski-Kórsakov se nota que lo disfruta y lo conoce a la perfección. La concertino Elise Batnes hizo de este poema un viaje emocionante y seductor, con melodías populares rusas y lleno del colorido de su extensa tradición.