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El director titular de la Orquesta Sinfónica de Bamberg, Jakub Hrůša |
Ibermúsica planteó, para los conciertos de los pasados 12 y 13 de febrero, dos eventos con sabor eslavo y obras concertantes y sinfónicas. El titular de la Orquesta Sinfónica de Bamberg (desde 2016), Jakub Hrůša, hereda el estilo del recordado profesor Jiří Bělohlávek, creador de la Prague Philharmonia, y se declara un admirador de Leonard Bernstein.
Para el primero de los días, Hrůša y los bávaros ofrecieron el menos habitual Concierto para violín y orquesta de
Antonín Dvorák, invitando como solista a la germana Julia Fischer. Esta pieza, de gran envergadura,
poseedora de un estilo de aromas bohemios y estructura brahmsiana, tuvo en la
amplia sección de cuerda de los de Bamberg a unos estupendos interlocutores. La
muniquesa Julia Fischer, maneja el arco con amplitud y frasea con soltura, no
suele excederse en el vibrato y resulta directa en los ataques. Las maderas
fueron equilibradas, de un sonido homogéneo pero poco envolvente y los metales
resultaron vibrantes y empastados. Los violonchelos y contrabajos otorgaron un
apoyo fantástico a la partitura. Tras los merecidos aplausos hacia la orquesta,
el director y la intérprete, Fischer nos regaló un Capricho de Paganini. Suele tocar con un Guadagnini de 1742 y un
Phillipp Augustin de 2018.
La segunda parte,
complemento a lo escuchado anteriormente, fue nada menos que la Sinfonía número 1 de Johannes Brahms. Ludwig van Beethoven está presente
a lo largo de esta composición. La agrupación sonó robusta, con dinámicas
marcadas y atentos todos ellos al gesto amplio del director moravo, en esa
fabulosa idea de fusionar lo eslavo y lo germánico. Fluyeron de manera
espontánea sin que nada pareciera fruto del azar, escuchándose hasta la
clarísima melodía del contrafagot. Se sostuvo el tempo, apoyado por la melancolía del oboe o el sonido de la trompa
que nos evoca a Clara Schumann.
Debemos recordar que
la Sinfónica de Bamberg se crea en 1946 con músicos alemanes de Checoslovaquia
que fueron miembros de la Orquesta Filarmónica Alemana de Praga. Entre otras importantes batutas,
tuvo al wagneriano Joseph Keilberth (que da nombre a su Sala) o al experto en
Max Reger, Horst Stein. Junto al británico Jonathan Nott, ha producido buenas
grabaciones para el sello TUDOR y Hrůša, promete seguir con ese legado.
El segundo de los
eventos tuvo tres importantes composiciones: la Obertura Egmont de Ludwig van Beethoven, el Concierto para violonchelo y orquesta número 1 de Camille Saint-Saëns y la Séptima Sinfonía de Antonín Dvorák. Volvió a resaltar la unidad de la
cuerda, sumada al conjunto, con alguna entrada algo menos afinada pero sin
estridencias. Cuando escucho el Concierto
para violonchelo y orquesta número 1 de Saint-Saëns, pienso ineludiblemente en Mstislav
Rostropóvich, Carlo María Giulini y la Filarmónica de Londres desde el Henry
Wood Hall.
La violonchelista
argentina Sol Gabetta, proviene de una importante saga musical de la que cabe
destacar su hermano Andrés, un reputado violinista junto al que creó la
Cappella Gabetta. Además, ella interpreta con un Matteo Goffriller de 1730 y es profesora
de la Academia Musical de Basilea. Su visión del Concierto para violonchelo fue de menos a más, interpretando con
mayor cuerpo y carácter a medida que la obra iba evolucionando.
El Allegreto con
moto se presentó delicado y preciso, llegó Gabetta a las notas más agudas sin
complicaciones y destacó por su expresividad. Supo compensar a su entregado público con una
obra de Peteris Vasks que fusionaba la voz humana y la interpretación
instrumental.
Como Jakub Hrůša y
Antonín Dvorák podría decirse que son uno mismo, no le hizo falta la partitura
para deleitarnos con su Séptima Sinfonía
y destacar sus bellos y temperamentales pasajes, ni acentuar los ritmos
bohemios. En el inicio
del primer movimiento supo mantener el pulso de la cuerda, se sumaron a estos
las maderas y metales en equilibrio y se perfilaron las líneas melódicas. La solista de flauta se merecía un diez. Se
pasó de los fortes a los pianísimos sin problemas. El segundo
movimiento destacó por el uso del pizzicato,
el tiempo parecía suspenderse calmado y los arcos fueron dando muestras de
estar en plenas facultades. Los timbales marcaron ecos wagnerianos. Para el
tercer tiempo se impuso lo festivo y el último movimiento inicia dramático y
concluye apoteósico, entre lo folclórico y lo marcial.
Háganme un favor y
vayan a la encantadora ciudad de Bamberg…