jueves, 1 de junio de 2017

Aroma latino en Frankfurt


Andrés Orozco-Estrada posee un brillante currículum como director musical de la Sinfónica de Houston, titular de la Sinfónica de la Radio de Frankfurt y principal invitado de la Filarmónica de Londres. Lo escuchamos en Viena con la Tonkünstler-Orchester Niederösterreich, interpretando el ciclo sinfónico completo de Brahms y algunas de las sinfonías de Mendelssohn, así como la Fantástica, de Berlioz.

Desde 2014 dirige la Orquesta Sinfónica de Houston, con la que parece haberse mimetizado a la perfección para interpretar algunas de las composiciones más representativas de Antonín Dvorák.

Con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt, la misma que asociamos a Elihau Inbal y a Paavo Järvi, vino invitado el maestro de gesto espontáneo por el ciclo de conciertos de La Filarmónica. En una primera parte, la aún clásica Sinfonía número 1, de Ludwig van Beethoven. Orozco sonríe a los músicos alemanes y eso se transforma en música. Podría recordarnos en el podio a un Dudamel colombiano, en este caso. Sonó dinámico aunque algo monótono en los cambios rítmicos, con un trazo a veces robusto pero del que supo dejar claro el espíritu haydniano de la obra.

La segunda composición de la primera parte del concierto suscitaba mucho interés, ya que contaba con el afamado violonchelista Gautier Capuçon y se trataba de las Variaciones Rococó, de Piotr Ílich Chaikovski. Pese a una entrada irregular por parte de la orquesta, el experto Capuçon es sino el mejor, sí uno de los mejores virtuosos del instrumento cordófono y en la interpretación de las Variaciones, registradas junto a Valeri Gergiev y los profesores del Mariinski. Por su lado, Orozco-Estrada ya lo registró con los músicos del Meno y Jan Vogler, durante el Festival de Moritzburg.



Las cotas de afinación y entrega del solista superaron todas las expectativas y le hicieron dirigirse al público, haciendo gala de su simpatía natural, para terminar ofreciendo el Canto de los pájaros (Cant dels ocells), de Pau Casals.

Para la parte final del concierto, se optó por la versión de 1947 de La Consagración de la primavera, de Ígor Stravinski, que el director había grabado para el sello Pentatone, con los músicos de la agrupación radiofónica hacía un año. Posee el maestro una notable claridad para desentrañar sonoridades y hacer de esta, una pieza más raveliana que stravinskiana. Faltó algo de la rudeza y del carácter tempestuoso de la misma que aún así quedó muy bien resuelta y que nos hizo pensar que estábamos ante una de las obras magistrales del pasado siglo XX.