lunes, 18 de diciembre de 2017

La Orquesta de Cadaqués suena a Marriner




El viernes, 15 de diciembre, visitaron nuestro Auditorio Nacional de Música madrileño la Orquesta de Cadaqués y el Coro Amici Musicae, junto a la joven pianista Beatrice Rana y el director Gianandrea Noseda. El programa parecía hecho a la medida de uno de los impulsores y director principal de la agrupación, el desaparecido y recordado Neville Marriner. En la primera parte se interpretó el poco habitual Noveno Concierto para piano y orquesta mozartiano y la segunda parte de la velada lo ocupó íntegramente el inconcluso Réquiem de Mozart, finalizado por el experto compositor Franz Xaver Süssmayr.

La Orquesta de Cadaqués estuvo invitada por Ibermúsica, quien ya lo venía haciendo desde el 94, poco después de la fundación de la misma (1988), con músicos nacionales e internacionales. Desde el inicio del proyecto, Marriner, Rozhdestvenski y Entremont se subirían a su podio, para después hacerlo el galardonado Gianandrea Noseda (1998) y el excelente flautista y director orquestal Jaime Martín (2011). 

Este programa netamente mozartiano empezó con la carismática y jovial Beatrice Rana, una pianista que emerge en un panorama musical deseoso de nuevas figuras. Para ella, Bach es el todo y recuerda, en su entrevista en el diario El País, la importancia que para ella tuvo la escucha de las Variaciones Goldberg, interpretadas por Glenn Gould al piano, en 1955. Comenta que la música de Mozart la trabaja menos pero sí ha tocado este Concierto para piano y orquesta número 9 de Mozart y le resulta “muy especial por su espíritu innovador y hasta operístico”. La obra fue encargada por la virtuosa francesa Victoire Jeramy, hija del bailarín Jean-George Novarre y amigo de Wolfgang Amadeus. 

Desde el comienzo, la pieza suena revolucionaria en manos de Beatrice Rana, en la que Mozart destaca el uso del piano desde el inicio, recordándonos mucho a su maestro Haydn. Todo fluye en manos de la orquesta y se compenetra de manera natural con la solista, resultando endiablado por momentos en su Allegro. El segundo de los movimientos, Andantino, representa un movimiento reflexivo y cumbre (escrito en modo menor) para dar lugar a un Rondó precipitado y casi imposible de llevarse a cabo, dado lo vertiginoso del mismo. Mozart transmite su pasión por la vida.

Para complementar estas líneas, escucho de nuevo una de mis versiones favoritas, grabada en el Festival de Salzburgo, el 6 de agosto de 1958, con la Orquesta Concertgebouw de Ámsterdam, el director musical George Szell y el pianista Rudolf Firkusný (SONY). 



Una de las lecturas que del Réquiem mozartiano existen como referentes absolutos fue la realizada para el sello DECCA, por Neville Marriner y su amada Academy y Coro (con László Heltay) de St Martin in the fields. Para los solistas vocales se contó con la soprano Ileana Cotrubas, la contralto Helen Watts, el tenor Robert Tear y el bajo John Shirley-Quirk. Haciendo acto de presencia el difunto y querido Marriner, Noseda supo tratar los tiempos y las dinámicas de su visión del Réquiem, con un homogéneo reparto vocal, capitaneado por las voces femeninas de Christina Poulitsi y Katarina Bradic y secundadas por las intervenciones masculinas de Steve Davislim y Tommi Hakala. El Coro Amici Musicae de Zaragoza creado en 1989 en la Escuela Municipal de Música, supo imprimir carácter y estilo.


martes, 5 de diciembre de 2017

El regalo de Navidad de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León


La Orquesta Sinfónica de Castilla y León cuenta con un altísimo nivel instrumental, además de tener como sede un grandioso Auditorio (Centro Cultural) concebido por el arquitecto Ricardo Bofill, con el nombre de uno de sus literatos más universales y que nació en el número doce, de la Acera de Recoletos, en la Ciudad de Valladolid: Miguel Delibes.

Dicha agrupación posee nada menos que tres directores orquestales: Andrew Gourlay (Director Titular desde 2016), Jesús López Cobos (Director Emérito) y Elihau Inbal (Principal Director Invitado). Cada uno de los cuales imprimen un sello inconfundible a la ya poderosa orquesta pucelana.

Se acercan fechas de gélido invierno a orillas del Pisuerga durante las Navidades y Gourlay y los suyos se anticiparon, decidiendo invitar a sus fieles abonados melómanos a un concierto extraordinario que cerrase el final de 2017. Para ello, contaron con la brillante participación de algunos de los mejores profesores de la Orquesta Nacional de España y de la Sinfónica de Radiotelevisión española sumados al contingente castellano-leonés y al director del conjunto.

El programa del 2 de diciembre de 2017, guardaba una estrecha relación entre el texto y la música, de lo literario en la concepción orquestal. Para ello, se eligió a la excelente divulgadora cultural, Sofía Martínez Villar, que ilustró con su bella voz los pasajes de dos genios de la composición: Chaikovski y Prokófiev.

Del primero, escuchamos su obra La Tempestad, estrenada por Glazunov y que constituye una de sus primeras composiciones de importancia, escrita a modo de fantasía (obertura) y con una clara referencia a William Shakespeare. Las trompas sonaron de un modo casi wagneriano y la cuerda quedó totalmente empastada. La melodía de los violonchelos emocionaba y la madera sonó correcta y redondeada.

La segunda parte del concierto que nos haría pensar que estábamos en tierras rusas, debido a la baja gradación térmica exterior del Auditorio, quedó marcada por la música de Serguéi Prokófiev. De la ópera Guerra y paz, con textos referidos a Lev Tolstói, escuchamos el arreglo realizado por el musicólogo británico Christopher Palmer. Si Tolstói toma como referente a la época zarista de los Romanov y su batalla frente a Napoleón y posterior victoria, Prokófiev relata los episodios del avance nazi sobre las tierras de Stalin (URSS). 

Las vibrantes lecturas de los movimientos, adquirieron especial dinamismo y apoteosis en el Vals, la Mazurca y las cinematográficas Batalla y posterior Victoria.


jueves, 16 de noviembre de 2017

XXIII Temporada de Grandes Conciertos de Otoño en el Auditorio de Zaragoza


La Orquesta Filarmónica Nacional de Armenia y Eduard Topchjan tenían preparado un programa (13 de noviembre) que le hubiera encantado a su anterior director en el podio, Loris Tjeknavorian. En la primera parte se interpretó el Concierto para violín y orquesta de Áram Jachaturián y en la segunda, la Sinfonía número 10 de Dmitri Shostakóvich. Un programa netamente soviético, ahora que se conmemora el aniversario de la Revolución rusa de 1917.



El dificultoso Concierto para violín y orquesta de Áram Jachaturián, iba a haber contado con la solista Anush Nikoghosyan pero se sustituyó por motivos personales por la alemana Sophia Jaffé. De origen berlinés pero residente en Frankfurt, Jaffé posee una destreza que le viene de familia, ya que sus padres han sido integrantes de la Deutches-Symphonie Orchester, en tiempos del joven Lorin Maazel. Uno no puede evitar recordar a David Oistraj con el propio compositor dirigiendo su obra frente a la Orquesta Sinfónica de la Radio de Moscú o con el mismísimo Leonid Kogan junto a la Sinfónica de Boston que conducía Pierre Monteux.



Desde las grabaciones para el sello ASV, sigo los pasos de la entonces Filarmónica de Armenia y, ahora, Filarmónica Nacional. El movimiento lento de la solista quedó engrandecido por su calidad y destreza frente a los rápidos movimientos extremos, correctamente servidos por los músicos de Ereván. Jachaturián destaca el colorido de las regiones de la extinta URSS, pone a prueba al solista con trinos y dinámicas cambiantes y seduce al oyente con melodías cautivadoras. La versión ofrecida estuvo a muy alto nivel, con un más que correcto fraseo e idea de la afinación y una sugerente e hipnótica rapidez.

Jaffé supo agradecer tanto aplauso por parte del público aragonés con una propina interesante por lo inusual de su interpretación, como es la Aurora, de la Sonata número 5 de Ysaÿe.

La Décima Sinfonía de Dmitri Shostakóvich, es una de las mejores de su producción, junto a la Primera, la Quinta, la Séptima, la Novena y la Décimo tercera. Su segundo movimiento, Allegro, fue lo mejor de la obra, destacando el uso grupal de la cuerda, la madera y la percusión. Topchjan posee una idea más debussiana de dirección que la percutiva manera de Tjeknavorian. Dota a la música de Shostakóvich de un alma propia. A pesar de las pasiones y sentimientos que en ella quedan implícitos, la alargada sombra de Stalin y su reciente fallecimiento planeaban sobre la misma. No obstante, en el Allegretto, encontramos la firma musical del autor DSCH (re, mi bemol, do y si).


Por si todo esto no hubiera sido suficiente, como propina nos ofrecieron Topchjan y los suyos, el delicioso Adagio entre Frigia y Espartaco, del ballet del mismo nombre, de Áram Jachaturián. 

Aires bohemios: Jakub Hrůša y la Sinfónica de Bamberg en Madrid


Jakub Hrůša, visitó Madrid recientemente, de la mano de la Orquesta Nacional de España, para el “Carpenter Show”. Ahora lo hizo, apoyado por el Ciclo Ibermúsica, el pasado día 11 de noviembre, en calidad de director titular de la Orquesta Sinfónica de Bamberg. Es, además, director invitado permanente de la Filarmónica Checa como también lo es de la Tokyo Metropolitan Symphony Orchestra (TMSO). De hecho, con motivo del agravado estado de salud de Jiří Bělohlávek y posterior defunción, lo sustituyó al frente de los Filarmónicos checos, durante el Festival Enescu, de Bucarest, demostrando su enorme calidad y dominio de la batuta.

La bonita ciudad bávara de Bamberg, a orillas del Regnitz, posee una orquesta que puso a punto el británico Jonathan Nott, como han dado cuenta los conciertos de La Filarmónica y algunas grabaciones para el sello discográfico Tudor, con el que Hrůša mantiene el contrato. Es una agrupación alemana de tradición bohemia, con lo que la mezcla de estilos queda patente.

Hace dos años grabó Hrůša el ciclo de Mi Patria de Bedřich Smetana, junto a su Sinfónica de Bamberg, desde la Konzerthalle, demostrando su refinamiento y gusto por el detalle, cosa que prevaleció en su interpretación para la primera de las piezas del concierto madrileño, de la mano de Ibermúsica. En esta ocasión, únicamente pudimos disfrutar del Moldava (Vltava), conducido sin partitura, las dos flautistas supieron compenetrarse en ese impetuoso fluir del río praguense, la cuerda sonó ligera y el metal forte, las maderas estuvieron espléndidas y el solo de clarinete imperó haciendo su agradable entrada.



El Concierto para violín y orquesta de Jean Sibelius requiere de un solita de enorme dominio técnico, para lo que se contó con la premiada instrumentista rusa, Viktoria Mullova. Con un sonido árido en algunos pasajes, al modo de Gidon Kremer, no podía dejar de recordar su doble Primer galardón durante el Concurso Sibelius en los años 80, interpretando esta composición o su versión junto a Seiji Ozawa y la Sinfónica de Boston. Su medida del tiempo ha cambiado pero no su destreza y su idea del staccato. La orquesta y ella se compenetraron perfectamente, en una versión reflexiva y sosegada, acompañada siempre por un Stradivarius o un Guadagni.



Recordando uno de los temas de su CD, Stradivarius in Rio, Mullova agradeció al público su entrega y ovación con uno de los temas de inspiración brasileña.


La Novena Sinfonía, del Nuevo Mundo, de Antonín Dvorák, pasará a la historia de la Música como una de las más interpretadas y grabadas. Nuevamente sin partitura y haciendo gala de su otro compositor patrio, se encaramó al podio el maestro checo. Los violonchelos quedaban suspendidos en perfecta armonía frente al ataque de las trompas y el sonido de la flauta resultaba aterciopelado. El tema interpretado en el segundo movimiento por el corno inglés y el oboe quedó redondeado y pareciera como si el tiempo se hubiera suspendido.  Los dos últimos movimientos destacaron por su colorido, ritmo y melodía. 

jueves, 9 de noviembre de 2017

Que vienen los rusos por partida doble




La Orquesta Filarmónica de San Petersburgo y Yuri Temirkanov venían siendo los emblemas del Ciclo de Conciertos de Juventudes Musicales, para ser ahora dos de los pilares de Ibermúsica, en el Auditorio Nacional madrileño.

Se programaron dos eventos (días 5 y 6 de noviembre), para las Series Barbieri y Arriaga, en los que se incluyeron el Concierto para violín y orquesta de Brahms, junto al solista Serguéi Dogadin y la Cuarta Sinfonía de Piotr Ílich Chaikovski, para el primero de los mismos y un  programa netamente caucásico para el segundo, incluyendo dos composiciones de Nikolái Rimski-Kórsakov (La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh y Scheherezade) y en el aniversario del fallecimiento del autor de la Sinfonía Patética, interpretaron Temirkanov y los suyos nada menos que Francesca da Rimini.

Con total humildad y desprendido del divismo de otros, se aproxima el maestro Temirkanov al podio de estilo barroco y de madera añeja que le otorga magisterio y sublime calidad a lo que allí va a tener lugar. Como ya he comentado con anterioridad mi predilección acerca de la manera de dirigir sin batuta del director y su reverencial inicio hacia autores predominantemente rusos o de la órbita, con un gesto de marcada devoción y como si en cada mano poseyera un total de diez batutas, una por cada dedo. No pierde la atención a cada entrada solista y les sigue en conjunto e individualmente con la mirada surgida por encima de sus gafas y con cada una de sus indicaciones.

El primero de los disfrutables conciertos, demostró la sincronía de treinta años de estrecha colaboración, tras la etapa de Evgueni Mravinski. Aunque el Concierto para violín y orquesta de Brahms sea absolutamente magistral, en manos del maestro Temirkanov todo sonaba claro y perfectamente fraseado, como si de una lectura al detalle se tratara. De hecho, esta agrupación recibió varios galardones austriacos por la manera de afrontar la música de Brahms. Serguéi Dogadin posee una indiscutible técnica interpretativa que a veces le hace perder el sentido musical de la obra y su romanticismo, en pos de un sonido algo tosco y no demasiado refinado. Temirkanov, por su parte, subrayó lo poético y dramático de la obra.

Chaikovski y su Cuarta Sinfonía son el ejemplo de la satisfacción que sentía el autor por su obra. Temirkanov posee una idea total de la composición, destacando por el uso del incisivo metal, realzando el tono cálido de las maderas y mimando una cuerda que tocaba al unísono. La percusión fue apoteósica y dejó entrever una conclusión triunfal.


Ante las merecidas ovaciones y los bravos por parte del público asistente, el director de orquesta y los músicos de la orquesta optaron por interpretar una propina deliciosa, como es la Danza de los pequeños cisnes, del Lago de los Cisnes de Chaikovski.

El segundo de los conciertos definía la clara procedencia de sus intérpretes, con un maravilloso programa ruso. Con la Ciudad invisible de Kitezh de Rimski-Kórsakov, Temirkanov destacó la melodía mágica debussiana de la obra, en una especie de impresionismo siberiano, primando el uso de la cuerda y la madera junto a los toques delicados del arpa. Se hacía patente la treintena de años en el podio de la agrupación y la sintonía que desprenden. La percusión hizo su festiva entrada y en ningún momento se perdió el sentido del ritmo.

Chaikovski volvió  a hacer su aparición notable con Francesca da Rimini, pieza sugerida por su hermano Modest, a modo de fantasía orquestal con una utilización imponente de la agrupación filarmónica y con unos compases huracanados incluidos. Es una obra de marcado contenido psicológico y compleja estructura. Temirkanov supo destacar el sonido individual y colectivo otorgando a cada integrante su espacio y personalidad.

El punto final, a modo de las Mil y una Noches, lo puso Rimski-Kórsakov de nuevo, en este caso con su Scheherezade. Para ello, contó con la importante presencia del concertino, Lev Klichkov. La fantasía orientalista se vislumbraba con claridad y quedaron redondeadas las frases orquestales, en un carácter cíclico y casi hipnotizador. Desde el inicio, se imprimió un impactante temperamento a la música y Klichkov nos hacía recordar al mítico concertino de la Gewandhaus en tiempos de Masur, Karl Suske. La intensidad de este poema primó sobre algunos desajustes de entradas minoritarias y concluyó cerrando una página de apasionante lectura y emotiva escucha.


En este caso, la propina no podría ser otra que Chaikovski, conmemorando de nuevo su onomástica y rememorándole con el Pas de deux, del ballet Cascanueces.


Obras, compositores, intérpretes y director para el recuerdo…

lunes, 23 de octubre de 2017

Una carismática directora y un director consagrado


El domingo, 23 de octubre de 2017, asistimos a dos conciertos ejemplares, en el Auditorio Nacional de Música sito en Madrid, y que estuvieron marcados por la juventud y el futuro prometedor de la directora neoyorquina Karina Canellakis y la veteranía y el don para el tempo de Bernard Haitink.

La Orquesta y Coro Nacionales de España, tuvieron el acierto de elegir a la ganadora del Premio George Solti de dirección orquestal en 2016, con dos padrinos de excepción tutelándola de muy cerca: Fabio Luisi y Alan Gilbert. Para tal evento, se comenzó con una muy apropiada lectura de la Bruja del mediodía, una de mis oberturas predilectas, de Dvorák, junto al Goblin del agua. Canellakis hizo de Robert Silla su solista de oboe de excepción y quedó muy bien secundado por una cuerda empastada a la que seguiría en un segundo nivel toda la familia de maderas. Nada parecía baladí en manos de la directora, quedando todo marcado y exacto. Su mano izquierda redondeaba y puntualizaba frases con amplitud mientras la derecha era temperamental pero también sutil y nada exagerada. Un Dvorák en estado puro, con cambios melódicos y rítmicos que avisarían de la continuación del programa.

Para las Variaciones sobre un tema rococó, de Chaikovski, se contó con la versión original de su destinatario, el violonchelista Wilhelm Fitzenhagen. Edgard Moreau posee una técnica indiscutible que le pasó factura al final de una de las variaciones pero que en su conjunto estuvo acertado. Se le podría achacar algo más de color, pero estuvo plagado en todo momento de los matices de la escuela francesa de violonchelo. Es una pieza de un enorme virtuosismo, dulce pero compleja. Moreau posee una madurez inusual que quedó recompensada por el público matutino en aplausos y por el intérprete con una propina bachiana.

La segunda parte del concierto, quedo íntegramente consagrada a Las campanas, de Serguéi Rajmáninov, una obra colosal para orquesta y coro que recuerda a una continuación de Chaikovski con elementos de Músorgski. He de destacar el fabuloso papel del corno inglés (preciosa melodía) y de dos de las voces solistas, como fueron la soprano Olga Pudova y el bajo Alexander Vinodradov. Lástima que la poco voluminosa voz del tenor Alexey Dolgov quedase solapada por el contingente orquestal y vocal. Las voces susurrantes del Coro creaban un clímax absoluto y épico al principio y final de la obra, con un rayo de esperanza luminosa al término de la misma.




Por la tarde, nada menos que el afamado y casi nonagenario director de orquesta Bernard Haitink estaba invitado por Ibermúsica, acompañado por una orquesta con la que colabora muy a menudo, la Sinfónica de Londres. Haitink no es dado al exceso ni a desmedidas ornamentaciones. Posee claridad en sus indicaciones y es escueto, como demostró en la obertura de la Gruta de Fingal, de Mendelssohn, fiel al detalle en todo momento pero dejando que la orquesta fluyera, cosa que hizo Canellakis en la mañana. Mendelssohn nos desvela una maravillosa música programática.
Seguidamente, la joven solista Veronika Eberle, tenía preparada una lectura del Concierto para violín y orquesta, del mismo autor de la obertura anterior, Félix Mendelssohn. Recordaba su versión a un estilo similar al de Isabelle Faust y es que Eberle interpreta de manera elegante y virtuosa aunque con un sonido no muy amplio, con un Stradivarius “Dragonetti”, de 1700.

Haitink ha grabado en algunas ocasiones las Sinfonías de Brahms, con la Sinfónica de Boston, con la Concertgebouw de Ámsterdam (a la que se le asocia indiscutiblemente) y con la Sinfónica de Londres y  su propio sello discográfico. A priori, no es un director al que asociásemos con el autor hamburgués, pero su versión de la Segunda Sinfonía fue equilibrada y cuidadosa, manteniendo su lirismo y no faltándole temperamento. (1700),



martes, 25 de julio de 2017

Unas considerables Bodas de Fígaro mozartianas en El Escorial



Para ir finalizando el atractivo Festival de Verano, situado en el Teatro Auditorio escurialense, de nuestra sierra madrileña, se contó con un elegante montaje de Las Bodas de Fígaro, del genial Mozart, que ya había cosechado aplausos en el Festival dei 2Mondi, de Spoleto y en el Internacional de Cartagena, de Colombia.

Teniendo en cuenta tan especial evento (22-julio), se contó con un reparto homogéneo, encabezado por un barítono de enormes posibilidades, como es Lucas Meachem (Conde de Almaviva), secundado por una válida soprano como es Carmela Remigio (Condesa de Almaviva), seguida por una tremenda Katerina Tretyakova (Susanna), junto a un Simón Orfila que lo da todo como Fígaro y un Cherubino que estuvo en todo momento simpático, en manos de Clara Mouriz.

Mozart hizo acto de presencia, destacando, en “Se vuol ballare, signor contino”, “Non più andrai” (Fígaro), “Voi che sapete” (Cherubino), “Porgi, amor” (Condesa) y "Venite inginocchiatevi..." (Susanna).

Yi Chen Lin había dirigido la producción castellana de Carmen, en el Teatro de la Zarzuela, junto a María José Montiel, y si entonces supo conectar con la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, aquí, en Mozart, supo sacarle todo su jugo. La orquesta se amoldó a la directora de orquesta oriental y ella a los músicos, en un mismo ideal por hacer buena música juntos.

El montaje resultó algo carente en elementos pero recurrió al estilo clásico de la época, con un variado uso de vestuarios y aproximaciones a lo goyesco, rico en colorido y tendente, en ocasiones, a lo barroco. Un lleno absoluto justificaba tan importante momento operístico, aplaudiendo con efusividad tan equilibrada función.

Si ustedes no han podido asistir a ninguna de las dos funciones de El Escorial, no se preocupen porque la Quincena Musical donostiarra acogerá a Mozart con todo lo visto aquí, el 13 de agosto, en San Sebastián. 



jueves, 1 de junio de 2017

Aroma latino en Frankfurt


Andrés Orozco-Estrada posee un brillante currículum como director musical de la Sinfónica de Houston, titular de la Sinfónica de la Radio de Frankfurt y principal invitado de la Filarmónica de Londres. Lo escuchamos en Viena con la Tonkünstler-Orchester Niederösterreich, interpretando el ciclo sinfónico completo de Brahms y algunas de las sinfonías de Mendelssohn, así como la Fantástica, de Berlioz.

Desde 2014 dirige la Orquesta Sinfónica de Houston, con la que parece haberse mimetizado a la perfección para interpretar algunas de las composiciones más representativas de Antonín Dvorák.

Con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt, la misma que asociamos a Elihau Inbal y a Paavo Järvi, vino invitado el maestro de gesto espontáneo por el ciclo de conciertos de La Filarmónica. En una primera parte, la aún clásica Sinfonía número 1, de Ludwig van Beethoven. Orozco sonríe a los músicos alemanes y eso se transforma en música. Podría recordarnos en el podio a un Dudamel colombiano, en este caso. Sonó dinámico aunque algo monótono en los cambios rítmicos, con un trazo a veces robusto pero del que supo dejar claro el espíritu haydniano de la obra.

La segunda composición de la primera parte del concierto suscitaba mucho interés, ya que contaba con el afamado violonchelista Gautier Capuçon y se trataba de las Variaciones Rococó, de Piotr Ílich Chaikovski. Pese a una entrada irregular por parte de la orquesta, el experto Capuçon es sino el mejor, sí uno de los mejores virtuosos del instrumento cordófono y en la interpretación de las Variaciones, registradas junto a Valeri Gergiev y los profesores del Mariinski. Por su lado, Orozco-Estrada ya lo registró con los músicos del Meno y Jan Vogler, durante el Festival de Moritzburg.



Las cotas de afinación y entrega del solista superaron todas las expectativas y le hicieron dirigirse al público, haciendo gala de su simpatía natural, para terminar ofreciendo el Canto de los pájaros (Cant dels ocells), de Pau Casals.

Para la parte final del concierto, se optó por la versión de 1947 de La Consagración de la primavera, de Ígor Stravinski, que el director había grabado para el sello Pentatone, con los músicos de la agrupación radiofónica hacía un año. Posee el maestro una notable claridad para desentrañar sonoridades y hacer de esta, una pieza más raveliana que stravinskiana. Faltó algo de la rudeza y del carácter tempestuoso de la misma que aún así quedó muy bien resuelta y que nos hizo pensar que estábamos ante una de las obras magistrales del pasado siglo XX.




martes, 30 de mayo de 2017

Yuri Temirkanov y Leticia Moreno hacen sonar a la Madre Rusia


El pasado lunes, 22 de mayo, tuvo lugar un encuentro interesante y ya constatado en versión discográfica (Deutsche Grammophon) entre la poderosa y vibrante Orquesta Filarmónica de San Petersburgo y su titular desde la época posterior a Evgueni Mravinski, Yuri Temirkanov y la violinista española Leticia Moreno, con una maestría claramente en alza.

Siente Temirkanov una especial afinidad con la música de Shostakóvich, habiendo grabado casi la totalidad de sus sinfonías y sintiéndose especialmente cómodo en la Quinta, Séptima, Décima y Decimotercera. Entre el disco grabado con Moreno y los filarmónicos de San Petersburgo y el concierto comentado han transcurrido tres años para percibir un progreso en la carrera artística de Leticia, un valor en auge formado por Maxim Vengerov y que Juventudes Musicales de Madrid supo impulsar. Contó siempre con el apoyo del mítico violonchelista y director de orquesta ruso, Mstislav Rostropóvich y hace gala de tan bellos recuerdos.

Para interpretar el Primero de los Conciertos para violín y  orquesta, de Shostakóvich hace falta poseer una destreza en el arco sin igual, tener capacidad para el ataque y tener un asombroso sentido del ritmo. En esta obra se dan diferentes estados anímicos que van desde lo humorístico al sentido más amargo del sufrimiento humano. La prolongada estela de Stalin se deja entrever mientras el compositor va variando su percepción en el avance de los movimientos. Si David Oistraj fue un magistral intérprete de la misma junto a Mravinski en la fecha de su estreno, Leticia Moreno supo ser una fiel solista capaz de emocionar y ser toda una virtuosa en el escenario de la Sala Sinfónica del Auditorio madrileño.



El concierto se inició con una de esas piezas típicamente rusas que animan al espectador a que aprecie el precioso arte de la Música. Me refiero a la obertura de la ópera Ruslán y Ludmila, de Mijaíl Glinka, una pieza de un romanticismo sin igual, plagada del folclore caucásico y elementos orientalistas sumados al exquisito conocimiento melódico del compositor. Glinka visitó y se sintió embriagado por nuestro país, al que le dedicó algunas páginas y cuya placa conmemorativa se encuentra en la calle Montera.


El detallismo de Temirkanov hace que uno perciba cómo sus manos parecen poseer diez batutas. Para ello, en la Sinfonía Patética, de Piotr Ílich Chaikovski supo extraer la esencia, los aspectos líricos y los marciales, la poesía interior y el dramatismo final, a modo de Réquiem con conocimiento o no del autor (eso nunca lo sabremos). El fagot inicia desde lo profundo del corazón de Piotr Ílich su camino hacia el despliegue del resto de la orquesta. Con el segundo movimiento queda patente el complejo y empastado sonido de la cuerda del antiguo Leningrado y en el penúltimo de los tiempos, las maderas y metales relucieron. Parece complicado evitar el aplauso ante tan apoteósico y marcial pero merece la pena contener la respiración para sumergirnos en el último tiempo, el más reflexivo y vital. Pocas versiones describen el lamento final como la de Sergiu Celibidache y la Orquesta Filarmónica de Múnich (EMI) aunque Temirkanov contuvo la cadencia de los violonchelos y contrabajos hasta el último instante, segundos antes del aplauso.