miércoles, 5 de octubre de 2022

Chailly y la capacidad para articular el sonido

Para celebrar los 50 años de Ibermúsica como difusores y promotores musicales dentro y fuera de la capital, se contó con la Orquesta Filarmónica de la Scala de Milán con Riccardo Chailly al frente, para sus conciertos por nuestro país. Las piezas elegidas fueron las Sinfonías número uno de Beethoven y de Mahler, dos de sus favoritos.

También soplamos las velas de otro aniversario, el de la creación de esta orquesta italiana que lleva cuarenta años ofreciendo estupendas grabaciones y eventos culturales, desde que en 1982 la fundara el añorado Claudio Abbado. Desde 2015, Riccardo Chailly fue designado como director titular de la misma. Tras la muerte de Abbado, también se puso al frente de la Orquesta del Festival de Lucerna.

De la fructífera colaboración con los milaneses y el sello discográfico DECCA, han dado lugar a grabaciones de la talla del álbum dedicado a la música de Nino Rota, en las películas de Federico Fellini, el redescubrimiento de Luigi Cherubini, un estupendo monográfico sobre Respighi e innumerables registros de Verdi y Rossini.

Con la Gewandhaus de Leipzig dejó clara su pasión indagadora para sumergirse en lo que debería ser el “correcto” Beethoven, interpretándose sin demasiados aditivos ni florituras. Pone de manifiesto la tradición pero también el cambio que supuso a todos los niveles, usando los tempos originales. Es como si de un neoclásico se tratase, en esta Primera Sinfonía.

Muestra una lectura natural, plena y robusta, marcando los contrastes. El sonido se hace potente desde una cuidada articulación, avisa con su característica mirada. A veces, recuerda a Harnoncourt en las entradas instrumentales. No se olvida del aspecto haydniano del segundo movimiento, con una media sonrisa, gestos elegantes y el efecto de la sorpresa. El tercer tiempo se va fraguando desde el motor orquestal, hasta desembocar en el final. Beethoven se hace presente dejando atrás ese estilo dieciochesco, para anticiparse a la revolución. Chailly está pendiente del timbal, como si el propio Beethoven estuviera baquetas en mano.

Si Beethoven es uno de los compositores con los que Riccardo Chailly se siente más cómodo y representado, no lo es menos su amado Gustav Mahler. En Ámsterdam, al frente de la Orquesta del Concertgebouw, lo dejó patente en la fabulosa integral que realizara para DECCA aunque también en Leipzig registrara la obra en todo su esplendor.


Afronta su Mahler de una manera gradual, sin importar tomarse su tiempo. Los clímax van surgiendo y sucediéndose de forma espontánea y pausada. Posee una cualidad innata para hacer sentir lo que sucede en el podio, aterciopelado como la Scala milanesa. Los sonidos del bosque se van dando cita de manera gradual, la cuerda frasea sin complicaciones y las maderas y los metales aportan esa elegancia del norte italiano. La percusión parece estar en vilo ante las indicaciones del maestro Chailly, siempre atento a cada entrada de los solistas y en cuyo discurrir disfruta tanto o más que ellos. Ningún gesto parece excesivo o gratuito, todo lo tiene bajo control. Las trompas en pie aportan ese aspecto teatral y mágico en Mahler, grandilocuente pero profundo.

No hicieron falta propinas después de estas dos piezas colosales. ¿Qué se puede decir después de la Sinfonía Titán de Mahler? Todo quedó bien planteado y perfectamente descrito, desde los ruidos boscosos, el sonido del vals vienés o la canción infantil llevada a marcha fúnebre por los contrabajos y los violonchelos. El final… nos dejó sin palabras.



miércoles, 1 de junio de 2022

La Filarmónica de Varsovia en un programa menos frecuentado


Para el último de los conciertos dentro del ciclo de Ibermúsica se pensaba contar con
Temirkanov y la Filarmónica de San Petersburgo pero, debido al conflicto bélico actual y con la jubilación de su titular hasta la fecha, se acordó apostar por un valor seguro como es la Orquesta (Nacional) Filarmónica de Varsovia.

Fue muy emocionante que se avisara de la interpretación del Himno Nacional Ucraniano antes de ocuparse de las páginas de Lutoslawski, Rajmáninov y Grieg. El público se mantuvo respetuoso durante la interpretación, en pie. A uno se le pasa por la cabeza infinidad de imágenes en pos de la paz y en contra del conflicto.

Andrej Boreiko (San Petersburgo, 1957) hizo alarde de elegancia y de un bello trazo a la hora de dirigir a la orquesta de la que es titular desde la temporada 2019-2020. Dado que su corazón y su apreciación musical se debaten entre Polonia y Rusia, sabe entender perfectamente la tarea encomendada, con una lectura fresca y con pequeñas recurrencias folclóricas de la zona de Machów en la región de Rzeszów, en la Pequeña Suite (Mala Suita) de Witold Lutoslawski. Queda evidente que junto a Chopin y Szymanowski, forma parte de los primeros puestos en la lista de  autores de polacos. Se escribió en 1950 como una pieza para orquesta de cámara, comisionada por la Radio de Varsovia que un año después sería reorquestada para agrupación sinfónica. La primera interpretación correría a cargo de la Orquesta Sinfónica de la Radiodifusión varsoviana, dirigida por Grzegorz Fitelberg el 20 de abril de 1951. Recuerda a Béla Bartók y su uso de las tradiciones pero está concebida como una obra al modo del Concierto para orquesta.

En el Segundo de los Conciertos para piano y orquesta de Serguéi Rajmáninov, se invitó a un excelente solista, Behzod Abduraimov, a quien tuve la oportunidad de escuchar en Ámsterdam y junto a la Orquesta Sinfónica de RTVE, además de en numerosas grabaciones discográficas. Posee técnica, un uso del pedal comedido y una musicalidad innata. Entre el verano de 1900  y el mes de abril del año siguiente, escribiría Rajmáninov esta composición, con Alexandr Siloti como director del estreno en Moscú con la Filarmónica y su autor al piano. A pesar de las dudas de su autor, este concierto sigue siendo uno de los más aclamados, recuerda en múltiples pasajes al romanticismo de Chaikovski y se requiere de un virtuoso capaz de hacer frente a las complejidades de la partitura. El aplauso del público unánime. Para agradecérselo a los asistentes, nos obsequió con una deslumbrante lectura de “La campanella” de Liszt, sobre la música de Niccolò Paganini.


Cuando uno piensa en las composiciones de Edvard Grieg, le vienen a la cabeza su música escénica Peer Gynt (sobre la obra de Ibsen), el Concierto para piano y orquesta o la Suite Holberg. Perfecto conocedor de la armonía, Grieg no se sintió nunca atraído por su Sinfonía en do menor, una obra que nunca quiso que viese la luz ni se interpretara al considerarla una pieza de su etapa estudiantil. Inspirado por Debussy y Ravel y atento siempre a los consejos sabios de Liszt, Grieg se debate siempre entre la amalgama de sonidos orquestales y las melodías noruegas. El desarrollo de Grieg me recuerda al de muchas de las composiciones de Jean Sibelius, con el aporte de Niels Gade a quien el autor respetaba y admiró. Una obra a tener muy en consideración, con un precioso Allegro molto, un sentido Adagio espressivo, un sensacional intermezzo y un contundente Finale: Allegro molto vivace. Apoteósico y casi podría decirse que épico pese a no respetar aquello que escribió Grieg de que “nunca debería interpretarse”…


El mencionado Fitelberg orquestó la Polonesa de Chopin que pondría, ya sí, el broche final a este estupendo concierto de final de temporada.     



martes, 17 de mayo de 2022

El sinfonismo de Brahms según Daniel Harding


Programar alguna de las composiciones orquestales de Johannes Brahms, siempre resulta un acierto y no cabe duda de que la Quinta de las Danzas húngaras se sitúa en la lista de las propinas más interpretadas de las salas de concierto internacionales. Daniel Harding (Oxford, 1975) trajo a la Orquesta de la Radio de Suecia a interpretar las páginas orquestales del compositor de Hamburgo, tanto a Barcelona como a Zaragoza y a Madrid. 

El ciclo de conciertos de La Filarmónica propuso para los pasados días 9 y 10 de mayo, en el Palau de la Música Catalana, la integral de sinfonías brahmsianas. Un día después, en Zaragoza, fueron las impares y el 12 de mayo de 2022 en Madrid sonaron las sinfonías pares, es decir, las números dos y cuatro.

A Harding le gusta la dirección orquestal al mismo nivel que la aviación comercial, hecho este que compagina con su actividad como titular, desde hace quince años, de la Orquesta Sinfónica de la Radio Sueca, con la batuta como invitado de la Sinfónica de Londres y como piloto de Air France. Un verdadero hombre-orquesta que tiene tiempo para todo, desde su convicción y de manera apasionada. Escuché su grabación de hace algunos años de las Sinfonías Tercera y Cuarta, con la Deutsche Kammerphilharmonie de Bremen con un toque historicista. 

Ahora se adentra en el terreno de las masas orquestales, el uso del rubato (aligerando algunos pasajes y creando un efecto dramático y de mayor tensión en otros), con rigor, tendente a una linealidad parecida a la de Simon Rattle (de quien fue asistente) aunque siempre dentro de la corrección y la elegancia. Reconoció hace poco, en una entrevista de La Vanguardia, que la Segunda es la que le hace sentirse más cómodo y no le hace sufrir, como las otras, de puro agotamiento. La luz le transporta a ese amor y la devoción absoluta que sintió Brahms por los Schumann y, concretamente, por Clara.

Curiosamente su visión de la Segunda me gustó algo menos que la de la Cuarta, sonando esa redonda en casi todas las secciones.

La cuerda parece un absoluto motor en pleno rendimiento, afinada y empastada casi a la perfección, las maderas sonaron cálidas pero no deslumbrantes, los metales fueron poderosos pese a algún desliz que quedó minimizado por el conjunto y la percusión tuvo siempre carácter. De la Cuarta, debo destacar el apasionamiento de la cuerda en su Allegro ma non troppo, el precioso pizzicato del Andante moderato y los temperamentales tercer y cuarto tiempos.



jueves, 21 de abril de 2022

La Orquesta Philharmonia expresa su temperamento con Rouvali


El joven director de orquesta finlandés Santtu-Matias Rouvali (Lahti, 1985) volvió a Madrid de la mano de Ibermúsica,
junto a la orquesta de la que es titular y sucesor de su compatriota Esa-Pekka Salonen: la Philharmonia de Londres. Rouvali compagina esta actividad con la Sinfónica de Gotemburgo y la Filarmónica de Tempere.

Antes de dar comienzo la primera parte del evento, una de las responsables del ciclo de conciertos, tuvo unas estupendas palabras en recuerdo de los dos grandes pianistas fallecidos recientemente y con los que Ibermúsica y su creador, Alfonso Aijón, tuvieron un vínculo especial: Nicholas Angelich y Radu Lupu.

La primera vez que escuché a Nicola Benedetti (Irvine, 1987) fue con su debut en el sello DECCA, en un trabajo de tintes barrocos, llamado “Italia”, en el que se enlazaban sus raíces escocesas e italianas. Me sorprendió muy gratamente tanto por su delicadeza como por su pasión, interpretando las páginas de Vivaldi, Tartini y Veracini en compañía de la Orquesta de Cámara de Escocia.

Para iniciar un concierto que fue in crescendo, Benedetti eligió a Beethoven y su compleja y dinámica obra en re mayor opus 61. Desde el comienzo todos parecieron entenderse a las mil maravillas, a través de las bellas sonoridades del Stradivarius “Gariel” de 1717 en manos tan virtuosas como las de la escocesa, con una agilidad casi imposible a través de las cuerdas y del dominio del arco. El discurso resultó fluido, con el toque plástico de su director y con la capacidad de la solista. Se creaban planos, se resaltaron detalles y todo pareció homogéneo. Debo destacar la cadencia del primer tiempo y los pizzicatos de la cuerda, además de la entrada del timbal, el precioso y sutil Larghetto y la entrega que puso a lo largo de su interpretación y un final tarareable e inmediatamente reconocible que culminó de manera deslumbrante, poniendo al público a aplaudir con ímpetu.

Como agradecimiento ante la insistencia de los allí presentes, nos dedicó una pieza tradicional que denominó como un  “regalo de Escocia” titulado Auld Lang Syne.

El plato fuerte vendría con la Quinta Sinfonía de Chaikovski, una obra que tanto la agrupación creada por el productor Walter Legge en 1945 como Rouvali conocen a la perfección. Hablaba de las manos de Benedetti al entender a Beethoven, pero es que Rouvali seguía los vibratos de la cuerda chaikovskiana con su mano izquierda, haciendo el mismo gesto, dotaba a las entradas de carácter y seguía el desarrollo melódico. Si el primer movimiento fue detallado y nutrido por el uso del rubato, esperaba con emoción un segundo tiempo en el que el solo de trompa me hubiera seducido algo más, aunque las cuerdas graves y las maderas estuvieron perfectas. Precioso sonó esa especie de patinaje sobre hielo del Vals y contundente resultó el final.

Esta noche recogió un lleno casi absoluto, con un público no tan distraído por el uso del móvil o las sonoridades de los papelillos que recubren los caramelos, sino atentos a lo que se daba cita sobre el escenario. Auguro muchos éxitos a Rouvali, por su apasionada cercanía tanto a los músicos como a los compositores que interpreta. Admira la rapidez con la que responden los británicos a sus indicaciones y que él perfila aportando ese toque especial, como de un actor ante su público.



domingo, 10 de abril de 2022

La sabiduría al interpretar a Beethoven y Mahler

El ciclo de conciertos de La Filarmónica volvió a contar con la Orquesta Sinfónica de Düsseldorf y su director titular, Ádám Fischer, dentro de su programación tras los éxitos cosechados con la Sinfónica de Viena y al interpretar la Novena Sinfonía de Gustav Mahler, en enero de 2019, junto a esta agrupación alemana. Lo hace ahora con la soberbia pianista georgiana Elisabeth Leonskaja, en sustitución de otro pianista ilustre, András Schiff, que ha tenido que cancelar su aparición española por una caída. El programa tuvo en su primera parte el Concierto para piano y orquesta número 5 de Ludwig van Beethoven y en la segunda, una nada convencional aproximación a la titánica Sinfonía número 1 de Gustav Mahler.

La familia Fischer constituye una saga musical en Hungría. Su hermano Iván es también director de orquesta y creador de la sensacional Orquesta del Festival de Budapest y su primo György dirigió la Ópera de Colonia durante veinticinco años y estuvo casado con la soprano Lucia Popp. Su padre ocupó el podio de la Orquesta de la Radio Húngara y su tío sería director de coro.

El Quinto de los Conciertos para piano de Beethoven transmite parte de toda la esencia de su autor, en una de las páginas más rotundas jamás escritas para este instrumento solista. Leonskaja posee una madurez, entrega y lirismo que la hacen valedora de un respeto internacional cosechado desde muy joven y cuyo temple y claridad en el fraseo, hacen de su lectura un momento ejemplar. Sonaron rotundos muchos pasajes de los movimientos extremos y de una poesía única su segundo tiempo, Adagio un poco moto. La cercanía de Düsseldorf con Bonn, ciudad natal de Beethoven, imprimía un halo de autenticidad a lo que en nuestra sala de conciertos se estaba escuchando. Uno parecía asomarse a contemplar el curso del Rhin con Ludwig van.

Fischer estuvo pendiente a cada entrada orquestal, siguiendo con atención y cuidado a la “dama del piano”. Tuvieron entradas estelares el fagot y el timbal, sumados a una cuerda empastada. Recordemos que la tradición clásica de Ádám Fischer es irreprochable, con notables grabaciones de toda la obra sinfónica de Haydn con una orquesta de su creación, en 1987, la Austro-Húngara

“Siempre que dirijo Mahler, intento formular el mundo de cada sinfonía y su contenido emocional; lo hago en una forma que yo pueda aprehender. Desde fuera de la música, imagino historias que giran alrededor de mí mismo…es el resultado de un largo proceso, en el curso del cual me aseguro de que las partituras se conviertan en mi más íntima convicción. En mi opinión, esta es la labor del director, exactamente lo opuesto a un trabajo reglamentado”, relata el mismo Ádám Fischer.

Su visión de la Sinfonía número 1, denominada Titán, de Gustav Mahler nos tuvo en vilo a lo largo de su interpretación. Un entregado director de orquesta creaba sonoridades rara vez escuchadas en un concierto en vivo, haciendo uso del rubato (relentizando y acelerando algunos pasajes). La penumbra y el sonido del bosque con cada una de las apariciones instrumentales, el vals vienés y su versión mahleriana, la matizada orquesta judía del penúltimo movimiento y el final que vuelve a la naturaleza como si de un poema sinfónico se tratara, con un inicio y final en la madre Gaia. 

La orquesta se entregó de lleno pese a leves desajustes en alguna de las trompas. El conjunto fue apoteósico, con el aplauso triunfal del público ante un agotado director al que aún  le quedaron fuerzas para regalarnos la más conocida de las Danzas húngaras de Brahms, la número 5.