miércoles, 1 de junio de 2022

La Filarmónica de Varsovia en un programa menos frecuentado


Para el último de los conciertos dentro del ciclo de Ibermúsica se pensaba contar con
Temirkanov y la Filarmónica de San Petersburgo pero, debido al conflicto bélico actual y con la jubilación de su titular hasta la fecha, se acordó apostar por un valor seguro como es la Orquesta (Nacional) Filarmónica de Varsovia.

Fue muy emocionante que se avisara de la interpretación del Himno Nacional Ucraniano antes de ocuparse de las páginas de Lutoslawski, Rajmáninov y Grieg. El público se mantuvo respetuoso durante la interpretación, en pie. A uno se le pasa por la cabeza infinidad de imágenes en pos de la paz y en contra del conflicto.

Andrej Boreiko (San Petersburgo, 1957) hizo alarde de elegancia y de un bello trazo a la hora de dirigir a la orquesta de la que es titular desde la temporada 2019-2020. Dado que su corazón y su apreciación musical se debaten entre Polonia y Rusia, sabe entender perfectamente la tarea encomendada, con una lectura fresca y con pequeñas recurrencias folclóricas de la zona de Machów en la región de Rzeszów, en la Pequeña Suite (Mala Suita) de Witold Lutoslawski. Queda evidente que junto a Chopin y Szymanowski, forma parte de los primeros puestos en la lista de  autores de polacos. Se escribió en 1950 como una pieza para orquesta de cámara, comisionada por la Radio de Varsovia que un año después sería reorquestada para agrupación sinfónica. La primera interpretación correría a cargo de la Orquesta Sinfónica de la Radiodifusión varsoviana, dirigida por Grzegorz Fitelberg el 20 de abril de 1951. Recuerda a Béla Bartók y su uso de las tradiciones pero está concebida como una obra al modo del Concierto para orquesta.

En el Segundo de los Conciertos para piano y orquesta de Serguéi Rajmáninov, se invitó a un excelente solista, Behzod Abduraimov, a quien tuve la oportunidad de escuchar en Ámsterdam y junto a la Orquesta Sinfónica de RTVE, además de en numerosas grabaciones discográficas. Posee técnica, un uso del pedal comedido y una musicalidad innata. Entre el verano de 1900  y el mes de abril del año siguiente, escribiría Rajmáninov esta composición, con Alexandr Siloti como director del estreno en Moscú con la Filarmónica y su autor al piano. A pesar de las dudas de su autor, este concierto sigue siendo uno de los más aclamados, recuerda en múltiples pasajes al romanticismo de Chaikovski y se requiere de un virtuoso capaz de hacer frente a las complejidades de la partitura. El aplauso del público unánime. Para agradecérselo a los asistentes, nos obsequió con una deslumbrante lectura de “La campanella” de Liszt, sobre la música de Niccolò Paganini.


Cuando uno piensa en las composiciones de Edvard Grieg, le vienen a la cabeza su música escénica Peer Gynt (sobre la obra de Ibsen), el Concierto para piano y orquesta o la Suite Holberg. Perfecto conocedor de la armonía, Grieg no se sintió nunca atraído por su Sinfonía en do menor, una obra que nunca quiso que viese la luz ni se interpretara al considerarla una pieza de su etapa estudiantil. Inspirado por Debussy y Ravel y atento siempre a los consejos sabios de Liszt, Grieg se debate siempre entre la amalgama de sonidos orquestales y las melodías noruegas. El desarrollo de Grieg me recuerda al de muchas de las composiciones de Jean Sibelius, con el aporte de Niels Gade a quien el autor respetaba y admiró. Una obra a tener muy en consideración, con un precioso Allegro molto, un sentido Adagio espressivo, un sensacional intermezzo y un contundente Finale: Allegro molto vivace. Apoteósico y casi podría decirse que épico pese a no respetar aquello que escribió Grieg de que “nunca debería interpretarse”…


El mencionado Fitelberg orquestó la Polonesa de Chopin que pondría, ya sí, el broche final a este estupendo concierto de final de temporada.