sábado, 1 de octubre de 2016

Concierto inaugural de la temporada en la Fundación Juan March, con Iván Martín


Lleno absoluto el producido por el comienzo de la nueva temporada de Conciertos de la Fundación Juan March, a manos del enérgico y cuidadoso pianista canario, Iván Martín y su conjunto, el Ensemble Galdós.  Los dos maravillosos compositores elegidos fueron Wolfgang Amadeus Mozart y Johann Sebastian Bach, quienes a través de sus Conciertos para piano (clave) y orquesta, interpretados por los jóvenes músicos a modo de orquesta de cámara, hicieron las delicias de los allí presentes.

Iván Martín se desenvuelve con soltura ante la interminable creatividad del kantor de Leipzig y su obra BWV 1055, en sus tiempos Allegro, Larghetto y Allegro ma non tanto. Usa comedidamente el pedal y su teclado parece quedársele corto, en una continua acentuación de notas que llenan el espíritu y suscitan una sonrisa de disfrute. La reflexión se hace patente en los movimientos intermedios, tanto en sus Larghettos, como en sus Andantes o Adagios.

Presten especial atención al Largo, del Concierto para clave (piano) y orquesta, BWV 1056, que resulta ser una muestra de la mente creadora del maestro Bach, uno de los padres de lo de que hoy denominamos como Música Barroca y que suena sacro en los momentos trascendentales y vivaldiano en los apresurados. Suele decirse que los ritmos sincopados del Jazz provienen de Beethoven, aunque yo diría que no, que ya Bach se anticipó a ellos.

Martín recuerda a David Fray en muchas ocasiones, desarrollando con calidez cada uno de los matices, manteniendo un tiempo siempre correcto y acompañado por algunos de los componentes de su ensemble, la Galdós.

Iván se siente cómodo tanto en Bach como en Mozart y aunque destaca las delicias del primero, es un intérprete sumamente musical, cercano  al segundo. Si el pianista  Alfred Brendel define lo humorístico de Haydn en la Música, Mozart será su continuador inmediato. En su versión del Concierto para piano y orquesta KV 107/1, Martín se centra en el precioso Andante para recordarnos la galantería clásica en el Tempo di menuetto.


La temporada de la Fundación March, se plantea muy interesante y variada. Un ciclo de Músicas que nos ayudarán a meditar dará paso a otro de Beethoven y Schubert al fortepiano, con figuras de la talla de Andreas Staier, Bart von Oort, Kristian Bezuidenhout y Arthur Schoonderwoerd. La Música en las monarquías del Antiguo Régimen, nos llevará por las cortes del emperador Carlos V y del melómano Enrique VIII y el Jazz hará su incursión con un destacable Jerry González Trío. Pascal Rogé se acercará a Debussy  y Ligeti, Messiaen y Scriabin serán bienvenidos gracias a jóvenes intrépidos del teclado. Los más plausible y elemento motor para un futuro algo más humanista, vendrá de la mano de dos ciclos: Conciertos en familia y eventos didácticos. 

martes, 20 de septiembre de 2016

Gianandrea Noseda con la Sinfónica de Londres


Vino el director de origen italiano, Gianandrea Noseda, con la orquesta de la que es segundo maestro invitado, la Sinfónica de Londres. El primero de los dos conciertos, ofrecidos en Madrid, gracias a Ibermúsica, empezó con la Obertura de la ópera Los Maestros Cantores de Núremberg, de Richard Wagner, para seguir con el poema sinfónico, El Mar, de Claude Debussy y finalizar, con la Sinfonía número 5, de Dmitri Shostakóvich. El día posterior, los londinenses comenzaron con una Obertura de Verdi, en este caso de la ópera Las Vísperas Sicilianas, prosiguió la velada con el Concierto para trompeta y orquesta en mi bemol mayor, de F.J. Haydn y concluyó con la Sinfonía número 2, de Serguéi Rajmáninov.

El eclecticismo del maestro Noseda, muy habitual en la escena británica y batuta sabia en Cadaqués, le hace dirigir a los habituales del repertorio sinfónico sin parpadear demasiado a la hora de enfrentarse a nuevas partituras y a compositores no del todo conocidos.

La Orquesta Filarmónica de la BBC (ahora con el español Juanjo Mena al frente), tuvo en Noseda a un director capacitado pero algo variable en sus conceptos globales, apoyado en las lecciones de los maestros Valeri Gergiev y Myung-Whun Chung. Pudo revitalizar las figuras de Casella, Petrassi, Respighi y Castiglioni, que le son muy cercanos. No se olvidó de dos genios del siglo XX a los que adora, como son Prokófiev y Bartók y ha dirigido con énfasis a Rajmáninov.

Para la primera de las tardes melómanas, Noseda se enfrentó a un autor del que no es un usual defensor, como es Wagner. Recuerdan sus giros a los de Gergiev, en mucho de los ataques, aunque se echa en falta algo de poesía en el fraseo. Su Debussy, sonó bastante empastado, con momentos solistas brillantes y su Quinta de Shostakóvich estuvo muy inspirado por el maestro ruso, de quien fuera alumno aventajado. En el sello discográfico Chandos, podemos hacernos una idea de su devoción por el autor, del que destaca siempre su capacidad para lo rítmico, desatando todo un despliegue de medios instrumentales. Grabó los Conciertos para violonchelo y orquesta, junto a la Radio Danesa y el solista Enrico Dindo y las más inhabituales obras sobre Michelangelo, con la Filarmónica de la BBC.

La Sinfónica de Londres ha grabado uno de sus mejores discos con Noseda. Se trata del Réquiem de Guerra, de Benjamin Britten. Aunque si cabe, lo más destacable del álbum, sea el elenco vocal, del que destacan: Sabina Cvilak (soprano), Ian Bostridge (tenor), Simon Keenlyside (barítono).

Ayudó a destacar el poderío de Verdi tanto en el monográfico de la creciente Anna Netrebko como del variable Rolando Villazón, ha dirigido la música sacra del italiano en Turín y nada menos que dos fabulosas óperas: Aida y Don Carlo. En el último concierto de Madrid, la obertura de Las Vísperas, sonó arrebatadora.

Haydn no parece ser un plato del gusto de Noseda, pero sí del solista de trompeta de la Sinfónica de Londres, Philip Cobb, que lo realizó con soltura, homogeneidad y afinación.


Su Rajmáninov fue lo mejor de la tarde-noche, aunque se echara de menos la melancolía de un Previn o de un Sanderling. A Noseda lo ruso le viene de lejos, de sus años en el Mariinski…

Debo destacar la excelente sonoridad de la Orquesta Sinfónica de Londres, con sede en el Barbican Centre de la City. La prestigiosa agrupación cuenta con Simon Rattle, como director musical desde la salida de Valeri Gergiev y con dos maestros invitador de primer orden: el mencionado Noseda y Daniel Harding.


Resalta la calidez de la madera, el brío de los violines a manos del ejemplar Carmine Lauri y los violonchelos con el afamado Tim Hough ubicado en el primer atril. El metal sonó vibrante y apoteósico en las dos sinfonías, muy equilibrado y riguroso. 

Estén muy atentos al programa extraordinario que Ibermúsica tiene preparado para el día 28 de septiembre, a cargo de los estupendos Niños Cantores de Viena, con un variado y suculento concierto que hará las delicias de grandes y pequeños. 

sábado, 14 de mayo de 2016

Temirkanov o el director de las diez batutas


Al final se optó por la recepción de la Orquesta Filarmónica de la antigua Leningrado, con su director tras la “era Mravinski”, Yuri Temirkanov, en lugar de la Sinfónica de Dallas, que tiene en Jaap van Zweden a su nuevo titular. El repertorio de los rusos de San Petersburgo, no fue otro que el protagonizado por grandes compatriotas del nivel de Rajmáninov, Shostakóvich y Prokófiev. Para tales eventos, se contó con la participación de un buen pianista, como es Andréi Korobeinikov y de un coro español, de la talla del Orfeón Pamplonés.



Para el primero de los dos conciertos que ofrecieron los rusos en Madrid, se contó con la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Serguéi Rajmáninov. Desde el inicio, Korobeinikov se ensambló con la orquesta, sin hacer demasiados alardes de virtuosismo en un continuo fluir de accelerandos y diminuendos. No parecía un solista y una orquesta o viceversa, sino un piano dentro de la agrupación sinfónica. Los momentos lentos incrementaban su valía artística y en los pasajes de mayor énfasis, destacó por una enorme capacidad percutiva pese a estar desligada del sentido del fraseo.

Esta última obra concertante de Rajmáninov, posee la sabiduría acumulada tras una vida dedicada al instrumento del que tantas veces había sido intérprete, homenajeando aquí a su admirado compositor y violinsta, Niccolò Paganini. La obra adquirió tales dimensiones que sería estrenada en el Covent Garden londinense en forma de ballet, utilizando el Capricho número 24, del autor italiano.

Si por algo destaca esta maravillosa obra es por su capacidad dramática y en, cierta medida, también por su virtuosismo global.

Desde el Concurso Scriabin de Moscú en 2004 y el Festival de la Roque d’Antheron, Korobeinikov se ha ido especializando en interpretar autores rusos y del repertorio clásico y romántico europeo.




La segunda parte, la ocupó íntegramente la Sinfonía número 7, llamada Leningrado, de Dmitri Shostakóvich. La rotundidad de la cuerda, la intensidad y precisión de la caja y lo impetuoso del metal, reflejan el dramatismo y poderío de la composición. Por un lado marcan  el asedio de los nazis y según el autor, también el horror de las purgas estalinistas. La obra se debate entre la desolación y el horror y la posibilidad lejana de un futuro mejor. Versión intensa la de Temirkanov y los suyos, en la que se palpaba el acercamiento de las tropas, desde la caja,  y opresión sobre la ciudad que lleva su nombre a cargo de los dictadores de cualquier índole. Por cierto, una fabulosa lectura la suya que quedó registrada hace tiempo por el sello RCA y que volvieron a registrar en 2010, para el sello Signum. En Temirkanov nada es a medias, todo suena apasionado y vigoroso. El director de orquesta prescinde de la batuta porque, según dice, “para qué usarla cuando puedes tener diez batutas trabajando con las manos”.



El segundo de los conciertos, comenzó con el Primer Concierto para violín y orquesta, de Shostakóvich. El solista fue el joven virtuoso ruso Serguéi Dogadin, quien puso destreza y entrega en una compleja obra llena de claroscuros. Toca un soberbio Guadagni de 1765 del que supo extraer sus notas más graves, en algunos momentos de claro lamento. Impecable y dinámico resultó el final de la interpretación del talentoso músico, heredero del legado dejado por David Oistraj, el emblema del arco ruso a quien iba dirigida la composición del mismo.  Tiempos convulsos, de una enorme privación de libertad en la era Zdánov, que hicieron que Shostakóvich radicalizara su pensamiento musical y plasmara la situación histórica y política en un pentagrama.



A Temirkanov le fue encargada la importante tarea de dirigir la reconstrucción, de la banda sonora de la película de Eisenstein, Alexandr Nevski, de Serguéi Prokófiev. Se nota que al director de orquesta le apasiona dirigirlo y para esta ocasión no vino con un Coro ruso, sino que se contó con el capacitado Orfeón Pamplonés, poseedor de un estupendo equilibrio vocal. La voz solista de Olesia Petrova sirvió para representar a la Madre Rusia, en un bello ejercicio de semi-escenificación, saliendo desde el lateral del escenario. Rusia queda representada desde su ocupación de los mongoles y narra la victoria de Nevski sobre los teutones.


Prokófiev representa en esta cantata un importante trabajo que le hará colaborar en otras genialidades de Eisenstein, como El acorazado Potemkin y Octubre.  

miércoles, 4 de mayo de 2016

El kapellmeister Herbert Blomstedt



El Ciclo de Conciertos de Ibermúsica propuso al veterano y entregado director de orquesta, Herbert Blomstedt y a la Orquesta Philharmonia de Londres, para interpretar en dos fechas las bellas partituras de Mozart (Sinfonía número 39) y Beethoven (Pastoral y la Sinfonía número 7) y la conocida como Sinfonía Romántica, la Cuarta, de Anton Bruckner.

Herbert Blomstedt pertenece a una generación de maestros de la batuta que va diluyéndose con el paso del tiempo y que a sus casi noventa años, sigue haciendo giras por el mundo, defendiendo el gran repertorio germánico y nórdico. Americano de nacimiento pero sueco de origen, estudió en Estocolmo y Uppsala, se formó con Ígor Markevich y pasó por diferentes agrupaciones hasta llegar a la Radio Danesa, de la que actualmente es su Director Honorífico. Durante diez años se puso al frente de la Staatskapelle de Dresde (1975-1985), una etapa fructífera que duraría hasta la toma de posesión de su cargo en la Sinfónica de San Francisco. Ahora sigue apareciendo como brillante invitado en otra de las ciudades de la antigua RDA, me refiero a la Gewandhaus de la encantadora Leipzig.

Siempre se ha distanciado de la ópera, aunque su versión de Leonore, que dio paso a Fidelio, de Beethoven, haya sido insuperable. Su ciclo sinfónico schubertiano y su ideal beethoveniano, son dos de los ejemplos clave en su etapa en Dresde. En Leipzig ha fomentado la programación de su querido Anton Bruckner y en San Francisco hizo uno de los mejores ciclos sobre Nielsen que se puedan encontrar en CD, mejor aún que el que realizó en Dinamarca. Richard Strauss y Mendelssohn han sido dos de sus fuertes, con momentos clave, como la celebración que realizó la Gewandhaus  en su aniversario como director y con el apoyo de Thibaudet, para el segundo de los autores, interpretando los conciertos del autor de El sueño de una noche de verano.


Uno de los compactos que representan su impronta mozartiana, es el que realizara junto a Edda Moser (su querida Leonora beethoveniana), en un disco que compila sus arias en concierto, magistralmente desarrollado. Una de las versiones de Peer Gynt, de Grieg, es la suya, con la Sinfónica de San Francisco, en una toma con toda su ornamentación argumental.



Herbert Blomstedt posee un cuidado especial para los matices, suele vérsele dirigir sin usar ni la batuta ni la partitura y marca con elegancia los compases y las diferentes entradas solista. Conoce su repertorio, que sin ser extenso, resalta siempre con detalle y precisión.

Su Beethoven es un referente absoluto, con una musicalidad y una belleza estructural que se palpa. Sacó de los maestros londinenses lo mejor de sí mismos, recordando a una Staatskapelle. Lo comedido del tempo quedaba definido con sabiduría para resolverlo con un ataque o una marcada acentuación. Blomstedt posee un estilo musical definido por el sentido estético y musical. Recuerda su lectura de la Pastoral a aquella frase dicha por Bruno Walter, acerca de que para dirigir esta sinfonía uno tiene que amar la naturaleza. La vida diría yo. Este octogenario, casi nonagenario, posee una soberbia capacidad memorística, una palpable simpatía y una entrega total a la música, los intérpretes y el público.



Si la Pastoral podría tratarse como una obra descriptiva, la Séptima, posee los indicativos suficientes para hacerla una composición magistralmente reflexiva, perfecta en su conjunto y con unas dosis de biográfica.

Su visión de la Sinfonía número 39, de Mozart, se realizó con una filosofía de gran envergadura, definiendo la pieza en un recordatorio haydniano, con enormes dosis de estructuración y enfatizando la frescura de la pieza, sin dejar de lado sus silencios como partes de la obra. El director de orquesta Otmar Suiter, alumno de Clemens Krauss y uno de los genios olvidados de la DDR, hablaba sobre la sensibilidad que transmite esta pieza y su maravillosa musicalidad.

Para dirigir a Bruckner uno tiene que tener la capacidad de entender a Mahler y viceversa. La Cuarta de sus Sinfonías parece una consecuencia lógica del avance que tienen las Sinfonías de Brahms y el peso de la fe y la naturaleza del Hombre.



La Philharmonia de Londres, que esta vez no vino regida por su titular, Esa-Pekka Salonen, se entregó a fondo, con una bella y joven solista de trompa, unos poderosos trombones y el atento fraseo y la musicalidad de las maderas y las cuerdas. La reflexión estuvo al servicio de una música que a veces suena impetuosa, apabullante y vigorosa, pero otras respira paz, armonía campestre y lucidez. Bruckner parece que toca un maravilloso y grandioso órgano, en forma de orquesta sinfónica. Esta es la Romántica, la Cuarta Sinfonía, de un autor que desprende multitud de ideas mientras desarrolla muchas otras.


Ojalá que Blomstedt visite nuestro país con mayor frecuencia. Siempre es un placer inenarrable verlo subido al podio de nuestro madrileño Auditorio Nacional. Por lo pronto, hará su incursión el Festival de los Proms de la BBC, a finales de agosto de este 2016, junto al pianista húngaro Andras Schiff, para interpretar a su cuidado Beethoven, con el apoyo de la Gewandhaus de Leipzig, en un programa que incluirá la Obertura de Leonora (número 2), el Concierto para piano y orquesta número 5 y la Séptima Sinfonía. 

martes, 26 de abril de 2016

Programa eslavo en la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales


Interesante fue el concierto ofrecido el domingo 24 de abril de 2016, a cargo de la OCNE, acompañados por la directora oriental, Xian Zhang, nombrada responsable musical de la Orquesta Sinfónica de Nueva Jersey y que lleva ocupando los podios de agrupaciones tan señeras como la Sinfónica de Milán y la Orquesta de la BBC de Gales. La briosa y temperamental artista, se subió al escenario madrileño con tres partituras de gran personalidad, como son la Marcha eslava y el Concierto para violín y orquesta, de Chaikovski (con el soberbio Ray Chen) y la Misa Glagolítica, de Leos Janácek, con un equilibrado plantel de voces solistas, nuestro cada vez más cuidado Coro Nacional y el valor añadido del grandioso órgano de la Sala Sinfónica.

Siempre que escucho una nueva versión de la Marcha eslava, de Piotr Ílich Chaikovski, me retrotrae a una grabación de la que guardo un especial cariño, como es la que efectuara el siempre añorado Claudio Abbado, en su etapa al frente de la Sinfónica de Chicago. La progresión ascendente de esta obra y marcada en diferentes escenas o episodios, la hace tremendamente gráfica y puede ser complementaria de la Obertura 1812, de un carácter épico y nacionalista, a mayor honra del Zar.



En el Museo Glinka, se conserva la partitura original de esta Marcha serbio-rusa sobre temas folclóricos eslavos, que comienza con las cuerdas graves y se va posicionando hacia los instrumentos de sonido agudo, al inequívoco ritmo de los metales y el tempestuoso uso de la percusión. Todo fluyó voluminoso con un especial ímpetu en el sabor belicoso de la obra. Preciosa acentuación de la madera, tan cálida y representativa de la obra de Chaikovski. La directora invitada desplegó su potencial energético en el podio.

 El poder rítmico de la partitura nos sitúa frente al anticipo de lo que vendrá en llamarse la Guerra de Oriente (1875-1878), que declaran los serbios al Imperio Otomano, con la ayuda de los rusos. Como escribe el Comité Internacional de Cruz Roja: “Tras el debilitamiento del imperio otomano, se desarrollan los movimientos nacionalistas en las provincias cristianas de los Balcanes. En agosto de 1875, estalla la insurrección en Herzegovina y, posteriormente, en Bosnia y Bulgaria. Una sangrienta represión ocasiona el éxodo de las poblaciones cristianas hacia las regiones de Montenegro y Serbia. En junio de 1876, estos dos principados declaran la guerra al Imperio Otomano. Ya en otoño sus ejércitos son vencidos. Pero Rusia, aliada de Montenegro y de Serbia, tras haberse asegurado de la neutralidad de Austria-Hungría, envía sus tropas a los Balcanes, el 13 de abril de 1877. Los enfrentamientos tienen lugar en el Cáucaso y en los Balcanes; las tropas otomanas son derrotadas en los dos frentes y el Imperio Otomano pide el armisticio el 31 de enero de 1878”.

Ray Chen es uno de los violinistas más talentosos del momento, perteneciente al selecto grupo de “protegidos” por el maestro Yehudi Menuhin, del que se conmemora una centuria del aniversario de su cumpleaños, que tuvo lugar el 22 de abril de 1916. De hecho, Chen, interpretó junto a la Orquesta Philharmonia, de Londres, el Concierto para violín y orquesta, de Brahms, en el evento de apertura del Concurso Menuhin, en el Royal Festival Hall.

Para interpretar el sobradamente famoso Concierto para violín y orquesta, de Chaikovski, Chen utilizó su Stradivarius Joachim, de 1715, perteneciente al virtuoso y compositor húngaro amigo de Brahms y de los Schumann, Joseph Joachim. Posee este joven talentoso una técnica impecable, un fraseo clarísimo y una delicadeza que hace suspirar en cada pasaje.
Los primeros violines dan paso al solista, en un Allegro Moderato que desemboca en la encantadora Canzonetta y concluye con el descomunal Allegro Vivacissimo.  Tuvo el detalle de ofrecernos una valiosa propina: la Gavotta en rondeau, de la Partita número tres, de Johann Sebastian Bach.


Para el sello Sony, Chen ha grabado varios conciertos de Mozart, apoyado por Christoph Eschenbach y la Orquesta del Festival de Schleswig Holstein, un disco denominado “Virtuoso”, con diversas composiciones para violín y piano y los Conciertos para violín y orquesta, de Mendelssohn y Chaikovski, junto a la Orquesta Sinfónica de la Radio Sueca, liderada por el británico Daniel Harding.


En la segunda parte del concierto, se optó por la Misa Glagolítica, de Leos Janácek, una impactante obra que parece una cantata victoriosa para elogiar el principio de la lengua checa y que se compuso en la etapa final de vida de su autor, consta de ocho números y se dan cita la gran agrupación sinfónica, un coro amplio y mixto, cuatro voces solistas (soprano, tenor, mezzosoprano y barítono) y órgano, en uno de los movimientos como instrumento solista.


Janácek hereda el lenguaje de Dvorák y aunque en idea vuelve a los inicios de la civilización, le otorga una melodía y una rítmica actuales. Le llevó casi veinte años concluir tan magna composición. Aquí, el elenco vocal quedó representado con corrección por Susanne Bernhard (soprano), Charlotte Hellekant (mezzosoprano), Michael König (tenor) y Derek Welton (barítono). Por fin podemos disfrutar del maravilloso órgano de la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, bajo la atenta tutela de Daniel Oyarzabal. 


miércoles, 16 de marzo de 2016

Vladímir Jurowski y su Filarmónica de Londres


Para la gira que el director de orquesta Vladírmir Jurowski y los músicos londinenses tenían prevista a su llegada a Madrid, se incluían dos importantes eventos. En el primero de ellos, Jurowski secundaría al pianista norteamericano Nicholas Angelich, en su interpretación del Concierto para piano y orquesta nº3, de Serguéi Rajmáninov. La segunda de las obras, sería la menos habitual de las Sinfonías de Piotr Ilich Chaikovski, la denominada Polaca. Al día siguiente, la Séptima Sinfonía, de Mahler, ocupó íntegramente el programa.

El director de origen ruso conoce bien los pentagramas de ambos músicos, con soberbias versiones del primero de ellos, como sus Danzas Sinfónicas, la Isla de los Muertos y la Sinfonía número 3.



La lectura del Tercero de los Conciertos para piano y orquesta del virtuoso Rajmáninov, resultaba aquí algo más dramática en conjunto y contundente, en muchos de sus resaltados pasajes. Imperaba lo reflexivo y apasionado de la obra, a manos de un pianista capacitado pero no deslumbrante, como fue Angelich. En sus manos imperaba el sentido íntimo de la pieza. Estamos ante un brillante ejemplo de musicalidad y de destreza compositiva que le serviría a la película Shine, de banda sonora.

Chaikovski utiliza en su Tercera Sinfonía temas de inspiración popular (¿polacos?), hace hincapié en el juvenil pizzicato y nos anticipa algunos de los guiños que desarrollará en su Cuarta Sinfonía. El uso de la madera prevalece frente al resto de los instrumentos, aliándose con la cuerda. El ballet siempre estará presente en las composiciones de Piotr Ilich, pero en esta obra lo hace de manera palpable. Por ello, podemos escuchar una especie de polonesa, que da nombre a la pieza. Aquí se testimonia que Chaikovski es el compositor emblema de la Madre Rusia y de aquí en adelante será sino el más grande de los compositores del zarismo, sí uno de los mejores.
A continuación, podréis escuchar un enlace del experto director de orquesta Evgueni Svetlanov interpretando esta composición.


Jurowski hizo especial indicación a las diferentes intensidades, jugando con los volúmenes. Reconozco haber escuchado algunas de sus importantes grabaciones recientes de la música de Chaikovski con los filarmónicos londinenses. Grabaron las Sinfonías números 1, 4, 5 y 6 y  la llamada Manfred. Cuando Vladímir Jurowski estaba en el podio de la Nacional Rusa (formada por los huidos de la antigua URSS, se fijó en la importancia de Hamlet, Romeo y Julieta y la Suite número 3. Era la etapa en la que Pletnev dejaba el teclado para dedicarse con mayor tiempo a la batuta.


Sigan de cerca la trayectoria de este director y no les dejará impasibles. 

lunes, 14 de marzo de 2016

Emmanuel Pahud y la Orquesta de Cámara Franz Liszt

El innovador y sorprendente flautista Emmanuel Pahud hizo su escala en Madrid, dentro del ciclo de conciertos de Juventudes Musicales, acompañado por la renombrada Orquesta de Cámara Franz Liszt, de Budapest. El motivo de tan seductora unión sería el poder plasmar las diferentes composiciones de la familia Bach, capitaneada por el magnánimo Johann Sebastian, el kantor de Leipzig. Así pudimos escuchar: tres fugas de El Arte de la Fuga, el Concierto de Brandemburgo número 3 y la Suite orquestal número 2, de Johann Sebastian Bach, el Concierto para flauta y orquesta en re menor y la Sinfonía para cuerdas en si bemol mayor, de Carl Phillip Emmanuel Bach y la denominada Sinfonía Disonante, de Wilhelm Friedmann Bach.

Pahud es un todoterreno de la flauta travesera. Para esta ocasión, tanto los músicos húngaros como el solista suizo, experto en los repertorios clásicos y barrocos, se reunieron. Recuerdo con especial cariño su Integral de Sonatas para flauta y clave, secundado por el experto Trevor Pinnock, registradas en un sobresaliente CD.

Es un maestro capaz de dotar de movimiento y dinámicas a la más sobria de las partituras. Ya en Basilea, demostraba Pahud una pasión creciente hacia la música de la familia Bach, Trevor Pinnock le ayudó en Postdam con la Kammerakademie y sus compañeros de la Filarmónica de Berlín, de la que es nada menos que el flautista principal, crearon un conjunto denominado los Berliner Barock Solisten, para seguir demostrando que a Pahud le apasiona el Barroco.



Con Giovanni Antonini se aproximó a la era revolucionaria napoleónica y junto al añorado Claudio Abbado logró hacer de sus lecturas mozartianas unas referencias absolutas. Se atreve con casi todos los repertorios, atrayéndole el jazz, la música del mundo y los endiablados compositores actuales. Podemos escucharle acompañado por una guitarra o una sola voz, con una gran orquesta o una de cámara. Así es Pahud, acercándose a veces a Ives, otras a la época de Federico el Grande, algunas a versiones para su instrumento de motivos operísticos…hasta llegar al propio Ravi Shankar o demostrarnos que hay muy buenos autores suizos.


Durante su estancia española, Emmanuel Pahud, estuvo también en Valladolid, acompañado por la Orquesta Sinfónica de Castilla y León y el director de orquesta Gustavo Gimeno  e interpretando el dificultoso Concierto para flauta y orquesta en sol mayor, K 313, de Mozart. 


martes, 16 de febrero de 2016

La Orquesta de Washington visita Madrid con Eschenbach


Vino de la mano de Ibermúsica, la Orquesta Sinfónica y Nacional que representa a los Estados Unidos de Norteamérica desde Washington. Por ella han pasado directores como Leonard Slatkin, el tenor pasado a empuñar la batuta, Plácido Domingo y el añorado violonchelista, el mítico Antal Dorati y maestro de la dirección, Mstislav Rostropóvich. Recuerdo con nostalgia las grabaciones que el ruso hiciera de las Sinfonías de Shostakóvich, para el sello Teldec.

Christoph Eschenbach, un pianista más que correcto pasado a revolucionario director de orquesta, ha estado muy vinculado a USA y a agrupaciones como la Sinfónica de Houston, el Festival de Ravinia y la Orquesta de Filadelfia. Desde 2010 está al frente de tan yankee conjunto, sucediendo a Iván Fischer.

Así como Wagner se le hace algo complejo y su orquesta parece menos adiestrada en estas lides, la música de Dvorák no les es ajena. Desde el piano ya había dirigido alguna de sus canciones, las sinfonías y oberturas se las pudo escuchar en Los Ángeles con su Sinfónica y sus conciertos en Londres, con la Philharmonia. Para su versión del Concierto para violonchelo, del autor de la Sinfonía del Nuevo Mundo, contó con un intérprete virtuoso y aunque algo comedido en los ataques, siempre estuvo provisto de estilo y musicalidad. Me refiero a Daniel Müller-Schott, un instrumentista capaz de llegar a los complejos agudos de la partitura.

La transcripción que hizo Arnold Schönberg del Cuarteto en sol menor con piano op.25, de Johannes Brahms, para orquesta sinfónica, ocupó la segundo parte del concierto de Eschenbach y los suyos. Esta partitura tuvo un éxito rotundo tras el estreno de Brahms, en Hamburgo y en Viena. Hellmesberger aseguró que se encontraban ante “el heredero de Beethoven”. Si bien hace falta ser un ejemplar solista para afrontarla al piano, se debe tener unos soberbios instrumentistas de cuerda para defender el poder rítmico y melódico de la pieza.

El final es un Rondó zíngaro que rememora la pasión de Brahms hacia Hungría y sus raíces. Schönberg despliega un arsenal de instrumentos de percusión, acentúa el valor del ritmo y crea sobre lo plasmado por el hamburgués. Schönberg había sido un conocedor de su música, desde su etapa como músico, anterior a la de compositor y estudioso de su obra. Siempre pensó que los pianistas solapaban la riqueza de la cuerda. El re-orquestador y padre del sistema dodecafónico, se mantiene en el estilo brahmsiano con algunas licencias que enriquecen lo ya hecho por el autor romántico.

El Allegro inicial se mantiene en el carácter vienés de la época, aunque tenemos algunos de los guiños apoteósicos de Schönberg, el Intermezzo podría haber pertenecido  a alguno de los movimientos de sus Sinfonías Segunda o Tercera y el Andante antecede el aspecto marcial del Rondó.


Eschenbach lo había dirigido en su etapa en Houston, en una buena interpretación. Al público le entusiasmó tan colorista pieza


martes, 9 de febrero de 2016

Bychkov de gira con la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam



La afamada y prestigiosa Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam, situada en la Museumkwartier, frente al Rijksmuseum y el Stedelijkmuseum, vino de la mano de Ibermúsica de su gira alemana, para recalar en Madrid, con el director de origen ruso, Semyon Bychkov y el pianista, Jean-Yves Thibaudet. El programa planteado, incluiría el Concierto número 5, denominado Emperador, de Ludwig van Beethoven y, en la segunda parte, Richard Strauss la ocuparía por completo, con su poema sinfónico, Una vida de héroe.

Al empezar el evento, una notificación desde la megafonía avisaba de la indisposición del pianista invitado, Thibaudet, para quedar sustituido por el español en progresión internacional, Javier Perianes, cuyo trabajo junto al Cuarteto Quiroga acababa de interpretarse en la Sala de Cámara del mismo Auditorio Nacional, algunos días atrás.

Perianes afronta cada partitura como si se desprendiese de una parte de sí mismo, con una sensibilidad y un detalle únicos, con una especial claridad para el repertorio romántico y una meticulosa pulsación para cada frase musical.

Si bien, su Beethoven va adquiriendo el cuerpo y el carácter que lo definen, en Perianes hay siempre un lado especialmente lírico. Su visión del Emperador resaltó por su estilo, con una interesante medida del tiempo y un desarrollo bien delimitado. Perianes ya ha demostrado que posee una sabiduría aplastante para interpretar las Sonatas para piano, de Beethoven. Ahora, también sumamos su visión técnica de cómo hacer que Beethoven no sólo suene martilleante sino bello.

La Orquesta del Concertgebouw posee un sonido rotundo, asentado desde la época de Mengelberg, para afrontar los pentagramas del genio maduro de Bonn, en este último concierto para piano, el número 5.

Para la segunda parte se contó con un poema sinfónico de Richard Strauss, el llamado Una vida de héroe. En una representación del mismo compositor, que sonaba exuberante en manos de Bychkov. El concertino, Vesko Eschkenazy,  desató el Romanticismo impreso en la obra, acariciado por la madera y con dosis de agresividad acentuada por la percusión y el metal. Las sordinas aportan ese carácter rotundo pero ácido que posee la pieza.



Bychkov se entregó a fondo en las luchas internas de la obra, que no deja de ser la trayectoria vital de su autor. Al mismo nivel de suntuosidad que Don Juan, pero con un desarrollo mayor estructurado en seis cuadros.


El director de orquesta ya dirigió esta composición en Colonia, con la que fuera su Orquesta, la Sinfónica de la WDR, en una fantástica toma de enero de 2001, junto a la ayuda de su concertino, Kyoko Shikata, Además, también igualmente memorables fueron sus lecturas de El Caballero de la Rosa, de Salzburgo, en 2004 y cuando Renée Fleming le acompañó en su interpretación de Daphne, un año después. 

miércoles, 3 de febrero de 2016

Wayne Marshall, entre la sala de conciertos, el teatro y el cine


El Ciclo de Conciertos de La Filarmónica, cumple su Cuarta Edición madrileña, trayéndonos en esta ocasión a una de las orquestas pertenecientes a la WDR (Westdeutscher Rundfunk), la importante radiodifusora alemana con sede en Colonia y que da servicio a la región de Renania del Norte y Westfalia. La emisora  posee tres conjuntos musicales bien diferenciados: una Big Band para todos los estilos de jazz, la Orquesta Sinfónica de la WDR (dirigida por el finlandés Jukka-Pekka Saraste) cuida del repertorio Clásico habitual y la Orquesta de la Radio de Colonia tutelada por el pianista, organista y director de orquesta británico, Wayne Marshall (1961), tiende a interpretar composiciones teatrales, de operetas (y óperas), bandas sonoras y videojuegos.

Para este evento, se decidió contar con dos geniales autores norteamericanos: George Gershwin para la primera parte y Leonard Bernstein para la segunda. La obertura del musical Of thee I sing nos hace sonreír desde el primer segundo y nos plasma la elegante y desenfadada escritura musical de Gershwin. Cada instrumento es relevante y nos hace tener la idea de una gran banda de jazz cuyo sonido fluye a favor de la audiencia. Un papel importante tuvo el concertino en su incursión a mitad de la pieza. La dinámica percusión, las trompetas con sordina y la cuerda uniforme le otorgan un especial carácter, propio de Broadway y de la gran pantalla.

Si hay piezas que podamos asociar con el ingenio y la creatividad de los hermanos Gershwin (Ira, su hermano, escribía muchos de los textos de sus canciones), estas serían la ópera Porgy and Bess, la Obertura cubana, Un americano en París y Rhapsody in blue.



En esta última, su autor es capaz de mezclar el poder de la música negra, las diferentes connotaciones del arte popular, la música de banda de jazz y una rapsodia de estructura clásica. Marshall es un pianista experimentado que sabe dejarse llevar sin palidecer ante el desenfreno apasionante de la música de su autor. Todo en George Gershwin lleva consigo una dosis ejemplar de sensualidad y estilo. Clave en esta obra es su inicio que debe ser una compleja escala hacia el agudo a manos del clarinete, en una progresión casi imperceptible. Marshall acelera y disminuye el tiempo, acentuando los matices con vigor y comprensión.



The Gershwin in Hollywood no fue tan solo el álbum creado por el sello DECCA  que dio lugar a un monográfico sobre los dos creativos hermanos, sino que intuía de alguna manera el nombre de la primera de sus piezas escogidas. Marshall la interpretaba ya desde el piano hace unos años, con John Mauceri a la batuta. Este resumen vital hecho obra recupera muchas de sus legendarias canciones, en aproximadamente diez minutos. Robert Russell Bennett demuestra lo buen orquestador que era, resaltando el papel de la orquesta sinfónica y su estilo desenfadado para la sala de baile.

A los músicos de Colonia se les veía disfrutar como niños pequeños, junto  a su nuevo titular desde la temporada 2014-2015.

La segunda parte la ocuparía íntegramente el polifacético Leonard Bernstein, creador de una especie de suite de su reconocible musical West Side Story, llevado por Broadway y el West End, siendo convertida en suite de danzas y terminada por trasladarse al Cine.



Marshall supo llevar con mucho pulso su hilo argumental, detallando cada cuadro de este Romeo y Julieta contemporáneo. Si bien, había cosechado un notable éxito su versión de Candide, sobre el texto de Voltaire, del Teatro Schiller berlinés, junto a la Staatskapelle y los cuerpos de Unter den Linden, en la capital alemana, de mediados de noviembre, en 2011.


Tras los hilarantes cuadros humorísticos de Cándido y cosechar numerosas ovaciones, Marshall se puso a interpretar al órgano de la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Madrid, improvisando de la mejor de las maneras.


martes, 26 de enero de 2016

Recordando al gran Kurt Masur (1927-2015)



Ochenta y ochos son pocos años cuando se habla de la edad de fallecimiento del director de orquesta alemán, Kurt Masur, nacido en Brieg (Silesia), el 18 de julio de 1927.

Tras pasar los duros años de la Segunda Guerra Mundial, recibió clases del competente Heinz Bogartz y comenzó a trabajar en los Teatros de Halle, Erfurt y Leipzig. A mediados de los cincuenta, la Filarmónica de Dresde (segunda en importancia junto a la Staatskapelle), ubicada  en  la Altmarktplatz, cuenta con sus valiosos servicios, posteriormente lo hará el escenógrafo Walter Felsenstein (alumno de Eisenstein), quien lo invita a la Komische Oper berlinesa. Ya en los 70, la Gewandhaus de Leipzig lo llama a su podio, amparado por el Gobierno de la DDR de Honecker que le había mandado construir una nueva sala de conciertos (Karl-Marx Platz) y, en los noventa, la Filarmónica de Nueva York le propone un suculento contrato para que reavive el potencial de su agrupación, recordada por su importante labor en los tiempos de Leonard Bernstein y que había estado bajo la tutela de Zubin Mehta, en la etapa justo anterior a su nombramiento. Sus último días, aquejado de la enfermedad de Parkinson, los pasó creando un sonido propio para la Orquesta Nacional Francesa.

Pocos directores de orquesta han sabido entender tan bien el repertorio germano como Kurt Masur, desde Beethoven hasta Mendelssohn y Brahms. Se le puede acusar de una pizca de rigidez y de algo carente de flexibilidad pero no de falta conocimiento sobre las partituras de los genios románticos. Siempre estructural y metódico en los ensayos, Masur supo hacer de su envergadura directiva un cauce para lograr el entendimiento en la época comunista anterior a la Caída del Muro, para ceder la Sala de la Gewandhaus al acuerdo entre el pueblo y el poder. Fue propuesto a presidir la República Alemana tras el desmoronamiento del Telón de Acero, pero prefirió poner rumbo a América y suceder a Mehta.



Recuerdo sus visitas a Madrid, principalmente una en la que fue invitado a venir con la Filarmónica de Londres para interpretar unos Cuadros de una exposición, de Músorgski, para el recuerdo y se puede escuchar su idea de la partitura en una muy buena toma del sello Apex.

No puedo dejar de comentar aquí que sus Danzas húngaras, de Brahms, están al nivel de las de Claudio Abbado o las de István Bogár, así como otras músicas de raigambre popular transcritas por Liszt y Dvorák.  Sus Cuatro últimas canciones, de Richard Strauss, junto a la soprano Jessye Norman siguen siendo de absoluta referencia.



Mendelssohn parece el compositor más ligado a Masur y muestra de ello, siguen siendo sus versiones de las Oberturas, Sinfonías, Conciertos  y cantatas, del mismo. Todo ello quedó registrado en Leipzig, a pocos minutos de la Casa-Museo del compositor y con la orquesta que él mismo fundara.



Por si todo esto fuera poco, para su grabación de la ópera Genoveva, de Schumann, cuenta con un reparto de lujo, formado por el barítono Dietrich Fischer Dieskau, la soprano Edda Moser y el tenor Peter Schreier, secundados por el Coro de la Radio de Berlín y la Gewandhaus de Leipzig.

Shostakóvich fue otro de sus compositores de cabecera, como su lectura de los Conciertos para violín, realizados en París, junto a Kachatryan y la Nacional Francesa o varias de sus Sinfonías, registradas durante su odisea neoyorkina. Las Sinfonías números 1 y 5, las grabó en Londres con su Filarmónica y la Séptima y número 13, con la Filarmónica de Nueva York, en más que considerables aproximaciones a las mismas.

Cuando Max Bruch aún parecía un compositor olvidado a orillas del Rin a su paso por la ciudad de Colonia, Masur supo darle peso y carácter en su nivel sinfónico y como concertista para violín y orquesta, con la ayuda inestimable de Salvatore Accardo,  el genial Vengerov o la joven oriental Sarah Chang.



Allá en donde reine la buena música estará, dirigiéndola con entrega y sabiduría, con gestos a veces vagos pero con indicaciones precisas y expresiones de afirmación o de reprobación. No dejará de estar al servicio de la mejor melodía.


Ha ocupado un lugar ejemplar en Dresde, Leipzig, Nueva York, París y Londres y por ello será recordado.

lunes, 25 de enero de 2016

La Filarmónica de Múnich en manos de Gergiev



Han sido duros los últimos años del afamado director ruso Valeri Gergiev y, máxime, cuando se le ha acusado de estar vinculado al régimen de Putin y de no haber logrado cubrir las expectativas sonoras de la Sinfónica de Londres, de la que ha sido director principal hasta su partida, en octubre de 2015, tras diez años subido a su podio, en el Barbican Centre, de la City.

Muchas de sus versiones ofrecidas en la sede oficial de la orquesta han sido catalogadas como “desagradables” y “vulgares”, por la prensa local. A pesar de todo ello, el sello propio de la agrupación (LSO), le otorgó gran número de sinfonías de Gustav Mahler, realizó un sensacional ciclo Prokófiev, qué duda cabe que sus lecturas de Chaikovski han sido de referencia  y que ha sabido captar la esencia de Brahms y Szymanowski.

Tras el fallecimiento del maestro Lorin Maazel, Gergiev deja a la Sinfónica de Londres en manos del saliente de la Filarmónica de Berlín, el británico sir Simon Rattle, para asumir el control de la Filarmónica de Múnich de Maazel, con sede en Gasteig.

Para los dos conciertos madrileños de Gergiev, los muniqueses y el ruso programaron dos apetecibles conciertos. Para el primero de ellos, Berlioz y su Sinfonía Fantástica, Debussy y El Preludio a la fiesta de un fauno y Shostakóvich y el Segundo de sus Conciertos para violín y orquesta, con Janine Jansen. Para el segundo de ellos, se programó el Preludio al Acto primero, del Lohengrin, de Wagner, seguido por el Poema del éxtasis, de Scriabin y concluido con especial dedicación, por la Patética, de Chaikovski.

Asistí al segundo de los conciertos con la ilusión de escuchar esa confluencia de caracteres en apariencia tan contrapuestos como la orquesta bávara, que tuvo a Kempe y a Celibidache en su podio, con el estilo a veces algo duro y rígido del ruso, quizás un poco falto de poesía.

A finales de los noventa, Gergiev se puso a conducir las complejidades de Wagner con su Parsifal, encabezado por Plácido Domingo, Urmana, Salminen y Netrebko, ha seguido con La Valquiria y ha seguido con El Oro del Rin. Para este Preludio al Acto primero, del Lohengrin, de Richard Wagner, Gergiev se apoya en los muniqueses, galardonados con el peso de la buena fama que les otorgan muchas de las grabaciones y conciertos con obras del protegido del rey Ludwig. El sonido aterciopelado se hacía notar en más de una ocasión, con el flujo de las diferentes tensiones instrumentales en un continuo ascender y descender de las notas. ¿Hubo sutileza? Bastante, aunque algo comedida.

Del 30 de octubre de 2015 data una de las últimas grabaciones que Gergiev realizó con la Sinfónica de Londres, registrando las Sinfonías números 3 y 4, de Scriabin. El Poema del éxtasis, no es otra que la que ostenta la cuarta posición, a modo de “programa filosófico”. Puntualiza Gergiev sobre el autor: "Scriabin es un gran compositor ruso, un compositor con su propia voz, que escribe desde su propio mundo. En este compositor destacan muchas sonoridades y su habilidad para crear diferentes colores era legendaria. El autor sería identificado en nuestros días como alguien capaz de crear un maravilloso mundo de sonidos musicales y nosotros formamos parte de él. Nos sentimos impresionados por sus ideas y su poder orquestal”.

Desde el principio estuvimos seducidos por esa atmósfera tan similar en Debussy y Stravinski. El concertino hizo su entrada, le siguieron las maderas y la trompeta. La obra se sostiene en un equilibrio en el que los elementos recurrentes van a más. Parece una obra cíclica, pero pronto descubriremos su maestría y su embriagadora carga orquestal y de ritmos.



Vibrantes estuvieron tanto las secciones de metal como algunas de las maderas y una cuerda sin igual. Bravo al concertino de la Filarmónica de Múnich.

Para la segunda parte, Gergiev y los filarmónicos muniqueses nos tenían preparado una lectura tremendamente emocional de la Patética, de Chaikovski. Tanto en esta biográfica sinfonía como en la anterior composición de Scriabin, uno se da cuenta del valor de los silencios en la partitura, en la Música.

Inicia el fagot con un pequeño incidente en la afinación, le secunda la cuerda que sirve para plasmarnos el escenario dramático. Se percibe el frío del invierno, de la noche y el recuerdo nostálgico de la niñez. Chaikovski está presente en cada movimiento. La flauta y la cuerda coquetean en la sucesión del Adagio y el Allegro ma non troppo, del primer movimiento.

Tras las últimas notas del clarinete, irrumpen los timbales ferozmente, en un tempo endiablado, desencadenando en los metales. Parece como una lucha interior del propio Chaikovski, entre arcos ascendentes y descendentes. El tema inicial del primer movimiento vuelve a tener un toque optimista.

La sensualidad del antepenúltimo movimiento, nos hace pensar en el ballet, tan amado por su autor, como si de una escena del Bolshói moscovita se tratara. Podemos pensar en un paseo en trineo, también. Suena bucólico, con una visión optimista de la vida. Los pizzicatos acentúan la acción. Chaikovski el triunfalista hace de este su movimiento, pese a la duda perenne, a modo de cuerda.


Gergiev destapa su furor con el penúltimo de los tiempos, un Allegro molto vivace, con forma de Scherzo que termina a modo de marcha. Muchos de los asistentes piensan que la Sinfonía termina en este instante, al concluir el tema, pero Chaikovski quiere ¿despedirse de todos nosotros?, con el lamento final a modo de Réquiem que es su Adagio lamentoso. Modest, su hermano menor, le otorga a la Sexta el sobretítulo de Patética… Como ustedes saben, la Filarmónica de Múnich estuvo dirigida por Sergiu Celibidache, un maestro esencial para entender la lectura que del final hicieron Gergiev y los suyos emulando las indicaciones del director de orquesta rumano, cuidando el detalle, los tiempos, las pulsaciones de la cuerda y ese corazón que se apaga en forma de violonchelos y contrabajos… 

Chaikovski parece saber que se acercaba su fin, un final premeditado por una época y unos dirigentes incapaces de considerar al genial músico. ¿Fue realmente obligado a ingerir un veneno que daría conclusión a su vida? Existen muchas teorías al respecto pero, lo más importante, es que su Música perdurará para siempre.