Lleno absoluto el producido por el comienzo de la nueva
temporada de Conciertos de la Fundación Juan March, a manos del enérgico y
cuidadoso pianista canario, Iván Martín y su conjunto, el Ensemble Galdós. Los dos maravillosos compositores elegidos
fueron Wolfgang Amadeus Mozart y Johann Sebastian Bach, quienes a través de sus
Conciertos para piano (clave) y orquesta,
interpretados por los jóvenes músicos a modo de orquesta de cámara, hicieron
las delicias de los allí presentes.
Iván Martín se desenvuelve con soltura ante la interminable
creatividad del kantor de Leipzig y
su obra BWV 1055, en sus tiempos Allegro,
Larghetto y Allegro ma non tanto. Usa comedidamente el pedal y su teclado
parece quedársele corto, en una continua acentuación de notas que llenan el
espíritu y suscitan una sonrisa de disfrute. La reflexión se hace patente en
los movimientos intermedios, tanto en sus Larghettos, como en sus Andantes o
Adagios.
Presten especial atención al Largo, del Concierto para clave (piano) yorquesta, BWV 1056, que resulta ser una
muestra de la mente creadora del maestro Bach, uno de los padres de lo de que
hoy denominamos como Música Barroca y que suena sacro en los momentos
trascendentales y vivaldiano en los apresurados. Suele decirse que los ritmos
sincopados del Jazz provienen de Beethoven, aunque yo diría que no, que ya Bach
se anticipó a ellos.
Martín recuerda a David Fray en muchas ocasiones,
desarrollando con calidez cada uno de los matices, manteniendo un tiempo
siempre correcto y acompañado por algunos de los componentes de su ensemble, la
Galdós.
Iván se siente cómodo tanto en Bach como en Mozart y aunque
destaca las delicias del primero, es un intérprete sumamente musical,
cercano al segundo. Si el pianista Alfred Brendel define lo humorístico de Haydn
en la Música, Mozart será su continuador inmediato. En su versión del Concierto para piano y orquesta KV 107/1,
Martín se centra en el precioso Andante para recordarnos la galantería clásica
en el Tempo di menuetto.
La temporada de la Fundación March, se plantea muy
interesante y variada. Un ciclo de Músicas que nos ayudarán a meditar dará paso
a otro de Beethoven y Schubert al fortepiano, con figuras de la talla de
Andreas Staier, Bart von Oort, Kristian Bezuidenhout y Arthur Schoonderwoerd.
La Música en las monarquías del Antiguo Régimen, nos llevará por las cortes del
emperador Carlos V y del melómano Enrique VIII y el Jazz hará su incursión con
un destacable Jerry González Trío. Pascal Rogé se acercará a Debussy y Ligeti, Messiaen y Scriabin serán
bienvenidos gracias a jóvenes intrépidos del teclado. Los más plausible y elemento
motor para un futuro algo más humanista, vendrá de la mano de dos ciclos:
Conciertos en familia y eventos didácticos.
Vino el director de origen italiano,
Gianandrea Noseda, con la orquesta de la que es segundo maestro invitado, la
Sinfónica de Londres. El primero de los dos conciertos, ofrecidos en Madrid,
gracias a Ibermúsica, empezó con la Obertura de la ópera Los Maestros Cantores de Núremberg, de Richard Wagner, para seguir
con el poema sinfónico, El Mar, de
Claude Debussy y finalizar, con la Sinfonía
número 5, de Dmitri Shostakóvich. El día posterior, los londinenses comenzaron
con una Obertura de Verdi, en este caso de la ópera Las Vísperas Sicilianas, prosiguió la velada con el Concierto para trompeta y orquesta en mi
bemol mayor, de F.J. Haydn y concluyó con la Sinfonía número 2, de Serguéi Rajmáninov.
El eclecticismo del maestro Noseda, muy
habitual en la escena británica y batuta sabia en Cadaqués, le hace dirigir a
los habituales del repertorio sinfónico sin parpadear demasiado a la hora de
enfrentarse a nuevas partituras y a compositores no del todo conocidos.
La Orquesta Filarmónica de la BBC (ahora
con el español Juanjo Mena al frente), tuvo en Noseda a un director capacitado
pero algo variable en sus conceptos globales, apoyado en las lecciones de los
maestros Valeri Gergiev y Myung-Whun Chung. Pudo revitalizar las figuras de
Casella, Petrassi, Respighi y Castiglioni, que le son muy cercanos. No se
olvidó de dos genios del siglo XX a los que adora, como son Prokófiev y Bartók
y ha dirigido con énfasis a Rajmáninov.
Para la primera de las tardes melómanas,
Noseda se enfrentó a un autor del que no es un usual defensor, como es Wagner.
Recuerdan sus giros a los de Gergiev, en mucho de los ataques, aunque se echa
en falta algo de poesía en el fraseo. Su Debussy, sonó bastante empastado, con
momentos solistas brillantes y su Quinta de Shostakóvich estuvo muy inspirado
por el maestro ruso, de quien fuera alumno aventajado. En el sello discográfico
Chandos, podemos hacernos una idea de su devoción por el autor, del que destaca
siempre su capacidad para lo rítmico, desatando todo un despliegue de medios
instrumentales. Grabó los Conciertos para
violonchelo y orquesta, junto a la Radio Danesa y el solista Enrico Dindo y
las más inhabituales obras sobre Michelangelo, con la Filarmónica de la BBC.
La Sinfónica de Londres ha grabado uno
de sus mejores discos con Noseda. Se trata del Réquiem de Guerra, de Benjamin Britten. Aunque si cabe, lo más
destacable del álbum, sea el elenco vocal, del que destacan: Sabina
Cvilak (soprano),Ian Bostridge (tenor),Simon
Keenlyside (barítono).
Ayudó a destacar el poderío de Verdi tanto en el
monográfico de la creciente Anna Netrebko como del variable Rolando Villazón,
ha dirigido la música sacra del italiano en Turín y nada menos que dos
fabulosas óperas: Aida y Don Carlo. En el último concierto de Madrid, la
obertura de Las Vísperas, sonó arrebatadora.
Haydn no parece ser un plato del gusto de Noseda, pero sí
del solista de trompeta de la Sinfónica de Londres, Philip Cobb, que lo realizó
con soltura, homogeneidad y afinación.
Su Rajmáninov fue lo mejor de la tarde-noche, aunque se
echara de menos la melancolía de un Previn o de un Sanderling. A Noseda lo ruso
le viene de lejos, de sus años en el Mariinski…
Debo destacar la excelente sonoridad de la Orquesta
Sinfónica de Londres, con sede en el Barbican Centre de la City. La prestigiosa
agrupación cuenta con Simon Rattle, como director musical desde la salida de
Valeri Gergiev y con dos maestros invitador de primer orden: el mencionado
Noseda y Daniel Harding.
Resalta la calidez de la madera, el brío de los violines a
manos del ejemplar Carmine Lauri y los violonchelos con el afamado Tim Hough ubicado
en el primer atril. El metal sonó vibrante y apoteósico en las dos sinfonías,
muy equilibrado y riguroso.
Estén muy atentos al programa extraordinario que Ibermúsica tiene preparado para el día 28 de septiembre, a cargo de los estupendos Niños Cantores de Viena, con un variado y suculento concierto que hará las delicias de grandes y pequeños.
Al final se optó por la recepción de la Orquesta Filarmónica
de la antigua Leningrado, con su director tras la “era Mravinski”, Yuri
Temirkanov, en lugar de la Sinfónica de Dallas, que tiene en Jaap van Zweden a
su nuevo titular. El repertorio de los rusos de San Petersburgo, no fue otro
que el protagonizado por grandes compatriotas del nivel de Rajmáninov, Shostakóvich
y Prokófiev. Para tales eventos, se contó con la participación de un buen
pianista, como es Andréi Korobeinikov y de un coro español, de la talla del
Orfeón Pamplonés.
Para el primero de los dos conciertos que ofrecieron los
rusos en Madrid, se contó con la Rapsodia
sobre un tema de Paganini, de Serguéi Rajmáninov. Desde el inicio, Korobeinikov
se ensambló con la orquesta, sin hacer demasiados alardes de virtuosismo en un
continuo fluir de accelerandos y diminuendos. No parecía un solista y una
orquesta o viceversa, sino un piano dentro de la agrupación sinfónica. Los
momentos lentos incrementaban su valía artística y en los pasajes de mayor
énfasis, destacó por una enorme capacidad percutiva pese a estar desligada del
sentido del fraseo.
Esta última obra concertante de Rajmáninov, posee la
sabiduría acumulada tras una vida dedicada al instrumento del que tantas veces
había sido intérprete, homenajeando aquí a su admirado compositor y violinsta,
Niccolò Paganini. La obra adquirió tales dimensiones que sería estrenada en el
Covent Garden londinense en forma de ballet, utilizando el Capricho número 24, del autor italiano.
Si por algo destaca esta maravillosa obra es por su
capacidad dramática y en, cierta medida, también por su virtuosismo global.
Desde el Concurso Scriabin de Moscú en 2004 y el Festival de
la Roque d’Antheron, Korobeinikov se ha ido especializando en interpretar
autores rusos y del repertorio clásico y romántico europeo.
La segunda parte, la ocupó íntegramente la Sinfonía número
7, llamada Leningrado, de Dmitri
Shostakóvich. La rotundidad de la cuerda, la intensidad y precisión de la caja
y lo impetuoso del metal, reflejan el dramatismo y poderío de la composición.
Por un lado marcan el asedio de los
nazis y según el autor, también el horror de las purgas estalinistas. La obra
se debate entre la desolación y el horror y la posibilidad lejana de un futuro
mejor. Versión intensa la de Temirkanov y los suyos, en la que se palpaba el
acercamiento de las tropas, desde la caja,
y opresión sobre la ciudad que lleva su nombre a cargo de los dictadores
de cualquier índole. Por cierto, una fabulosa lectura la suya que quedó
registrada hace tiempo por el sello RCA y que volvieron a registrar en 2010,
para el sello Signum. En Temirkanov nada es a medias, todo suena apasionado y
vigoroso. El director de orquesta prescinde de la batuta porque, según dice, “para
qué usarla cuando puedes tener diez batutas trabajando con las manos”.
El segundo de los conciertos, comenzó con el Primer
Concierto para violín y orquesta, de Shostakóvich. El solista fue el joven
virtuoso ruso Serguéi Dogadin, quien puso destreza y entrega en una compleja
obra llena de claroscuros. Toca un soberbio Guadagni de 1765 del que supo
extraer sus notas más graves, en algunos momentos de claro lamento. Impecable y
dinámico resultó el final de la interpretación del talentoso músico, heredero
del legado dejado por David Oistraj, el emblema del arco ruso a quien iba
dirigida la composición del mismo.
Tiempos convulsos, de una enorme privación de libertad en la era Zdánov,
que hicieron que Shostakóvich radicalizara su pensamiento musical y plasmara la
situación histórica y política en un pentagrama.
A Temirkanov le fue encargada la importante tarea de dirigir
la reconstrucción, de la banda sonora de la película de Eisenstein,
Alexandr Nevski, de Serguéi Prokófiev. Se nota que al director de orquesta le
apasiona dirigirlo y para esta ocasión no vino con un Coro ruso, sino que se
contó con el capacitado Orfeón Pamplonés, poseedor de un estupendo equilibrio
vocal. La voz solista de Olesia Petrova sirvió para representar a la Madre
Rusia, en un bello ejercicio de semi-escenificación, saliendo desde el lateral
del escenario. Rusia queda representada desde su ocupación de los mongoles y
narra la victoria de Nevski sobre los teutones.
Prokófiev representa en esta cantata un importante trabajo
que le hará colaborar en otras genialidades de Eisenstein, como El acorazado
Potemkin y Octubre.
El Ciclo de Conciertos de Ibermúsica propuso al veterano y
entregado director de orquesta, Herbert Blomstedt y a la Orquesta Philharmonia
de Londres, para interpretar en dos fechas las bellas partituras de Mozart
(Sinfonía número 39) y Beethoven (Pastoral
y la Sinfonía número 7) y la conocida como Sinfonía Romántica, la Cuarta, de Anton Bruckner.
Herbert Blomstedt pertenece a una generación de maestros de
la batuta que va diluyéndose con el paso del tiempo y que a sus casi noventa
años, sigue haciendo giras por el mundo, defendiendo el gran repertorio
germánico y nórdico. Americano de nacimiento pero sueco de origen, estudió en
Estocolmo y Uppsala, se formó con Ígor Markevich y pasó por diferentes
agrupaciones hasta llegar a la Radio Danesa, de la que actualmente es su
Director Honorífico. Durante diez años se puso al frente de la Staatskapelle de
Dresde (1975-1985), una etapa fructífera que duraría hasta la toma de posesión de
su cargo en la Sinfónica de San Francisco. Ahora sigue apareciendo como
brillante invitado en otra de las ciudades de la antigua RDA, me refiero a la
Gewandhaus de la encantadora Leipzig.
Siempre se ha distanciado de la ópera, aunque su versión de Leonore, que dio paso a Fidelio, de Beethoven, haya sido
insuperable. Su ciclo sinfónico schubertiano y su ideal beethoveniano, son dos
de los ejemplos clave en su etapa en Dresde. En Leipzig ha fomentado la
programación de su querido Anton Bruckner y en San Francisco hizo uno de los
mejores ciclos sobre Nielsen que se puedan encontrar en CD, mejor aún que el
que realizó en Dinamarca. Richard Strauss y Mendelssohn han sido dos de sus
fuertes, con momentos clave, como la celebración que realizó la Gewandhaus en su aniversario como director y con el
apoyo de Thibaudet, para el segundo de los autores, interpretando los
conciertos del autor de El sueño de una
noche de verano.
Uno de los compactos que representan su impronta mozartiana,
es el que realizara junto a Edda Moser (su querida Leonora beethoveniana), en
un disco que compila sus arias en concierto, magistralmente desarrollado. Una
de las versiones de Peer Gynt, de
Grieg, es la suya, con la Sinfónica de San Francisco, en una toma con toda su
ornamentación argumental.
Herbert Blomstedt posee un cuidado especial para los
matices, suele vérsele dirigir sin usar ni la batuta ni la partitura y marca
con elegancia los compases y las diferentes entradas solista. Conoce su repertorio,
que sin ser extenso, resalta siempre con detalle y precisión.
Su Beethoven es un referente absoluto, con una musicalidad y
una belleza estructural que se palpa. Sacó de los maestros londinenses lo mejor
de sí mismos, recordando a una Staatskapelle.
Lo comedido del tempo quedaba definido con sabiduría para resolverlo con un
ataque o una marcada acentuación. Blomstedt posee un estilo musical definido
por el sentido estético y musical. Recuerda su lectura de la Pastoral a aquella
frase dicha por Bruno Walter, acerca de que para dirigir esta sinfonía uno
tiene que amar la naturaleza. La vida diría yo. Este octogenario, casi
nonagenario, posee una soberbia capacidad memorística, una palpable simpatía y
una entrega total a la música, los intérpretes y el público.
Si la Pastoral podría tratarse como una obra descriptiva, la
Séptima, posee los indicativos suficientes para hacerla una composición
magistralmente reflexiva, perfecta en su conjunto y con unas dosis de
biográfica.
Su visión de la Sinfonía número 39, de Mozart, se realizó
con una filosofía de gran envergadura, definiendo la pieza en un recordatorio
haydniano, con enormes dosis de estructuración y enfatizando la frescura de la
pieza, sin dejar de lado sus silencios como partes de la obra. El director de
orquesta Otmar Suiter, alumno de Clemens Krauss y uno de los genios olvidados
de la DDR, hablaba sobre la sensibilidad que transmite esta pieza y su
maravillosa musicalidad.
Para dirigir a Bruckner uno tiene que tener la capacidad de
entender a Mahler y viceversa. La Cuarta
de sus Sinfonías parece una consecuencia lógica del avance que tienen las
Sinfonías de Brahms y el peso de la fe y la naturaleza del Hombre.
La Philharmonia de Londres, que esta vez no vino regida por
su titular, Esa-Pekka Salonen, se entregó a fondo, con una bella y joven
solista de trompa, unos poderosos trombones y el atento fraseo y la musicalidad
de las maderas y las cuerdas. La reflexión estuvo al servicio de una música que
a veces suena impetuosa, apabullante y vigorosa, pero otras respira paz, armonía
campestre y lucidez. Bruckner parece que toca un maravilloso y grandioso
órgano, en forma de orquesta sinfónica. Esta es la Romántica, la Cuarta
Sinfonía, de un autor que desprende multitud de ideas mientras desarrolla
muchas otras.
Ojalá que Blomstedt visite nuestro país con mayor frecuencia.
Siempre es un placer inenarrable verlo subido al podio de nuestro madrileño
Auditorio Nacional. Por lo pronto, hará su incursión el Festival de los Proms
de la BBC, a finales de agosto de este 2016, junto al pianista húngaro Andras
Schiff, para interpretar a su cuidado Beethoven, con el apoyo de la Gewandhaus
de Leipzig, en un programa que incluirá la Obertura de Leonora (número 2), el Concierto
para piano y orquesta número 5 y la Séptima
Sinfonía.
Interesante fue el concierto ofrecido el domingo 24 de abril
de 2016, a cargo de la OCNE, acompañados por la directora oriental, Xian Zhang,
nombrada responsable musical de la Orquesta Sinfónica de Nueva Jersey y que
lleva ocupando los podios de agrupaciones tan señeras como la Sinfónica de
Milán y la Orquesta de la BBC de Gales. La briosa y temperamental artista, se
subió al escenario madrileño con tres partituras de gran personalidad, como son
la Marcha eslava y el Concierto para violín y orquesta, de
Chaikovski (con el soberbio Ray Chen) y la Misa
Glagolítica, de Leos Janácek, con un equilibrado plantel de voces solistas,
nuestro cada vez más cuidado Coro Nacional y el valor añadido del grandioso
órgano de la Sala Sinfónica.
Siempre que escucho una nueva
versión de la Marcha eslava, de Piotr
Ílich Chaikovski, me retrotrae a una grabación de la que guardo un especial
cariño, como es la que efectuara el siempre añorado Claudio Abbado, en su etapa
al frente de la Sinfónica de Chicago. La progresión ascendente de esta obra y
marcada en diferentes escenas o episodios, la hace tremendamente gráfica y
puede ser complementaria de la Obertura
1812, de un carácter épico y nacionalista, a mayor honra del Zar.
En el Museo Glinka, se conserva
la partitura original de esta Marcha serbio-rusa sobre temas folclóricos
eslavos, que comienza con las cuerdas graves y se va posicionando hacia los
instrumentos de sonido agudo, al inequívoco ritmo de los metales y el
tempestuoso uso de la percusión. Todo fluyó voluminoso con un especial ímpetu
en el sabor belicoso de la obra. Preciosa acentuación de la madera, tan cálida
y representativa de la obra de Chaikovski. La directora invitada desplegó su
potencial energético en el podio.
El poder rítmico de la partitura nos sitúa
frente al anticipo de lo que vendrá en llamarse la Guerra de Oriente
(1875-1878), que declaran los serbios al Imperio Otomano, con la ayuda de los
rusos. Como escribe el Comité Internacional de Cruz Roja: “Tras el
debilitamiento del imperio otomano, se desarrollan los movimientos
nacionalistas en las provincias cristianas de los Balcanes. En agosto de 1875,
estalla la insurrección en Herzegovina y, posteriormente, en Bosnia y Bulgaria.
Una sangrienta represión ocasiona el éxodo de las poblaciones cristianas hacia
las regiones de Montenegro y Serbia. En junio de 1876, estos dos principados
declaran la guerra al Imperio Otomano. Ya en otoño sus ejércitos son vencidos.
Pero Rusia, aliada de Montenegro y de Serbia, tras haberse asegurado de la
neutralidad de Austria-Hungría, envía sus tropas a los Balcanes, el 13 de abril
de 1877. Los enfrentamientos tienen lugar en el Cáucaso y en los Balcanes; las
tropas otomanas son derrotadas en los dos frentes y el Imperio Otomano pide el
armisticio el 31 de enero de 1878”.
Ray Chen es uno de los
violinistas más talentosos del momento, perteneciente al selecto grupo de
“protegidos” por el maestro Yehudi Menuhin, del que se conmemora una centuria
del aniversario de su cumpleaños, que tuvo lugar el 22 de abril de 1916. De
hecho, Chen, interpretó junto a la Orquesta Philharmonia, de Londres, el Concierto para violín y orquesta, de
Brahms, en el evento de apertura del Concurso Menuhin, en el Royal Festival
Hall.
Para interpretar el sobradamente
famoso Concierto para violín y orquesta,
de Chaikovski, Chen utilizó su Stradivarius Joachim, de 1715, perteneciente al
virtuoso y compositor húngaro amigo de Brahms y de los Schumann, Joseph
Joachim. Posee este joven talentoso una técnica impecable, un fraseo clarísimo
y una delicadeza que hace suspirar en cada pasaje.
Los primeros violines dan paso al
solista, en un Allegro Moderato que desemboca en la encantadora Canzonetta y
concluye con el descomunal Allegro Vivacissimo.
Tuvo el detalle de ofrecernos una valiosa propina: la Gavotta en
rondeau, de la Partita número tres,
de Johann Sebastian Bach.
Para el sello Sony, Chen ha
grabado varios conciertos de Mozart, apoyado por Christoph Eschenbach y la
Orquesta del Festival de Schleswig
Holstein, un disco denominado “Virtuoso”, con diversas composiciones para
violín y piano y los Conciertos para violín y orquesta, de Mendelssohn y
Chaikovski, junto a la Orquesta Sinfónica de la Radio Sueca, liderada por el
británico Daniel Harding.
En la segunda parte del concierto, se optó por la Misa Glagolítica, de Leos Janácek, una impactante obra que parece
una cantata victoriosa para elogiar el principio de la lengua checa y que se
compuso en la etapa final de vida de su autor, consta de ocho números y se dan
cita la gran agrupación sinfónica, un coro amplio y mixto, cuatro voces
solistas (soprano, tenor, mezzosoprano y barítono) y órgano, en uno de los
movimientos como instrumento solista.
Janácek
hereda el lenguaje de Dvorák y aunque en idea vuelve a los inicios de la
civilización, le otorga una melodía y una rítmica actuales. Le llevó casi
veinte años concluir tan magna composición. Aquí, el elenco vocal quedó
representado con corrección por Susanne Bernhard (soprano), Charlotte Hellekant
(mezzosoprano), Michael König (tenor) y Derek Welton (barítono). Por fin
podemos disfrutar del maravilloso órgano de la Sala Sinfónica del Auditorio
Nacional, bajo la atenta tutela de Daniel Oyarzabal.
Para la gira que el
director de orquesta Vladírmir Jurowski y los músicos londinenses tenían
prevista a su llegada a Madrid, se incluían dos importantes eventos. En el
primero de ellos, Jurowski secundaría al pianista norteamericano Nicholas
Angelich, en su interpretación del Concierto para piano y orquesta nº3, de
Serguéi Rajmáninov. La segunda de las obras, sería la menos habitual de las
Sinfonías de Piotr Ilich Chaikovski, la denominada Polaca. Al día siguiente, la Séptima
Sinfonía, de Mahler, ocupó íntegramente el programa.
El director de origen
ruso conoce bien los pentagramas de ambos músicos, con soberbias versiones del
primero de ellos, como sus Danzas
Sinfónicas, la Isla de los Muertos y la
Sinfonía número 3.
La lectura del Tercero de los Conciertos para piano y orquesta del virtuoso Rajmáninov, resultaba
aquí algo más dramática en conjunto y contundente, en muchos de sus
resaltados pasajes. Imperaba lo reflexivo y apasionado de la obra, a manos de
un pianista capacitado pero no deslumbrante, como fue Angelich. En sus manos
imperaba el sentido íntimo de la pieza. Estamos ante un brillante ejemplo de
musicalidad y de destreza compositiva que le serviría a la película Shine, de banda sonora.
Chaikovski utiliza en
su Tercera Sinfonía temas de
inspiración popular (¿polacos?), hace hincapié en el juvenil pizzicato y nos
anticipa algunos de los guiños que desarrollará en su Cuarta Sinfonía. El uso de la madera prevalece frente al resto
de los instrumentos, aliándose con la cuerda. El ballet siempre estará presente
en las composiciones de Piotr Ilich, pero en esta obra lo hace de manera
palpable. Por ello, podemos escuchar una especie de polonesa, que da nombre a
la pieza. Aquí se testimonia que Chaikovski es el compositor emblema de la
Madre Rusia y de aquí en adelante será sino el más grande de los compositores
del zarismo, sí uno de los mejores.
A continuación, podréis escuchar un enlace del experto director de orquesta Evgueni Svetlanov interpretando esta composición.
Jurowski hizo
especial indicación a las diferentes intensidades, jugando con los volúmenes.
Reconozco haber escuchado algunas de sus importantes grabaciones recientes de
la música de Chaikovski con los filarmónicos londinenses. Grabaron las Sinfonías números 1, 4, 5 y 6 y la llamada Manfred. Cuando Vladímir Jurowski estaba en el podio de la Nacional
Rusa (formada por los huidos de la antigua URSS, se fijó en la importancia de Hamlet, Romeo y Julieta y la Suite
número 3. Era la etapa en la que Pletnev dejaba el teclado para dedicarse
con mayor tiempo a la batuta.
Sigan de cerca la
trayectoria de este director y no les dejará impasibles.
El
innovador y sorprendente flautista Emmanuel Pahud hizo su escala en Madrid,
dentro del ciclo de conciertos de Juventudes Musicales, acompañado por la
renombrada Orquesta de Cámara Franz Liszt, de Budapest. El motivo de tan
seductora unión sería el poder plasmar las diferentes composiciones de la
familia Bach, capitaneada por el magnánimo Johann Sebastian, el kantor de Leipzig. Así pudimos escuchar:
tres fugas de El Arte de la Fuga, el Concierto de Brandemburgo número 3 y la Suite orquestal número 2, de Johann
Sebastian Bach, el Concierto para flauta
y orquesta en re menor y la Sinfonía para
cuerdas en si bemol mayor, de Carl Phillip Emmanuel Bach y la denominada Sinfonía Disonante, de Wilhelm Friedmann
Bach.
Pahud es un todoterreno de la flauta travesera. Para esta
ocasión, tanto los músicos húngaros como el solista suizo, experto en los
repertorios clásicos y barrocos, se reunieron. Recuerdo con especial cariño su
Integral de Sonatas para flauta y clave, secundado por el experto Trevor
Pinnock, registradas en un sobresaliente CD.
Es un maestro capaz de dotar de movimiento y dinámicas a la
más sobria de las partituras. Ya en Basilea, demostraba Pahud una pasión
creciente hacia la música de la familia Bach, Trevor Pinnock le ayudó en
Postdam con la Kammerakademie y sus compañeros de la Filarmónica de Berlín, de
la que es nada menos que el flautista principal, crearon un conjunto denominado
los Berliner Barock Solisten, para seguir demostrando que a Pahud le apasiona
el Barroco.
Con Giovanni Antonini se aproximó a la era revolucionaria
napoleónica y junto al añorado Claudio Abbado logró hacer de sus lecturas mozartianas unas referencias absolutas. Se atreve con casi todos los
repertorios, atrayéndole el jazz, la música del mundo y los endiablados
compositores actuales. Podemos escucharle acompañado por una guitarra o una
sola voz, con una gran orquesta o una de cámara. Así es Pahud, acercándose a
veces a Ives, otras a la época de Federico el Grande, algunas a versiones para
su instrumento de motivos operísticos…hasta llegar al propio Ravi Shankar o
demostrarnos que hay muy buenos autores suizos.
Durante su estancia española, Emmanuel Pahud, estuvo también
en Valladolid, acompañado por la Orquesta Sinfónica de Castilla y León y el
director de orquesta Gustavo Gimeno e
interpretando el dificultoso Concierto
para flauta y orquesta en sol mayor, K 313, de Mozart.
Vino de la mano de Ibermúsica, la Orquesta Sinfónica y Nacional que representa a los Estados
Unidos de Norteamérica desde Washington. Por ella han pasado directores como
Leonard Slatkin, el tenor pasado a empuñar la batuta, Plácido Domingo y el
añorado violonchelista, el mítico Antal Dorati y maestro de la dirección,
Mstislav Rostropóvich. Recuerdo con nostalgia las grabaciones que el ruso
hiciera de las Sinfonías de
Shostakóvich, para el sello Teldec.
Christoph Eschenbach, un pianista más que correcto pasado a
revolucionario director de orquesta, ha estado muy vinculado a USA y a
agrupaciones como la Sinfónica de Houston, el Festival de Ravinia y la Orquesta
de Filadelfia. Desde 2010 está al frente de tan yankee conjunto, sucediendo a Iván Fischer.
Así como Wagner se le hace algo complejo y su orquesta
parece menos adiestrada en estas lides, la música de Dvorák no les es ajena. Desde
el piano ya había dirigido alguna de sus canciones, las sinfonías y oberturas
se las pudo escuchar en Los Ángeles con su Sinfónica y sus conciertos en
Londres, con la Philharmonia. Para su versión del Concierto para violonchelo,
del autor de la Sinfonía del Nuevo Mundo,
contó con un intérprete virtuoso y aunque algo comedido en los ataques, siempre
estuvo provisto de estilo y musicalidad. Me refiero a Daniel Müller-Schott, un
instrumentista capaz de llegar a los complejos agudos de la partitura.
La transcripción que hizo Arnold Schönberg del Cuarteto en sol menor con piano op.25,
de Johannes Brahms, para orquesta sinfónica, ocupó la segundo parte del
concierto de Eschenbach y los suyos. Esta partitura tuvo un éxito rotundo tras
el estreno de Brahms, en Hamburgo y en Viena. Hellmesberger aseguró que se
encontraban ante “el heredero de Beethoven”. Si bien hace falta ser un ejemplar
solista para afrontarla al piano, se debe tener unos soberbios instrumentistas
de cuerda para defender el poder rítmico y melódico de la pieza.
El final es un Rondó zíngaro que rememora la pasión de
Brahms hacia Hungría y sus raíces. Schönberg despliega un arsenal de
instrumentos de percusión, acentúa el valor del ritmo y crea sobre lo plasmado
por el hamburgués. Schönberg había sido un conocedor de su música, desde su
etapa como músico, anterior a la de compositor y estudioso de su obra. Siempre
pensó que los pianistas solapaban la riqueza de la cuerda. El re-orquestador y
padre del sistema dodecafónico, se mantiene en el estilo brahmsiano con algunas
licencias que enriquecen lo ya hecho por el autor romántico.
El Allegro inicial se mantiene en el carácter vienés de la
época, aunque tenemos algunos de los guiños apoteósicos de Schönberg, el
Intermezzo podría haber pertenecido a
alguno de los movimientos de sus Sinfonías Segunda o Tercera y el Andante antecede el aspecto marcial del Rondó.
Eschenbach lo había dirigido en su etapa en Houston, en una
buena interpretación. Al público le entusiasmó tan colorista pieza.
La afamada y prestigiosa Orquesta del Concertgebouw de
Ámsterdam, situada en la Museumkwartier, frente al Rijksmuseum y el
Stedelijkmuseum, vino de la mano de Ibermúsica de su gira alemana, para recalar
en Madrid, con el director de origen ruso, Semyon Bychkov y el pianista, Jean-Yves
Thibaudet. El programa planteado, incluiría el Concierto número 5, denominado Emperador, de Ludwig van Beethoven y, en
la segunda parte, Richard Strauss la ocuparía por completo, con su poema
sinfónico, Una vida de héroe.
Al empezar el evento, una notificación desde la megafonía
avisaba de la indisposición del pianista invitado, Thibaudet, para quedar
sustituido por el español en progresión internacional, Javier Perianes, cuyo
trabajo junto al Cuarteto Quiroga acababa de interpretarse en la Sala de Cámara
del mismo Auditorio Nacional, algunos días atrás.
Perianes afronta cada partitura como si se desprendiese de
una parte de sí mismo, con una sensibilidad y un detalle únicos, con una
especial claridad para el repertorio romántico y una meticulosa pulsación para
cada frase musical.
Si bien, su Beethoven va adquiriendo el cuerpo y el carácter
que lo definen, en Perianes hay siempre un lado especialmente lírico. Su visión
del Emperador resaltó por su estilo,
con una interesante medida del tiempo y un desarrollo bien delimitado. Perianes
ya ha demostrado que posee una sabiduría aplastante para interpretar las Sonatas para piano, de Beethoven. Ahora,
también sumamos su visión técnica de cómo hacer que Beethoven no sólo suene
martilleante sino bello.
La Orquesta del Concertgebouw posee un sonido rotundo,
asentado desde la época de Mengelberg, para afrontar los pentagramas del genio
maduro de Bonn, en este último concierto para piano, el número 5.
Para la segunda parte se contó con un poema sinfónico de
Richard Strauss, el llamado Una vida de
héroe. En una representación del mismo compositor, que sonaba exuberante en
manos de Bychkov. El concertino, Vesko Eschkenazy, desató el Romanticismo impreso en la obra,
acariciado por la madera y con dosis de agresividad acentuada por la percusión
y el metal. Las sordinas aportan ese carácter rotundo pero ácido que posee la
pieza.
Bychkov se entregó a fondo en las luchas internas de la
obra, que no deja de ser la trayectoria vital de su autor. Al mismo nivel de suntuosidad
que Don Juan, pero con un desarrollo
mayor estructurado en seis cuadros.
El director de orquesta ya dirigió esta composición en
Colonia, con la que fuera su Orquesta, la Sinfónica de la WDR, en una
fantástica toma de enero de 2001, junto a la ayuda de su concertino, Kyoko
Shikata, Además, también igualmente memorables fueron sus lecturas de El Caballero de la Rosa, de Salzburgo,
en 2004 y cuando Renée Fleming le acompañó en su interpretación de Daphne, un año después.
El Ciclo de
Conciertos de La Filarmónica, cumple su Cuarta Edición madrileña,
trayéndonos en esta ocasión a una de las orquestas pertenecientes a la WDR (Westdeutscher
Rundfunk), la importante radiodifusora alemana con sede en Colonia y que da
servicio a la región de Renania del Norte y Westfalia. La emisora posee tres conjuntos musicales bien
diferenciados: una Big Band para todos los estilos de jazz, la Orquesta
Sinfónica de la WDR (dirigida por el finlandés Jukka-Pekka Saraste) cuida del
repertorio Clásico habitual y la Orquesta de la Radio de Colonia tutelada por
el pianista, organista y director de orquesta británico, Wayne Marshall (1961),
tiende a interpretar composiciones teatrales, de operetas (y óperas), bandas
sonoras y videojuegos.
Para este evento, se
decidió contar con dos geniales autores norteamericanos: George Gershwin para
la primera parte y Leonard Bernstein para la segunda. La obertura del
musical Of thee I sing nos hace
sonreír desde el primer segundo y nos plasma la elegante y desenfadada
escritura musical de Gershwin. Cada instrumento es relevante y nos hace tener
la idea de una gran banda de jazz cuyo sonido fluye a favor de la audiencia. Un
papel importante tuvo el concertino en su incursión a mitad de la pieza. La
dinámica percusión, las trompetas con sordina y la cuerda uniforme le otorgan
un especial carácter, propio de Broadway y de la gran pantalla.
Si hay piezas que
podamos asociar con el ingenio y la creatividad de los hermanos Gershwin
(Ira, su hermano, escribía muchos de los textos de sus canciones), estas serían
la ópera Porgy and Bess, la Obertura cubana, Un americano en París y Rhapsody
in blue.
En esta última, su
autor es capaz de mezclar el poder de la música negra, las diferentes
connotaciones del arte popular, la música de banda de jazz y una rapsodia de
estructura clásica. Marshall es un pianista experimentado que sabe dejarse
llevar sin palidecer ante el desenfreno apasionante de la música de su autor.
Todo en George Gershwin lleva consigo una dosis ejemplar de sensualidad y
estilo. Clave en esta obra es su inicio que debe ser una compleja escala hacia
el agudo a manos del clarinete, en una progresión casi imperceptible. Marshall
acelera y disminuye el tiempo, acentuando los matices con vigor y comprensión.
The Gershwin in Hollywood no fue tan solo el álbum creado por el
sello DECCA que dio lugar a un
monográfico sobre los dos creativos hermanos, sino que intuía de alguna manera
el nombre de la primera de sus piezas escogidas. Marshall la interpretaba ya
desde el piano hace unos años, con John Mauceri a la batuta. Este resumen vital
hecho obra recupera muchas de sus legendarias canciones, en aproximadamente
diez minutos. Robert Russell Bennett demuestra lo buen orquestador que era,
resaltando el papel de la orquesta sinfónica y su estilo desenfadado para la sala
de baile.
A los músicos de
Colonia se les veía disfrutar como niños pequeños, junto a su nuevo titular desde la temporada
2014-2015.
La segunda parte la
ocuparía íntegramente el polifacético Leonard Bernstein, creador de una
especie de suite de su reconocible musical West Side Story, llevado por
Broadway y el West End, siendo convertida en suite de danzas y terminada por
trasladarse al Cine.
Marshall supo llevar
con mucho pulso su hilo argumental, detallando cada cuadro de este Romeo y
Julieta contemporáneo. Si bien, había cosechado un notable éxito su versión
de Candide, sobre el texto de Voltaire, del Teatro Schiller berlinés, junto a
la Staatskapelle y los cuerpos de Unter den Linden, en la capital alemana, de
mediados de noviembre, en 2011.
Tras los hilarantes
cuadros humorísticos de Cándido y cosechar numerosas ovaciones, Marshall se
puso a interpretar al órgano de la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de
Madrid, improvisando de la mejor de las maneras.
Ochenta y ochos son pocos años cuando se habla de la edad de
fallecimiento del director de orquesta alemán, Kurt Masur, nacido en Brieg
(Silesia), el 18 de julio de 1927.
Tras pasar los duros años de la Segunda Guerra Mundial,
recibió clases del competente Heinz Bogartz y comenzó a trabajar en los Teatros
de Halle, Erfurt y Leipzig. A mediados de los cincuenta, la Filarmónica de
Dresde (segunda en importancia junto a la Staatskapelle), ubicada en la
Altmarktplatz, cuenta con sus valiosos servicios, posteriormente lo hará el
escenógrafo Walter Felsenstein (alumno de Eisenstein), quien lo invita a la Komische
Oper berlinesa. Ya en los 70, la Gewandhaus de Leipzig lo llama a su podio,
amparado por el Gobierno de la DDR de Honecker que le había mandado construir
una nueva sala de conciertos (Karl-Marx Platz) y, en los noventa, la
Filarmónica de Nueva York le propone un suculento contrato para que reavive el
potencial de su agrupación, recordada por su importante labor en los tiempos de
Leonard Bernstein y que había estado bajo la tutela de Zubin Mehta, en la etapa
justo anterior a su nombramiento. Sus último días, aquejado de la enfermedad de
Parkinson, los pasó creando un sonido propio para la Orquesta Nacional
Francesa.
Pocos directores de orquesta han sabido entender tan bien el
repertorio germano como Kurt Masur, desde Beethoven hasta Mendelssohn y Brahms.
Se le puede acusar de una pizca de rigidez y de algo carente de flexibilidad
pero no de falta conocimiento sobre las partituras de los genios románticos.
Siempre estructural y metódico en los ensayos, Masur supo hacer de su
envergadura directiva un cauce para lograr el entendimiento en la época
comunista anterior a la Caída del Muro, para ceder la Sala de la Gewandhaus al acuerdo
entre el pueblo y el poder. Fue propuesto a presidir la República Alemana tras
el desmoronamiento del Telón de Acero, pero prefirió poner rumbo a América y
suceder a Mehta.
Recuerdo sus visitas a Madrid, principalmente una en la que
fue invitado a venir con la Filarmónica de Londres para interpretar unos Cuadros de una exposición, de Músorgski,
para el recuerdo y se puede escuchar su idea de la partitura en una muy buena
toma del sello Apex.
No puedo dejar de comentar aquí que sus Danzas húngaras, de Brahms, están al nivel de las de Claudio Abbado
o las de István Bogár, así como otras músicas de raigambre popular transcritas
por Liszt y Dvorák. Sus Cuatro últimas canciones, de Richard
Strauss, junto a la soprano Jessye Norman siguen siendo de absoluta referencia.
Mendelssohn parece el compositor más ligado a Masur y
muestra de ello, siguen siendo sus versiones de las Oberturas, Sinfonías, Conciertos y cantatas, del mismo. Todo ello quedó registrado
en Leipzig, a pocos minutos de la Casa-Museo del compositor y con la orquesta
que él mismo fundara.
Por si todo esto fuera poco, para su grabación de la ópera Genoveva, de Schumann, cuenta con un
reparto de lujo, formado por el barítono Dietrich Fischer Dieskau, la soprano
Edda Moser y el tenor Peter Schreier, secundados por el Coro de la Radio de
Berlín y la Gewandhaus de Leipzig.
Shostakóvich fue otro de sus compositores de cabecera, como
su lectura de los Conciertos para violín, realizados en París, junto a Kachatryan
y la Nacional Francesa o varias de sus Sinfonías, registradas durante su odisea
neoyorkina. Las Sinfonías números 1 y 5, las grabó en Londres con su
Filarmónica y la Séptima y número 13, con la Filarmónica de Nueva York, en más
que considerables aproximaciones a las mismas.
Cuando Max Bruch aún parecía un compositor olvidado a
orillas del Rin a su paso por la ciudad de Colonia, Masur supo darle peso y
carácter en su nivel sinfónico y como concertista para violín y orquesta, con
la ayuda inestimable de Salvatore Accardo, el genial Vengerov o la joven oriental Sarah
Chang.
Allá en donde reine la buena música estará, dirigiéndola con
entrega y sabiduría, con gestos a veces vagos pero con indicaciones precisas y
expresiones de afirmación o de reprobación. No dejará de estar al servicio de
la mejor melodía.
Ha ocupado un lugar ejemplar en Dresde, Leipzig, Nueva York,
París y Londres y por ello será recordado.
Han sido duros los últimos años del afamado director ruso
Valeri Gergiev y, máxime, cuando se le ha acusado de estar vinculado al régimen
de Putin y de no haber logrado cubrir las expectativas sonoras de la Sinfónica
de Londres, de la que ha sido director principal hasta su partida, en octubre
de 2015, tras diez años subido a su podio, en el Barbican Centre, de la City.
Muchas de sus versiones ofrecidas en la sede oficial de la
orquesta han sido catalogadas como “desagradables” y “vulgares”, por la prensa
local. A pesar de todo ello, el sello propio de la agrupación (LSO), le otorgó
gran número de sinfonías de Gustav Mahler, realizó un sensacional ciclo
Prokófiev, qué duda cabe que sus lecturas de Chaikovski han sido de
referencia y que ha sabido captar la
esencia de Brahms y Szymanowski.
Tras el fallecimiento del maestro Lorin Maazel, Gergiev deja
a la Sinfónica de Londres en manos del saliente de la Filarmónica de Berlín, el
británico sir Simon Rattle, para asumir el control de la Filarmónica de Múnich
de Maazel, con sede en Gasteig.
Para los dos conciertos madrileños de Gergiev, los
muniqueses y el ruso programaron dos apetecibles conciertos. Para el primero de
ellos, Berlioz y su Sinfonía Fantástica,
Debussy y El Preludio a la fiesta de un
fauno y Shostakóvich y el Segundo de sus Conciertos para violín y orquesta, con Janine Jansen. Para el segundo de ellos, se
programó el Preludio al Acto primero,
del Lohengrin, de Wagner, seguido por
el Poema del éxtasis, de Scriabin y
concluido con especial dedicación, por la Patética,
de Chaikovski.
Asistí al segundo de los conciertos con la ilusión de
escuchar esa confluencia de caracteres en apariencia tan contrapuestos como la
orquesta bávara, que tuvo a Kempe y a Celibidache en su podio, con el estilo a
veces algo duro y rígido del ruso, quizás un poco falto de poesía.
A finales de los noventa, Gergiev se puso a conducir las
complejidades de Wagner con su Parsifal, encabezado por Plácido Domingo,
Urmana, Salminen y Netrebko, ha seguido con La Valquiria y ha seguido con El
Oro del Rin. Para este Preludio al Acto primero, del Lohengrin, de Richard
Wagner, Gergiev se apoya en los muniqueses, galardonados con el peso de la
buena fama que les otorgan muchas de las grabaciones y conciertos con obras del
protegido del rey Ludwig. El sonido aterciopelado se hacía notar en más de una
ocasión, con el flujo de las diferentes tensiones instrumentales en un continuo
ascender y descender de las notas. ¿Hubo sutileza? Bastante, aunque algo
comedida.
Del 30 de octubre de 2015 data una de las últimas
grabaciones que Gergiev realizó con la Sinfónica de Londres, registrando las Sinfonías números 3 y 4, de Scriabin.El Poema del éxtasis, no es otra que la
que ostenta la cuarta posición, a modo de “programa filosófico”. Puntualiza
Gergiev sobre el autor: "Scriabin es un gran compositor
ruso, un compositor con su propia voz, que escribe desde su propio mundo. En este
compositor destacan muchas sonoridades y su habilidad para crear diferentes
colores era legendaria. El autor sería identificado en nuestros días como alguien
capaz de crear un maravilloso mundo de sonidos musicales y nosotros formamos
parte de él. Nos sentimos impresionados por sus ideas y su poder orquestal”.
Desde el principio estuvimos seducidos
por esa atmósfera tan similar en Debussy y Stravinski. El concertino hizo su
entrada, le siguieron las maderas y la trompeta. La obra se sostiene en un
equilibrio en el que los elementos recurrentes van a más. Parece una obra
cíclica, pero pronto descubriremos su maestría y su embriagadora carga
orquestal y de ritmos.
Vibrantes estuvieron tanto las
secciones de metal como algunas de las maderas y una cuerda sin igual. Bravo al
concertino de la Filarmónica de Múnich.
Para la segunda parte, Gergiev y los
filarmónicos muniqueses nos tenían preparado una lectura tremendamente
emocional de la Patética, de Chaikovski. Tanto en esta biográfica sinfonía como
en la anterior composición de Scriabin, uno se da cuenta del valor de los silencios
en la partitura, en la Música.
Inicia el fagot con un pequeño
incidente en la afinación, le secunda la cuerda que sirve para plasmarnos el
escenario dramático. Se percibe el frío del invierno, de la noche y el recuerdo
nostálgico de la niñez. Chaikovski está presente en cada movimiento. La flauta
y la cuerda coquetean en la sucesión del Adagio
y el Allegro ma non troppo, del
primer movimiento.
Tras las últimas notas del clarinete,
irrumpen los timbales ferozmente, en un tempo endiablado, desencadenando en los
metales. Parece como una lucha interior del propio Chaikovski, entre arcos
ascendentes y descendentes. El tema inicial del primer movimiento vuelve a
tener un toque optimista.
La sensualidad del antepenúltimo
movimiento, nos hace pensar en el ballet, tan amado por su autor, como si de
una escena del Bolshói moscovita se tratara. Podemos pensar en un paseo en
trineo, también. Suena bucólico, con una visión optimista de la vida. Los
pizzicatos acentúan la acción. Chaikovski el triunfalista hace de este su
movimiento, pese a la duda perenne, a modo de cuerda.
Gergiev destapa su furor con el
penúltimo de los tiempos, un Allegro molto
vivace, con forma de Scherzo que
termina a modo de marcha. Muchos de los asistentes piensan que la Sinfonía
termina en este instante, al concluir el tema, pero Chaikovski quiere
¿despedirse de todos nosotros?, con el lamento final a modo de Réquiem que es
su Adagio lamentoso. Modest, su hermano menor, le otorga a la Sexta el sobretítulo de Patética… Como ustedes saben, la
Filarmónica de Múnich estuvo dirigida por Sergiu Celibidache, un maestro
esencial para entender la lectura que del final hicieron Gergiev y los suyos
emulando las indicaciones del director de orquesta rumano, cuidando el detalle,
los tiempos, las pulsaciones de la cuerda y ese corazón que se apaga en forma
de violonchelos y contrabajos…
Chaikovski parece saber que se acercaba su fin,
un final premeditado por una época y unos dirigentes incapaces de considerar al
genial músico. ¿Fue realmente obligado a ingerir un veneno que daría conclusión
a su vida? Existen muchas teorías al respecto pero, lo más importante, es que su
Música perdurará para siempre.
Jaime Arroyo Moya nace en Madrid el 20 de marzo de 1982, estudiando Historia en la Universidad Autónoma de Madrid. Completa su actividad con cursos de radio (Onda Verde), inglés (English Centre) y alemán (Goethe-Institut). Desde los 18 años ha colaborado con publicaciones como la Revista “Ritmo”, el Boletín de Información Discográfica “Diverdi”, el diario “ABC”, "Doce Notas", la página Web cultural beckmesser.com, etc.
Así mismo ha desempeñado funciones de responsabilidad musical en “El Corte Inglés”, como encargado de la Sección de Música Clásica y ha realizado la edición de programas de mano de la Orquesta del Conservatorio Profesional de Música de “Arturo Soria”.
Ha trabajado, en un intento por difundir la música entre los más jóvenes, como gestor de la “Fundación Mozart”.
Actualmente, se ocupa de la publicación “El Mensajero Musical". Se encargó de la Sección de Música Clásica-Jazz de Fnac Plaza Norte y ha estado al frente del Blog de Experto de Música Clásica. Ha trabajado en el Departamento de Discos de Fnac Castellana, Discos y Libros en Callao y, actualmente, trabaja en el Departamento de Entretenimiento en Fnac Plaza Norte.