lunes, 23 de octubre de 2017

Una carismática directora y un director consagrado


El domingo, 23 de octubre de 2017, asistimos a dos conciertos ejemplares, en el Auditorio Nacional de Música sito en Madrid, y que estuvieron marcados por la juventud y el futuro prometedor de la directora neoyorquina Karina Canellakis y la veteranía y el don para el tempo de Bernard Haitink.

La Orquesta y Coro Nacionales de España, tuvieron el acierto de elegir a la ganadora del Premio George Solti de dirección orquestal en 2016, con dos padrinos de excepción tutelándola de muy cerca: Fabio Luisi y Alan Gilbert. Para tal evento, se comenzó con una muy apropiada lectura de la Bruja del mediodía, una de mis oberturas predilectas, de Dvorák, junto al Goblin del agua. Canellakis hizo de Robert Silla su solista de oboe de excepción y quedó muy bien secundado por una cuerda empastada a la que seguiría en un segundo nivel toda la familia de maderas. Nada parecía baladí en manos de la directora, quedando todo marcado y exacto. Su mano izquierda redondeaba y puntualizaba frases con amplitud mientras la derecha era temperamental pero también sutil y nada exagerada. Un Dvorák en estado puro, con cambios melódicos y rítmicos que avisarían de la continuación del programa.

Para las Variaciones sobre un tema rococó, de Chaikovski, se contó con la versión original de su destinatario, el violonchelista Wilhelm Fitzenhagen. Edgard Moreau posee una técnica indiscutible que le pasó factura al final de una de las variaciones pero que en su conjunto estuvo acertado. Se le podría achacar algo más de color, pero estuvo plagado en todo momento de los matices de la escuela francesa de violonchelo. Es una pieza de un enorme virtuosismo, dulce pero compleja. Moreau posee una madurez inusual que quedó recompensada por el público matutino en aplausos y por el intérprete con una propina bachiana.

La segunda parte del concierto, quedo íntegramente consagrada a Las campanas, de Serguéi Rajmáninov, una obra colosal para orquesta y coro que recuerda a una continuación de Chaikovski con elementos de Músorgski. He de destacar el fabuloso papel del corno inglés (preciosa melodía) y de dos de las voces solistas, como fueron la soprano Olga Pudova y el bajo Alexander Vinodradov. Lástima que la poco voluminosa voz del tenor Alexey Dolgov quedase solapada por el contingente orquestal y vocal. Las voces susurrantes del Coro creaban un clímax absoluto y épico al principio y final de la obra, con un rayo de esperanza luminosa al término de la misma.




Por la tarde, nada menos que el afamado y casi nonagenario director de orquesta Bernard Haitink estaba invitado por Ibermúsica, acompañado por una orquesta con la que colabora muy a menudo, la Sinfónica de Londres. Haitink no es dado al exceso ni a desmedidas ornamentaciones. Posee claridad en sus indicaciones y es escueto, como demostró en la obertura de la Gruta de Fingal, de Mendelssohn, fiel al detalle en todo momento pero dejando que la orquesta fluyera, cosa que hizo Canellakis en la mañana. Mendelssohn nos desvela una maravillosa música programática.
Seguidamente, la joven solista Veronika Eberle, tenía preparada una lectura del Concierto para violín y orquesta, del mismo autor de la obertura anterior, Félix Mendelssohn. Recordaba su versión a un estilo similar al de Isabelle Faust y es que Eberle interpreta de manera elegante y virtuosa aunque con un sonido no muy amplio, con un Stradivarius “Dragonetti”, de 1700.

Haitink ha grabado en algunas ocasiones las Sinfonías de Brahms, con la Sinfónica de Boston, con la Concertgebouw de Ámsterdam (a la que se le asocia indiscutiblemente) y con la Sinfónica de Londres y  su propio sello discográfico. A priori, no es un director al que asociásemos con el autor hamburgués, pero su versión de la Segunda Sinfonía fue equilibrada y cuidadosa, manteniendo su lirismo y no faltándole temperamento. (1700),