martes, 26 de enero de 2016

Recordando al gran Kurt Masur (1927-2015)



Ochenta y ochos son pocos años cuando se habla de la edad de fallecimiento del director de orquesta alemán, Kurt Masur, nacido en Brieg (Silesia), el 18 de julio de 1927.

Tras pasar los duros años de la Segunda Guerra Mundial, recibió clases del competente Heinz Bogartz y comenzó a trabajar en los Teatros de Halle, Erfurt y Leipzig. A mediados de los cincuenta, la Filarmónica de Dresde (segunda en importancia junto a la Staatskapelle), ubicada  en  la Altmarktplatz, cuenta con sus valiosos servicios, posteriormente lo hará el escenógrafo Walter Felsenstein (alumno de Eisenstein), quien lo invita a la Komische Oper berlinesa. Ya en los 70, la Gewandhaus de Leipzig lo llama a su podio, amparado por el Gobierno de la DDR de Honecker que le había mandado construir una nueva sala de conciertos (Karl-Marx Platz) y, en los noventa, la Filarmónica de Nueva York le propone un suculento contrato para que reavive el potencial de su agrupación, recordada por su importante labor en los tiempos de Leonard Bernstein y que había estado bajo la tutela de Zubin Mehta, en la etapa justo anterior a su nombramiento. Sus último días, aquejado de la enfermedad de Parkinson, los pasó creando un sonido propio para la Orquesta Nacional Francesa.

Pocos directores de orquesta han sabido entender tan bien el repertorio germano como Kurt Masur, desde Beethoven hasta Mendelssohn y Brahms. Se le puede acusar de una pizca de rigidez y de algo carente de flexibilidad pero no de falta conocimiento sobre las partituras de los genios románticos. Siempre estructural y metódico en los ensayos, Masur supo hacer de su envergadura directiva un cauce para lograr el entendimiento en la época comunista anterior a la Caída del Muro, para ceder la Sala de la Gewandhaus al acuerdo entre el pueblo y el poder. Fue propuesto a presidir la República Alemana tras el desmoronamiento del Telón de Acero, pero prefirió poner rumbo a América y suceder a Mehta.



Recuerdo sus visitas a Madrid, principalmente una en la que fue invitado a venir con la Filarmónica de Londres para interpretar unos Cuadros de una exposición, de Músorgski, para el recuerdo y se puede escuchar su idea de la partitura en una muy buena toma del sello Apex.

No puedo dejar de comentar aquí que sus Danzas húngaras, de Brahms, están al nivel de las de Claudio Abbado o las de István Bogár, así como otras músicas de raigambre popular transcritas por Liszt y Dvorák.  Sus Cuatro últimas canciones, de Richard Strauss, junto a la soprano Jessye Norman siguen siendo de absoluta referencia.



Mendelssohn parece el compositor más ligado a Masur y muestra de ello, siguen siendo sus versiones de las Oberturas, Sinfonías, Conciertos  y cantatas, del mismo. Todo ello quedó registrado en Leipzig, a pocos minutos de la Casa-Museo del compositor y con la orquesta que él mismo fundara.



Por si todo esto fuera poco, para su grabación de la ópera Genoveva, de Schumann, cuenta con un reparto de lujo, formado por el barítono Dietrich Fischer Dieskau, la soprano Edda Moser y el tenor Peter Schreier, secundados por el Coro de la Radio de Berlín y la Gewandhaus de Leipzig.

Shostakóvich fue otro de sus compositores de cabecera, como su lectura de los Conciertos para violín, realizados en París, junto a Kachatryan y la Nacional Francesa o varias de sus Sinfonías, registradas durante su odisea neoyorkina. Las Sinfonías números 1 y 5, las grabó en Londres con su Filarmónica y la Séptima y número 13, con la Filarmónica de Nueva York, en más que considerables aproximaciones a las mismas.

Cuando Max Bruch aún parecía un compositor olvidado a orillas del Rin a su paso por la ciudad de Colonia, Masur supo darle peso y carácter en su nivel sinfónico y como concertista para violín y orquesta, con la ayuda inestimable de Salvatore Accardo,  el genial Vengerov o la joven oriental Sarah Chang.



Allá en donde reine la buena música estará, dirigiéndola con entrega y sabiduría, con gestos a veces vagos pero con indicaciones precisas y expresiones de afirmación o de reprobación. No dejará de estar al servicio de la mejor melodía.


Ha ocupado un lugar ejemplar en Dresde, Leipzig, Nueva York, París y Londres y por ello será recordado.

lunes, 25 de enero de 2016

La Filarmónica de Múnich en manos de Gergiev



Han sido duros los últimos años del afamado director ruso Valeri Gergiev y, máxime, cuando se le ha acusado de estar vinculado al régimen de Putin y de no haber logrado cubrir las expectativas sonoras de la Sinfónica de Londres, de la que ha sido director principal hasta su partida, en octubre de 2015, tras diez años subido a su podio, en el Barbican Centre, de la City.

Muchas de sus versiones ofrecidas en la sede oficial de la orquesta han sido catalogadas como “desagradables” y “vulgares”, por la prensa local. A pesar de todo ello, el sello propio de la agrupación (LSO), le otorgó gran número de sinfonías de Gustav Mahler, realizó un sensacional ciclo Prokófiev, qué duda cabe que sus lecturas de Chaikovski han sido de referencia  y que ha sabido captar la esencia de Brahms y Szymanowski.

Tras el fallecimiento del maestro Lorin Maazel, Gergiev deja a la Sinfónica de Londres en manos del saliente de la Filarmónica de Berlín, el británico sir Simon Rattle, para asumir el control de la Filarmónica de Múnich de Maazel, con sede en Gasteig.

Para los dos conciertos madrileños de Gergiev, los muniqueses y el ruso programaron dos apetecibles conciertos. Para el primero de ellos, Berlioz y su Sinfonía Fantástica, Debussy y El Preludio a la fiesta de un fauno y Shostakóvich y el Segundo de sus Conciertos para violín y orquesta, con Janine Jansen. Para el segundo de ellos, se programó el Preludio al Acto primero, del Lohengrin, de Wagner, seguido por el Poema del éxtasis, de Scriabin y concluido con especial dedicación, por la Patética, de Chaikovski.

Asistí al segundo de los conciertos con la ilusión de escuchar esa confluencia de caracteres en apariencia tan contrapuestos como la orquesta bávara, que tuvo a Kempe y a Celibidache en su podio, con el estilo a veces algo duro y rígido del ruso, quizás un poco falto de poesía.

A finales de los noventa, Gergiev se puso a conducir las complejidades de Wagner con su Parsifal, encabezado por Plácido Domingo, Urmana, Salminen y Netrebko, ha seguido con La Valquiria y ha seguido con El Oro del Rin. Para este Preludio al Acto primero, del Lohengrin, de Richard Wagner, Gergiev se apoya en los muniqueses, galardonados con el peso de la buena fama que les otorgan muchas de las grabaciones y conciertos con obras del protegido del rey Ludwig. El sonido aterciopelado se hacía notar en más de una ocasión, con el flujo de las diferentes tensiones instrumentales en un continuo ascender y descender de las notas. ¿Hubo sutileza? Bastante, aunque algo comedida.

Del 30 de octubre de 2015 data una de las últimas grabaciones que Gergiev realizó con la Sinfónica de Londres, registrando las Sinfonías números 3 y 4, de Scriabin. El Poema del éxtasis, no es otra que la que ostenta la cuarta posición, a modo de “programa filosófico”. Puntualiza Gergiev sobre el autor: "Scriabin es un gran compositor ruso, un compositor con su propia voz, que escribe desde su propio mundo. En este compositor destacan muchas sonoridades y su habilidad para crear diferentes colores era legendaria. El autor sería identificado en nuestros días como alguien capaz de crear un maravilloso mundo de sonidos musicales y nosotros formamos parte de él. Nos sentimos impresionados por sus ideas y su poder orquestal”.

Desde el principio estuvimos seducidos por esa atmósfera tan similar en Debussy y Stravinski. El concertino hizo su entrada, le siguieron las maderas y la trompeta. La obra se sostiene en un equilibrio en el que los elementos recurrentes van a más. Parece una obra cíclica, pero pronto descubriremos su maestría y su embriagadora carga orquestal y de ritmos.



Vibrantes estuvieron tanto las secciones de metal como algunas de las maderas y una cuerda sin igual. Bravo al concertino de la Filarmónica de Múnich.

Para la segunda parte, Gergiev y los filarmónicos muniqueses nos tenían preparado una lectura tremendamente emocional de la Patética, de Chaikovski. Tanto en esta biográfica sinfonía como en la anterior composición de Scriabin, uno se da cuenta del valor de los silencios en la partitura, en la Música.

Inicia el fagot con un pequeño incidente en la afinación, le secunda la cuerda que sirve para plasmarnos el escenario dramático. Se percibe el frío del invierno, de la noche y el recuerdo nostálgico de la niñez. Chaikovski está presente en cada movimiento. La flauta y la cuerda coquetean en la sucesión del Adagio y el Allegro ma non troppo, del primer movimiento.

Tras las últimas notas del clarinete, irrumpen los timbales ferozmente, en un tempo endiablado, desencadenando en los metales. Parece como una lucha interior del propio Chaikovski, entre arcos ascendentes y descendentes. El tema inicial del primer movimiento vuelve a tener un toque optimista.

La sensualidad del antepenúltimo movimiento, nos hace pensar en el ballet, tan amado por su autor, como si de una escena del Bolshói moscovita se tratara. Podemos pensar en un paseo en trineo, también. Suena bucólico, con una visión optimista de la vida. Los pizzicatos acentúan la acción. Chaikovski el triunfalista hace de este su movimiento, pese a la duda perenne, a modo de cuerda.


Gergiev destapa su furor con el penúltimo de los tiempos, un Allegro molto vivace, con forma de Scherzo que termina a modo de marcha. Muchos de los asistentes piensan que la Sinfonía termina en este instante, al concluir el tema, pero Chaikovski quiere ¿despedirse de todos nosotros?, con el lamento final a modo de Réquiem que es su Adagio lamentoso. Modest, su hermano menor, le otorga a la Sexta el sobretítulo de Patética… Como ustedes saben, la Filarmónica de Múnich estuvo dirigida por Sergiu Celibidache, un maestro esencial para entender la lectura que del final hicieron Gergiev y los suyos emulando las indicaciones del director de orquesta rumano, cuidando el detalle, los tiempos, las pulsaciones de la cuerda y ese corazón que se apaga en forma de violonchelos y contrabajos… 

Chaikovski parece saber que se acercaba su fin, un final premeditado por una época y unos dirigentes incapaces de considerar al genial músico. ¿Fue realmente obligado a ingerir un veneno que daría conclusión a su vida? Existen muchas teorías al respecto pero, lo más importante, es que su Música perdurará para siempre.