jueves, 21 de abril de 2022

La Orquesta Philharmonia expresa su temperamento con Rouvali


El joven director de orquesta finlandés Santtu-Matias Rouvali (Lahti, 1985) volvió a Madrid de la mano de Ibermúsica,
junto a la orquesta de la que es titular y sucesor de su compatriota Esa-Pekka Salonen: la Philharmonia de Londres. Rouvali compagina esta actividad con la Sinfónica de Gotemburgo y la Filarmónica de Tempere.

Antes de dar comienzo la primera parte del evento, una de las responsables del ciclo de conciertos, tuvo unas estupendas palabras en recuerdo de los dos grandes pianistas fallecidos recientemente y con los que Ibermúsica y su creador, Alfonso Aijón, tuvieron un vínculo especial: Nicholas Angelich y Radu Lupu.

La primera vez que escuché a Nicola Benedetti (Irvine, 1987) fue con su debut en el sello DECCA, en un trabajo de tintes barrocos, llamado “Italia”, en el que se enlazaban sus raíces escocesas e italianas. Me sorprendió muy gratamente tanto por su delicadeza como por su pasión, interpretando las páginas de Vivaldi, Tartini y Veracini en compañía de la Orquesta de Cámara de Escocia.

Para iniciar un concierto que fue in crescendo, Benedetti eligió a Beethoven y su compleja y dinámica obra en re mayor opus 61. Desde el comienzo todos parecieron entenderse a las mil maravillas, a través de las bellas sonoridades del Stradivarius “Gariel” de 1717 en manos tan virtuosas como las de la escocesa, con una agilidad casi imposible a través de las cuerdas y del dominio del arco. El discurso resultó fluido, con el toque plástico de su director y con la capacidad de la solista. Se creaban planos, se resaltaron detalles y todo pareció homogéneo. Debo destacar la cadencia del primer tiempo y los pizzicatos de la cuerda, además de la entrada del timbal, el precioso y sutil Larghetto y la entrega que puso a lo largo de su interpretación y un final tarareable e inmediatamente reconocible que culminó de manera deslumbrante, poniendo al público a aplaudir con ímpetu.

Como agradecimiento ante la insistencia de los allí presentes, nos dedicó una pieza tradicional que denominó como un  “regalo de Escocia” titulado Auld Lang Syne.

El plato fuerte vendría con la Quinta Sinfonía de Chaikovski, una obra que tanto la agrupación creada por el productor Walter Legge en 1945 como Rouvali conocen a la perfección. Hablaba de las manos de Benedetti al entender a Beethoven, pero es que Rouvali seguía los vibratos de la cuerda chaikovskiana con su mano izquierda, haciendo el mismo gesto, dotaba a las entradas de carácter y seguía el desarrollo melódico. Si el primer movimiento fue detallado y nutrido por el uso del rubato, esperaba con emoción un segundo tiempo en el que el solo de trompa me hubiera seducido algo más, aunque las cuerdas graves y las maderas estuvieron perfectas. Precioso sonó esa especie de patinaje sobre hielo del Vals y contundente resultó el final.

Esta noche recogió un lleno casi absoluto, con un público no tan distraído por el uso del móvil o las sonoridades de los papelillos que recubren los caramelos, sino atentos a lo que se daba cita sobre el escenario. Auguro muchos éxitos a Rouvali, por su apasionada cercanía tanto a los músicos como a los compositores que interpreta. Admira la rapidez con la que responden los británicos a sus indicaciones y que él perfila aportando ese toque especial, como de un actor ante su público.