
Marc Minkowski y Les Musiciens du Louvre han enriquecido con aires nuevos las partituras del Barroco germánico (Haendel y -ahora- Bach), el aristocrático y majestuoso repertorio versallesco de Lully y Rameau y, además, han conseguido llegar a Mozart y pasar a reivindicar el lugar que le corresponde a la opereta francesa de Jacques Offenbach.
Con motivo de su visita española, el fagotista transformado en director, ofreció la patriótica y zarista
Obertura 1812, de Piotr Ilich Chaikovski, las ilustrativas
Danzas sinfónicas de
West Side Story, de Leonard Bernstein y la estremecedora
Sinfonía nº3, de Henryck Mikolaj Górecki.
"¿Dónde ubicarías el cañón?", me pregunta el maestro, "¿detrás de los segundos violines o del piano?". Al final, Minkowski optó por la que resultó ser la mejor solución, tras el piano.
Las explicaciones del sonriente y animado Minkowski dieron inicio a una mañana dominical (8 de febrero) que comenzó con la pieza descriptiva de Chaikovski, con su inicio chelístico sereno y su desarrollo en ascendente melodía. Los
ritadandos que daban pie al danzable
trépak añadían un aporte colorista e incisivo a la partitura. Cada frase orquestal parecía perfectamente delimitada y definida por el barroquista director. La
Marsellesa, poco chovinista en este caso, se entrelazaba con los ritmos rusos para finalizar con unas perceptibles dosis de campanadas y cañonazos. Napoleón hubo de retirarse. La cuerda no perdió el lirismo a una vertiginosa velocidad. Los "chicos del metal" estuvieron comedidos, pero refinados y vibrantes. La madera coordinada y en perfecta armonía y la percusión colosal.
La suite de
Danzas sinfónicas de
West Side Story, representa algunas de las secciones del musical llevado a la gran pantalla, con chasquitos de dedos y grito de
Mambo al unísono, incluidos. Así, podemos imaginarnos sin letra las idas y venidas de este
Romeo y Julieta moderno de la zona oeste neoyorquina, al son de los bailes y peleas mortíferas de los
Jets (americanos) contra los
Sharks (puertorriqueños). La Orquesta Nacional supo captar el sabor de Broadway desde la primera nota, con un sonido potente y contrastado. Las escenas de amor se dan cita junto a las de baile y las de pelea callejera. Los aplausos impulsivos de una parte importante del público hicieron que Tony muriese antes del llanto desconsolado de María. Se perdió por un instante la magia, aunque el sentido global de la obra quedase hilbanado a las mil maravillas. Algún descuido de las trompetas no hicieron mella en una de las partituras más universales. Minkowski, en su linea de interacción con el público, le hizo partícipe aunándole a gritar: ¡Mambo!.
Los horrores del genocidio nauseabundo y deplorable de la reciente historia del nazismo, dieron lugar en Polonia a una de las masacres más atroces jamás contadas. Con motivo de las escalofriantes vivencias acontecidas en territorio polaco, el compositor y ciudadano de nuestro tiempo Henrick Mikolaj Górecki compuso lo que podríamos traducir como
Sinfonía de las canciones de lamento.
A propósito de la sobrecogedora Sinfonía nº3, de Górecki, de su humanismo y su protesta en contra del terror nazi, me gustaría plasmar a continuación unas palabras de su autor: "Muchos de mis familiares murieron en campos de concentración. Tuve un abuelo que estuvo en Dachau y un tío en Auschwitz. Usted sabe las distancias que existen entre alemanes y polacos. Pero Bach fue un alemán también—y Schubert y Strauss-. Todos tienen un lugar en este pequeño mundo. Todo ello queda tras de mi. Pero la Tercera Sinfonía no trata acerca de la Guerra. No es un Dies Irae, es una sinfonía normal de canciones del sufrimiento (lamento)".
Desde el primer movimiento que entona la cuerda de los contrabajos a modo de canon, la orquesta cordófona se irá incrementando sostenida sobre unas cuantas notas musicales. El movimiento pendular, da paso a la voz aguda y penetrante de la soprano ucraniana Olga Pasichnyk. Esta segunda parte del concierto poco tiene que ver con la anterior. Aquí el dolor y el concepto de recogimiento humano y religioso adquieren formas de notas musicales. Las Canciones de Lysa Góra, de la segunda mitad del siglo XV, dan lugar al lacrimógeno segundo movimiento. La sede de la Gestapo en la región de Zakopane retuvo a Helena Wanda Blazusiakówna, de dieciocho años de edad, desde el 25 de septiembre de 1944. Su celda, la número 3, fue testigo del texto que ilustraba Blazusiakówna y que -ahora- traduce clamándolo Pasichnyk. "Madre, no llores, no, la más pura Reina de los Cielos, apóyame siempre. Dios te salve María, llena eres de gracia". Tras el cénit de la obra sinfónica, en el que la niña pide refugio desde su foro interior, el tono folclórico de la región de Opole nutre el último de los tiempos, con el recuerdo que una madre tiene de su hijo.
Górecki simboliza aquello por lo que Polonia es sinónimo de creación en el presente y en el futuro y, a su vez, una recreación de su pasado. Por eso, autores como el universal Chopin y el redescubierto Szymanowski -por Wit y Rattle- comparten patria con las generaciones de los Lutoslawski y Penderecki.
Intenso concierto con bastantes momentos álgidos, con un maestro que mantiene aquello de ser un "todoterreno" y como él suele decir, "un especialista de la no especilización".