La última y prometedora semana de la 69 Quincena Musical Donostiarra acogió interesantes obras servidas por agrupaciones en estado de gloria, como la SWR de Baden- Baden y Freiburg (con Cambreling) y unos programas Messiaen que rinden homenaje a este gigante de la composición más reciente o el encumbrado sucesor de Plasson en Toulouse, Tugan Sojiev.
La Orquesta Sinfónica de Euskadi, que abrió la segunda parte de este maravilloso festival en el “cubo” de Moneo (el Kursaal, claro está), parece haber encontrado en Andréi Boreiko al sucesor natural de batutas como las de Cristian Mandeal y Gilbert Varga. En la línea de los grandes maestros de la batuta rusos, Boreiko destacó por sus vibrantes lecturas de Rajmáninov (Concierto nº2 para piano y orquesta) y por unos estelares “Planetas”, de Holst. Boreiko dotó de precisión a la cuerda, hizo del metal un bloque sonoro y resaltó el contundente papel vocal de la Coral Andra Mari. El soberbio nivel técnico alcanzado por Perianes en Rajmáninov carecía en algunas frases del sentimiento necesario para afrontarlo que, resultando elegante y virtuoso, cayó en lo estrictamente técnico sonando a veces metálico. El Auditorio Kursaal, repito, vibró con “Los Planetas”. La Sinfónica de Euskadi va teniendo un sonido característico y sólido digno de las mejores formaciones.
En Chaikovski la ópera “Iolanta” (1892), según el drama “La hija de René” de Henrik Hertz, tiene un carácter autobiográfico. Resumiendo, podríamos decir que los mensajes finales serían que el amor da fuerza para ver y que el conocimiento de la verdad lleva a la curación. Esta última ópera tiende a la parábola y se ubica en la Provenza del siglo XV, tendiendo a un poema musical dramático. El estilo de esta obra en un acto se aproxima al de las italianas “Cavalleria rusticana” o “Pagliacci”.
Un Coro Easo en plena forma se vio acompasado por las primorosas voces del Teatro Mariinski de San Petersburgo. Los roles del rey y del médico árabe destacaron junto a las de la hija y las amigas de esta. Sojiev hizo que la tensión argumental no se perdiese en ningún momento. La Orquesta Nacional del Capitolio de Toulouse respondió precisa y delicada. Emotiva composición, con alguna que otra lágrima entre el público asistente. La semi-escenificación en esta versión en concierto fue de lo más apropiada.
Con la obertura a la ópera “Ruslán y Ludmíla”, de Mijaíl Ivánovich Glinka, la cuerda de la Orquesta del Capitolio de Toulouse demostró tener la suficiente coordinación y rapidez para no perderse ante el ritmo de Sojiev. Vertiginoso por momentos, contó para la evocadora “Rapsodia sobre un tema de Paganini” con el, a veces, rudo pianista Denis Matsuev. Matsuev recreó la partitura desde un punto de vista brillante pero obviando cualquier delicadeza. Para él el sonido fluye entre las teclas y sus manos, como el agua que fluye sin control. Las ocurrentes propinas incluyeron “La cajita de música” de Liádov, servida desde el piano. En las “Danzas”, Rajmáninov encontró en este maestro un notable interlocutor. Sojiev hará de esta orquesta una de las punteras. ¡Bravo!
Cambiando de escenario, el esplendoroso y cuidado Teatro Victoria Eugenia presentó el singular trabajo conjunto del equilibrado Coro de la Radio de Berlín con los experimentados solistas del Ballet de Kiel. Este particular concepto de espectáculo músico-teatral y coreográfico, en el que “gracias a la labor de los cantantes, los danzantes y la flauta se asumen bien las diferentes etapas de la alternancia intelectual y espiritual de la obra”, comenta su autor R. Schedrin. “El ángel lacrado” consiste en un grupo vocal que declama textos de contenido religioso, apoyados por un instrumento y las consiguientes coreografías. El fuerte contenido teatral de la obra queda definido por los bailarines, que realizan expresivas apariciones de marcado dramatismo. La composición resulta reiterativa en algunos pasajes, pero queda resuelta por la magnífica profesionalidad del coro, que permanece en la penumbra casi ausente de luz. Perfecto ensamblado de lo vocal con la danza.
El armonioso perfil al final de la Quincena Musical Donostiarra lo puso la orquesta que hiciera aún más grande el redescubridor de la música contemporánea Michael Gielen: me refiero a la SWR Sinfonieorchester de Baden-Baden y Freiburg. Para rendir tributo en un homenaje a Messiaen se planificaron los “Oiseaux exotiques“, “Couleurs de la cité céleste” y “L’ Ascension”.
Con dos inusuales composiciones mozartianas se inició el primero de los conciertos de la SWR y, en concreto, con sus “Adagio y fuga, KV546” y su “Concierto para piano y orquesta nº17, KV453”. Obras de menor calado y profundidad pero no menos brillantes. Recuerdo que un amigo y colega me comentaba que “Mozart era una obra maestra en sí mismo”. Cuanta razón tenía. Roger Muraro posee las cualidades óptimas para ser el pianista de Messiaen, aunque en Mozart estuvo correcto. La orquesta se “comía” la participación pianística. Los de Baden-Baden y Freiburg eclipsaron algunas intervenciones del Muraro mozartiano pero intensificaron las virtudes de Messiaen.
La fecha final a tanto y tan bueno la puso un Wagner menos triunfal pero de carácter romántico en el “Preludio del Acto Tercero y el Embrujo de Viernes Santo“, de “Parsifal”. Para seguirle, dos maravillas que irían en aumento una tras otra, los “Coulers” de Messiaen y el denso lenguaje de Bruckner y su “Séptima Sinfonía”.
La complejidad del lenguaje en Messiaen atrae cada vez a numerosos adeptos, pero Muraro resalta con naturalidad cada minúsculo detalle, que parece pincelado.
La magnitud de la música de Bruckner sirvió de colofón a este ciclo veraniego pasado por agua. Una “Séptima” digna de todos los elogios, con un bloque sonoro perfectamente ensamblado, desarrollo de temas magistralmente traducidos por Cambreling, sumados al apoteósico sonido de la orquesta alemana. La noción del tiempo se perdió en la sala.
Los elogios del público se hicieron notar. La música se vive en el País Vasco, principalmente en el festival que se ve bañado por las aguas del Cantábrico.
La Orquesta Sinfónica de Euskadi, que abrió la segunda parte de este maravilloso festival en el “cubo” de Moneo (el Kursaal, claro está), parece haber encontrado en Andréi Boreiko al sucesor natural de batutas como las de Cristian Mandeal y Gilbert Varga. En la línea de los grandes maestros de la batuta rusos, Boreiko destacó por sus vibrantes lecturas de Rajmáninov (Concierto nº2 para piano y orquesta) y por unos estelares “Planetas”, de Holst. Boreiko dotó de precisión a la cuerda, hizo del metal un bloque sonoro y resaltó el contundente papel vocal de la Coral Andra Mari. El soberbio nivel técnico alcanzado por Perianes en Rajmáninov carecía en algunas frases del sentimiento necesario para afrontarlo que, resultando elegante y virtuoso, cayó en lo estrictamente técnico sonando a veces metálico. El Auditorio Kursaal, repito, vibró con “Los Planetas”. La Sinfónica de Euskadi va teniendo un sonido característico y sólido digno de las mejores formaciones.
En Chaikovski la ópera “Iolanta” (1892), según el drama “La hija de René” de Henrik Hertz, tiene un carácter autobiográfico. Resumiendo, podríamos decir que los mensajes finales serían que el amor da fuerza para ver y que el conocimiento de la verdad lleva a la curación. Esta última ópera tiende a la parábola y se ubica en la Provenza del siglo XV, tendiendo a un poema musical dramático. El estilo de esta obra en un acto se aproxima al de las italianas “Cavalleria rusticana” o “Pagliacci”.
Un Coro Easo en plena forma se vio acompasado por las primorosas voces del Teatro Mariinski de San Petersburgo. Los roles del rey y del médico árabe destacaron junto a las de la hija y las amigas de esta. Sojiev hizo que la tensión argumental no se perdiese en ningún momento. La Orquesta Nacional del Capitolio de Toulouse respondió precisa y delicada. Emotiva composición, con alguna que otra lágrima entre el público asistente. La semi-escenificación en esta versión en concierto fue de lo más apropiada.
Con la obertura a la ópera “Ruslán y Ludmíla”, de Mijaíl Ivánovich Glinka, la cuerda de la Orquesta del Capitolio de Toulouse demostró tener la suficiente coordinación y rapidez para no perderse ante el ritmo de Sojiev. Vertiginoso por momentos, contó para la evocadora “Rapsodia sobre un tema de Paganini” con el, a veces, rudo pianista Denis Matsuev. Matsuev recreó la partitura desde un punto de vista brillante pero obviando cualquier delicadeza. Para él el sonido fluye entre las teclas y sus manos, como el agua que fluye sin control. Las ocurrentes propinas incluyeron “La cajita de música” de Liádov, servida desde el piano. En las “Danzas”, Rajmáninov encontró en este maestro un notable interlocutor. Sojiev hará de esta orquesta una de las punteras. ¡Bravo!
Cambiando de escenario, el esplendoroso y cuidado Teatro Victoria Eugenia presentó el singular trabajo conjunto del equilibrado Coro de la Radio de Berlín con los experimentados solistas del Ballet de Kiel. Este particular concepto de espectáculo músico-teatral y coreográfico, en el que “gracias a la labor de los cantantes, los danzantes y la flauta se asumen bien las diferentes etapas de la alternancia intelectual y espiritual de la obra”, comenta su autor R. Schedrin. “El ángel lacrado” consiste en un grupo vocal que declama textos de contenido religioso, apoyados por un instrumento y las consiguientes coreografías. El fuerte contenido teatral de la obra queda definido por los bailarines, que realizan expresivas apariciones de marcado dramatismo. La composición resulta reiterativa en algunos pasajes, pero queda resuelta por la magnífica profesionalidad del coro, que permanece en la penumbra casi ausente de luz. Perfecto ensamblado de lo vocal con la danza.
El armonioso perfil al final de la Quincena Musical Donostiarra lo puso la orquesta que hiciera aún más grande el redescubridor de la música contemporánea Michael Gielen: me refiero a la SWR Sinfonieorchester de Baden-Baden y Freiburg. Para rendir tributo en un homenaje a Messiaen se planificaron los “Oiseaux exotiques“, “Couleurs de la cité céleste” y “L’ Ascension”.
Con dos inusuales composiciones mozartianas se inició el primero de los conciertos de la SWR y, en concreto, con sus “Adagio y fuga, KV546” y su “Concierto para piano y orquesta nº17, KV453”. Obras de menor calado y profundidad pero no menos brillantes. Recuerdo que un amigo y colega me comentaba que “Mozart era una obra maestra en sí mismo”. Cuanta razón tenía. Roger Muraro posee las cualidades óptimas para ser el pianista de Messiaen, aunque en Mozart estuvo correcto. La orquesta se “comía” la participación pianística. Los de Baden-Baden y Freiburg eclipsaron algunas intervenciones del Muraro mozartiano pero intensificaron las virtudes de Messiaen.
La fecha final a tanto y tan bueno la puso un Wagner menos triunfal pero de carácter romántico en el “Preludio del Acto Tercero y el Embrujo de Viernes Santo“, de “Parsifal”. Para seguirle, dos maravillas que irían en aumento una tras otra, los “Coulers” de Messiaen y el denso lenguaje de Bruckner y su “Séptima Sinfonía”.
La complejidad del lenguaje en Messiaen atrae cada vez a numerosos adeptos, pero Muraro resalta con naturalidad cada minúsculo detalle, que parece pincelado.
La magnitud de la música de Bruckner sirvió de colofón a este ciclo veraniego pasado por agua. Una “Séptima” digna de todos los elogios, con un bloque sonoro perfectamente ensamblado, desarrollo de temas magistralmente traducidos por Cambreling, sumados al apoteósico sonido de la orquesta alemana. La noción del tiempo se perdió en la sala.
Los elogios del público se hicieron notar. La música se vive en el País Vasco, principalmente en el festival que se ve bañado por las aguas del Cantábrico.
1 comentario:
Estupenda descripción de la fabulosa Quincena Musical de Donosti.
El autor denota gran cultura y un profundo conocimiento de la música.
Enhorabuena y a seguir en la misma línea de profundidad músico-cultural.
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