miércoles, 14 de octubre de 2009

Varga: impresiones vascas, virtuosismo alemán y contemplación planetaria


Cuando conocí personalmente a Gilbert Varga, hace dos años, este acababa de dirigir la Orquesta Nacional con un programa que le era muy familiar: El mandarín maravilloso, de Béla Bartók. No hay que olvidar que el maestro londinense es hijo del afamado violinista húngaro Tibor Varga, con quien empezó a estudiar música a la edad de cuatro años. Aunque tres maestros marcarían su carrera: Franco Ferrara, Sergiu Celibidache y Charles Bruck.



Este mes de octubre tenía dos apuntes en su agenda: dirigir la Sinfónica de Taipei (con un programa que incluyó la semana pasada a Brahms, Mendelssohn y Bruch) y a la Nacional de España (Aita Donostia, el planetario Holst y el Primer concierto -repitiendo- de Bruch). No parece querer ser titular de ninguna orquesta, aunque haya venido ocupando el puesto de director invitado en sucesivas ocasiones. Estuvo al frente de la Sinfónica de Euskadi junto a Cristian Mandeal y recuerda con agrado su paso por la Gürzenich y sus comienzos en la Hofer Symphoniker (1980-85), la Philharmonia Hungarica (1985-1990), la de Cámara de Stuttgart (1991-95) y la Sinfónica de Malmö (1997-2000).
Aún recuerdo la sorpresa que le supuso ver que poseía una copia del CD llamado Leo Weiner Album, según el propio Varga el último registro que realizara su padre, editado por BMC.

El Padre Donostia o Aita Donostia, como prefieran, nació en San Sebastián en 1886 y falleció en la región navarra de Lacároz, en 1956. En los años treinta se marchó a la Schola Cantorum parisina, para estudiar junto a Roussel y Cools. Al principio estaría influido por la música de Schumann y, posteriormente, pasaría al Impresionismo. No cabe duda, escuchando sus Acuarelas vascas, que fue un innovador armónico y que el folclore queda patente en su obra. Zubero herrialde (Paisaje suletino) inicia como una ensoñación que da paso a la Edate-dantza (Danza de la bebida), de aroma marcial y campestre. El juguetón baile de las manzanas (Sagar dantza) tiene un toque mágico, la Danza de las manos (Esku dantza) tuvo su momento cómico con los violonchelos y los xilófonos. Finalizando, el pizzicato y la trompeta con sordina se adueñaron de los mirlos, en la Zoco dantza. ¡Nada menos que cinco percusionistas en el escenario!.

Max Bruch inició en su Colonia natal la creación del Concierto para violín y orquesta nº1, en 1857, para llegar a su conclusión nueve años después en la ciudad que se ve bañada por el Rin y el Mosela en su confluencia: Coblenza. La longevidad -para la época- de Bruch (murió con 83) le llevó a componer desde los once años piezas de cámara, un buen número de música coral y sus apreciadas sinfonías y conciertos.
Se marchó de Köln, donde había estudiado con los mejores profesores, a la bella ciudad de Koblenz, donde llegaría a ser director musical. No cabe duda alguna que en la actualidad se le reconoce por su contribución al violonchelo, con las deliciosas Kol Nidre y Shelomo.

Sobre el violín, el propio Max Bruch escribió: "En mi juventud estudié violín durante cuatro o cinco años y, aunque no me convertí en un estudiante adepto, aprendí a conocer y amar el instrumento. El violín me parecía, incluso en aquella época, el rey de los instrumentos y fue muy natural que desde muy joven me sintiera inclinado a escribir para él. Así que mi Primer Concierto, opus 26, que fue introducido al mundo musical por Joseph Joachim durante la temporada 1867-68 creció gradualmente. Por lo que puedo recordar, en esa época no era mi intención escribir más obras para violín y, de hecho, durante años me dediqué a escribir composiciones de forma grande para coro y orquesta. En 1873 compuse Odiseo, en 1875 Arminius y en 1877 El Canto de las campanas. Durante el año 1877 trabé conocimiento con el eminente violinista español Pablo de Sarasate, en la época en que su estrella estaba en ascenso en Alemania. Estuvimos juntos mucho tiempo y nos hicimos buenos amigos. Fue en respuesta a una urgente petición suya que escribí, en 1877, mi Segundo Concierto y en 1880 la Fantasía escocesa. Después de un intervalo considerable, en 1890, compuse el Tercer Concierto, para Joachim, quien lo estrenó el 31 de marzo de 1891 en un festival de música que di en Düsseldorf. Nunca tuve especial interés en el piano y escribí sólo un poco para ese instrumento en mi juventud. Yo estaba destinado, por naturaleza, a escribir composiciones para la voz y siempre estudié el canto con especial interés y he estado relacionado con cantantes durante mucho tiempo. Esta tendencia por supuesto también se manifiesta en mis obras para violín".


El joven violinista armenio Serguéi Jachatrián nos brindó su visión intimista del Concierto número uno, en una versión que pareciera de estudio o camerística. Hace algún tiempo comenté su grabación con la Sinfonia Varsovia y Krivine, en un programa que incluía los conciertos de Sibelius y Jachaturián. El resultado me sorprendió por la juventud del intérprete y esa frescura comedida, como si le diese reparo excederse en falsos artificios, pero con impecable técnica.
Clave fue, sin duda, el segundo movimiento, que suele fundirse con el primero en una continuidad. La capacidad hipnotizante de esta pieza la hace única, máxime cuando se cuenta con un Jachatrián dispuesto a afrontar las cuerdas abiertas, los registros altos, los acordes de cuatro y las rápidas dobles y triples notas.


El temperamento, carisma y entrega de Varga por la música se percibe en su uso de la mano izquierda, matizando aquí y perfeccionando allá. En Los Planetas, de Gustav Holst, quedó patente esa elegancia húngara y su claridad directiva. Gilbert Varga entendió perfectamente el lenguaje nacionalista británico (heredado de Elgar) de la obra, que nos pudiera hacer pensar en un continuador de lo hecho por su amigo Vaughan Williams. El director de orquesta, refiriéndose a la ceremonial segunda parte de Júpiter, explicaba gráficamente: "Imagínense que entrase la reina desde el fondo de la sala".
Sir Adrian Boult ha presidido la lista de mejores grabaciones de la pieza más representativa de Holst, siendo el director de la primera audición pública el septiembre londinense de 1918.

La idea de escribir esta pieza surgió en marzo de 1913, cuando se encotraba compartiendo pasiones comunes junto al astrólogo Clifford Bax (hermano de otro genio) de vacaciones por España. El despligue de medios resulta sorprendente y tiene en Marte y Júpiter a sus extractos más reconocibles y aplaudidos por el gran público. Se considere música programática o no, lo cierto es que nos hace visualizar un universo planetario. En Urano, que me sigue recordando a música de la era soviética, la intensidad y equilibrio de la Orquesta Nacional quedaron patentes con la coherente batuta de Varga.
El celestial coro del final de la partitura se percivió desde un segundo plano, más allá del escenario. Las entonaciones sin letra de las voces femeninas incrementó el nivel teatral de la melodía.
Podría haber constituido una banda sonora a alguna película de ciencia ficción, pero no hizo falta. Cuando la música habla por sí sóla no necesita acompañantes. La idea planetaria de Holst le hizo no incluir a Plutón (que ha sido considerado un planeta menor), dejando que Colin Matthews se encargara en nuestra era de su creación.

De Aita Donostia existe un CD del sello Claves dedicado a la Música Vasca que ocupa el volumen octavo, con Cristian Mandeal y la Orquesta Sinfónica de Euskadi. Para Bruch hay muchas referencias, como la de Anne-Sophie Mutter y Karajan junto a la Filarmónica de Berlín (D.G.), Vegerov y Masur con Gewandhaus de Leipzig (TELDEC), Jansen y Chailly junto a los de Alemania del este de nuevo o el último registro, con Sarah Chang, Masur y la Filarmónica de Dresde. Muy atentos al ciclo Bruch que ha terminado el violinista Maksim Fedotov junto a la Filarmónica rusa, en NAXOS.
Con respecto a Los Planetas, me quedaría con la reciente versión de Rattle y los filarmónicos berlineses (EMI), la de Colin Davis y la Sinfónica de Londres (LSO), la de Dutoit y la Sinfónica de Montreal o Mehta con la Filarmónica de Los Ángeles (DECCA). En DVD, Ormandy y Andrew Davis.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Suena interesante...^^ investigaré ;) gracias una vez más.
besos