El pasado domingo 11 de octubre se conmemoraba la fecha de defunción de Anton Bruckner, en 1896. Para dicha onomástica, la Orquesta de RTVE decidió servirnos los días 15 y 16 de octubre la testamentaria Novena sinfonía. A un compositor ya enfermo de pleuresía, aquejado de mil manías al que se le sumaron otras en estado de euforia, le llevaría nueve años completar tres de los movimientos de esta monumental obra . Por este motivo se le denomina la Incompleta (en alusión a Schubert), de Bruckner, y ha sufrido hasta seis posibles conclusiones.
Lo cierto es que la obsesión por revisar antiguas partituras (sinfonías como la Octava), su desmesurada pasión por jovencitas ya fueran vienesas o salzburguesas de poca edad y una religiosidad fanática, le hicieron no completar su última obra maestra. Cierto es que su salud iba cada vez a peor, aunque eso no le impedía pasar horas rezando a un Dios que no le permitió finalizar sus trabajos terrenales, paradógicamente.
Un buen amigo filólogo siente devoción por Bruckner apoyado en que, a su vez, la sienten por el austríaco el literato Gabriel García Márquez y el cineasta Ingmar Bergman. La música une culturas de diferente índole, ya saben.
Adrian Leaper y los músicos de la Orquesta de Radiotelevisión Española programaron un concierto extenso y de enorme intensidad. Lo inició Alexander von Zemlinsky, olvidado por algunos, que mantendría amistad con Schoenberg -llegando a ser su maestro- y estuvo apoyado por el mismísimo Gustav Mahler. El trabajo berlinés junto a Otto Klemperer en la Kroll Oper le haría tener una amplia concepción de la dirección orquestal, el teatro y la ópera. El Neoclasicismo vienés caló hondamente en él, como lo demuestra su Salmo nº23, escrito en 1910. Como nos comenta Pablo Larrañeta en las notas al programa de mano: "Es una invocación, un cántico de fe ingenuo y confiado sobre los versos del rey David". Una llamada a la reconciliación entre los pueblos y las diferentes religiones. El coro estuvo magnífico.
La primera parte del concierto terminó con Schubert y su Misa nº2 D 167, para dedicar toda la segunda parte al ya mencionado Bruckner.
Compuesta de manera vertiginosa entre el 2 y el 7 de marzo de 1815, la denominada "missa brevis" recurre al interesante uso del ritornello. En un equilibrio musical premiable inició el Kyrie, con el cuidado timbre de la soprano Marta Sandoval y la homogeneidad coral. La percusión y las dos trompetas plasmaron solemnidad en el Gloria, que recordaba a Haydn, y en la frase "adoramos te, glorificamos te" se echó en falta algo más de intensidad en la cuerda.
El barítono Pablo Caneda y Marta Sandoval cantaron en dialogada melodía y la conclusión a este fragmento resultó redonda.
En el Credo, el lirismo de la cuerda in crescendo y el coro de voces predominantemente femeninas sonó celestial. La soprano estuvo muy por encima de los timbres masculinos y creo que hubiera sido mejor su ubicación, como voces solistas, junto al director y no delante del coro.
El Sanctus contó con el penetrante uso de la percusión y el cambio de tiempo le dotó de emotividad y ritmo. Una pena que con Benedictus la soprano apagara su derroche de voz y hacia el final de la obra se perdiera momentaneamente.
Para el director de orquesta Franz Welser-Möst la Novena, de Anton Bruckner, representa "un dramático enfrentamiento con su Dios y resulta tremendamente católica pues gira en torno a conceptos como la culpa, la expiación y el arrepentimiento". La preocupación y reflexión sobre la muerte le hacen usar la tonalidad de re menor ya que llegó a obsesionarse con ella, hasta el punto de recorrer cementerios de manera compulsiva (visita a Wagner, entre otros). Su carente vida afectiva le hace optar por el mito del amor, con recurrencias en al Adagio al Tristán e Isolda y al Parsifal wagnerianos. El Adagio no deja, pues, de ser una reiteración cíclica sobre sí mismo, con menciones al Miserere de su Misa en re menor y al Kyrie de su Misa en fa menor.
Del primer movimiento caben desatacarse el misterioso inicio y las wagnerianas llamadas de las trompas. El fortíssimo uso de la percusión y del metal dio paso a un trio de flautas en un serpenteante pasaje y la potencia del metal (trombones y trompetas) estuvo presente en todo momento. Bonito pizzicato muy bien acompasado y sorprendente conclusión.
El segundo movimiento destacó por su apocalíptico trazo, aunque estuvo algo falto de intensidad, y el tercer movimiento, analizado y prolongado por Harnoncourt en un registro sonoro estupendo junto a la Filarmónica de Viena, no acaba de concluir en su ir y venir de melodía. Bruckner comienza ideas que es dificil que concluya, en un fluir constante.
En el capítulo de recomendaciones discográficas, puntualizar que sobre el Zemlinsky coral existe un doble CD con la música vocal del autor de la Sinfonía Lírica, con James Conlon y la Orquesta Gürzenich (EMI Gemini). Para la Misa nº2 D167 me quedaría con el genial trabajo de Bruno Weil, la Orquesta del Siglo de las Luces y el Chorus Viennensis (Sony-BMG) y para la última sinfonía bruckneriana podríamos optar por la colosal versión de Günter Wand y la Sinfónica de la NDR o por la incisiva y mencionada de Harnoncourt y la Filarmónica vienesa (RCA). Tampoco conviene olvidarse de Barenboim y de Bruno Walter.
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