Todo comienza y acaba en Bach. Así se perfiló el concierto del ciclo "Barrocos", de Caja Madrid, que tuvo lugar en el madrileño Auditorio Nacional el pasado domingo 25 de octubre.
Quien fuera el flautista de pico (alumno de Barwasher y Otter) más famoso y asilvestrado del mundo, Frans Brüggen (Ámsterdam, 1934), se sentó a dirigir el conjunto que él mismo crease en los años ochenta al estilo de la cortesana Orquesta de Mannheim: la Orquesta del Siglo XVIII.
Su encorvada, a la par que espigada silueta, fue encaminándose entre calurosos aplausos a su elevado asiento. Comenzaba "el Bach de Brüggen".
Allí abandonó el terreno vocal para adentrarse y sumergirnos en lo puramente instrumental. De las cuatro Suites para orquesta, tituladas por el compositor como Ouvertures dada la importancia y elaboración de su movimiento inicial, pudimos escuchar la Primera y la Tercera.
Ambas pertenecientes al período de Cöthen, se dudó sobre la época de composición de la número tres, ya que podría haberse escrito en Leipzig mientras Bach presidía la sociedad Telemann.
Bach parecía surgir de la nada y terminar siendo el todo, en las manos experimentadas de Brüggen y los suyos. No hubo demasiados altibajos, pareciendo refinado y homogéneo en su conjunto.
La sutileza del clave de Pieter-Jan Belder, que conocerán por sus grabaciones en el sello BRILLIANT, como la premiable totalidad de sonatas para clave de D. Scarlatti o dirigiendo con dedicación al grupo Musica Amphion, se unía a los ascensos y descensos de la cuerda en sus diferentes regulaciones.
Al inicio de la Obertura de la Suite número uno BWV 1066 hubo un ligero desliz en los oboes de Frank de Bruine y Alayne Leslie. Faltó, también, algo de intensidad y emoción en las Sinfonías a las Cantatas BWV 35 y BWV 156, con algún despiste de Belder. Aunque el Adagio a la 156 dejó de manifiesto que Bach llena el alma de todo el mundo, a lo largo de este sensible y encantador momento musical.
La segunda parte la ocupó, íntegramente, la animosa Suite orquestal número tres, BWV 1068,
con sus crecientes cambios de intensidades y ritmos. Inició solemne, continuó con el reconocible y espiritual Aire y concluyó rebosante de sonoridad. Brüggen captó toda la energía de su conjunto con esa capacidad percutiva que tiene Johann Sebastian Bach, alargando brevemente el final. Conviene resaltar el excelente y complejo trabajo de las trompetas naturales de David Staff, Jonathan Impett y Geoff Harniess.
La discografía de Brüggen se ha venido incrementando en los último años, gracias a la labor del madrileño sello GLOSSA, con excelentes grabaciones mozartianas y del barroco de Rameau. Ha abarcado Haydn y Mendelssohn, en unos encomiables registros. En el pasado, ya saben, se dedicó al gran Telemann, pero tampoco dejó de lado a Franz Schubert y su sinfonismo.
Mis apellidos preferidos para Bach, en estas obras, serían: Harnoncourt, Gardiner, Koopman, Suzuki, Pinnock y Fasolis.
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