martes, 16 de febrero de 2016

La Orquesta de Washington visita Madrid con Eschenbach


Vino de la mano de Ibermúsica, la Orquesta Sinfónica y Nacional que representa a los Estados Unidos de Norteamérica desde Washington. Por ella han pasado directores como Leonard Slatkin, el tenor pasado a empuñar la batuta, Plácido Domingo y el añorado violonchelista, el mítico Antal Dorati y maestro de la dirección, Mstislav Rostropóvich. Recuerdo con nostalgia las grabaciones que el ruso hiciera de las Sinfonías de Shostakóvich, para el sello Teldec.

Christoph Eschenbach, un pianista más que correcto pasado a revolucionario director de orquesta, ha estado muy vinculado a USA y a agrupaciones como la Sinfónica de Houston, el Festival de Ravinia y la Orquesta de Filadelfia. Desde 2010 está al frente de tan yankee conjunto, sucediendo a Iván Fischer.

Así como Wagner se le hace algo complejo y su orquesta parece menos adiestrada en estas lides, la música de Dvorák no les es ajena. Desde el piano ya había dirigido alguna de sus canciones, las sinfonías y oberturas se las pudo escuchar en Los Ángeles con su Sinfónica y sus conciertos en Londres, con la Philharmonia. Para su versión del Concierto para violonchelo, del autor de la Sinfonía del Nuevo Mundo, contó con un intérprete virtuoso y aunque algo comedido en los ataques, siempre estuvo provisto de estilo y musicalidad. Me refiero a Daniel Müller-Schott, un instrumentista capaz de llegar a los complejos agudos de la partitura.

La transcripción que hizo Arnold Schönberg del Cuarteto en sol menor con piano op.25, de Johannes Brahms, para orquesta sinfónica, ocupó la segundo parte del concierto de Eschenbach y los suyos. Esta partitura tuvo un éxito rotundo tras el estreno de Brahms, en Hamburgo y en Viena. Hellmesberger aseguró que se encontraban ante “el heredero de Beethoven”. Si bien hace falta ser un ejemplar solista para afrontarla al piano, se debe tener unos soberbios instrumentistas de cuerda para defender el poder rítmico y melódico de la pieza.

El final es un Rondó zíngaro que rememora la pasión de Brahms hacia Hungría y sus raíces. Schönberg despliega un arsenal de instrumentos de percusión, acentúa el valor del ritmo y crea sobre lo plasmado por el hamburgués. Schönberg había sido un conocedor de su música, desde su etapa como músico, anterior a la de compositor y estudioso de su obra. Siempre pensó que los pianistas solapaban la riqueza de la cuerda. El re-orquestador y padre del sistema dodecafónico, se mantiene en el estilo brahmsiano con algunas licencias que enriquecen lo ya hecho por el autor romántico.

El Allegro inicial se mantiene en el carácter vienés de la época, aunque tenemos algunos de los guiños apoteósicos de Schönberg, el Intermezzo podría haber pertenecido  a alguno de los movimientos de sus Sinfonías Segunda o Tercera y el Andante antecede el aspecto marcial del Rondó.


Eschenbach lo había dirigido en su etapa en Houston, en una buena interpretación. Al público le entusiasmó tan colorista pieza