Genios, hermanos y con apellidos diferentes. Así son Semión Bichkov y Iakov Kreizberg, los sobradamente talentosos maestros de la batuta que ocupan la titularidad de la Orquesta Sinfónica de la Radiodifusión de Colonia (WDR) y la Filarmónica de Holanda, respectivamente. Bichkov está casado en segundas nupcias con la pianista Marielle Labèque y Kreizberg con la también directora Amy Andersson.
Dejemos a un lado al hermano mayor para centrarnos en el pequeño, es decir, en Iakov. Nacido en la antigua ciudad de Leningrado, este ciudadano con pasaporte americano se ha convertido en un técnico de la batuta capaz de seguir con claridad tanto el conjunto como la melodía individual. Ejemplos claros han sido sus apetecibles grabaciones discográficas en PENTATONE junto a Julia Fischer, una de las estrellas del arco actuales . Aunque su actividad se haya centrado en Holanda, y más concretamente en Ámsterdam, no ha dejado de ser director invitado en la Sinfónica de Viena (genial contribución al mundo del vals straussiano en CD) y a la Nacional Rusa de Pletnev (creada por rusos emigrados y cuyo trabajo junto a Fischer merece un diez).
La elegancia de Kreizberg le hizo ser invitado de honor de IBERMÚSICA, en dos ocasiones seguidas. Los filarmónicos holandeses optaron por el Tercer concierto, de L. van Beethoven, que contó con Jean-Bernard Pommier frente al piano. Este concierto guarda importantes similitudes con el número 24 mozartiano. El sonido claro, expresivo e intenso de Kreizberg y los suyos chocaba con el acariciar las teclas de Pommier, en ese estilo más cercano al Clasicismo que al Romanticismo. La masa orquestal solapaba algunas ocasiones el percutir de los macillos, en esta versión a veces imperceptible y otras plana. Bellísimo el Largo, mediante el diálogo perfecto entre la flauta y el fagot. Aquí, en el segundo movimiento, Pommier adquirió un mayor sentido, transmitiéndonos un coordinado enfoque.
Dvorák, del que ya sabíamos por el CD era una de las muchas especialidades de Kreizberg, nos remonta en su Sexta sinfonía a la Segunda, de Brahms. La refinada visión de la música se plasmó desde el primer movimiento, mediante su robusta sonoridad. El aire bohemio del Adagio se transformó en poesía. Los últimos dos pasajes sonaron temperamentales, recordándonos a sus danzas eslavas. Las cuatro trompas alucinaron por su resplandeciente melodía y las maderas parecían autóctonas. No es la Séptima, ni la Octava, ni la tantas veces interpretada Novena ("Del Nuevo Mundo"), pero merece muy mucho la pena su escucha.
Con la cordialidad que desprende Kreizberg nos regaló una propina, nada menos que el Vals triste, de Jean Sibelius.
Así como el 26 de mayo concluyó felizmente con Dvorák, el 27 lo inició fatídicamente con Brahms. La que pareciera alumna aventajada de conservatorio, Isabelle van Keullen, no tuvo su día de suerte. ¿No pudieron avisar a Julia Fischer? Los niveles de afinación brillaban por su ausencia y un, ahora, nada apasionado Kreizberg hizo lo que pudo por salir de aquel entuerto. El Concierto para violín se hubiera merecido otra solista u otro momento en la carrera de Van Keulen. Me consta que al maestro tampoco le entusiasmó.
Repitiendo Beethoven, la Séptima marcó el final del segundo de los conciertos programados. Las frases algo cortantes de la cuerda dieron lugar a algunos atropellos y problemillas de afinación con las maderas, pero el Allegretto contó con el uso de los reguladores y las maderas aquí estuvieron formidables. El final, en cambio, no mantuvo un desarrollo claro en el fraseo. En conjunto, la sonoridad se vio algo perjudicada pese a contar con un característico y riguroso director.
El Vals triste volvió a ser la pieza regalada a los entusiasmados asistentes.
Kreizberg se perfila como nuevo director en Monte Carlo sucediendo desde septiembre, inicialmente por cinco años, a Marek Janowski. Y estén atentos porque vendrá nada más y nada menos que a dirigir nuestra Orquesta Nacional, en un programa que ha recibido ya el aplauso general en Barcelona (cuando estuvo al frente de la OBC), haciendo Shostakóvich y su Sinfonía nº11.
1 comentario:
Asistí al segundo de los conciertos y coincido con tus apreciaciones.
La solista buscaba las notas, la concertino buscaba al maestro y el maestro buscaba a la solista. Las notas por su parte buscaron a todos ellos pero no encontraron a ninguno. Especialmente evidente en el comienzo del segundo movimiento…
Beethoven resulto ser una correcta lectura, pero sin claridad de concepto.
Lo mejor de la noche, el bis, realmente bien fraseado y prodigiosamente contrastado.
¡Bravo, bravo!
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