La tormenta humedeció el matutino inicio del domingo 26 de abril. El Auditori barcelonés, pasado por agua, presentaba a Hans Graf como cabeza directiva invitada por la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. El austríaco maestro de la batuta ganador del primer premio en el Concurso Karl Böhm y alumno de, entre otros, Sergiu Celibidache y Arvid Jansons, nos ofreció un programa integrado por las dos grandes "S" de la Historia de la Música: Schubert y Schumann.
Como plato inicial, asistimos a la escucha de la poco conocida Obertura en mi menor, de Schubert. Olvidada tras un par de representaciones en 1819, después de su estreno, caerá lamentablemente en el olvido. Pieza de imponente carácter, marcada por la acentuación y una atmósfera beethoveniana por momentos. Graf, conocedor del repertorio mozartiano desde sus años en el Mozarteum salzburgués, perfila una manera elegante de entender esta música, indicando sutilmente los detalles más recónditos desde la brevedad indicada con la batuta.
Schumann dividió el programa en dos. Así, al final del soberbio Concierto para piano y orquesta vendría la grandiosa y última sinfonía schubertiana. Dedicada a modo de fantasía a su amada pianista y compositora Clara Wieck, en 1841, Schumann contó en este concierto catalán con una joven pianista rumana de soltura, entrega y virtuosismo infinito. Velocidad no le faltaba, las teclas pudieron bailar a su paso en este circuito del ir y venir que plantea el genio romántico. Quizá, pudiera achacársele una profundización mayor en la partitura a la bella Mihaela Ursuleasa, pero desde un punto de vista rítmico y de desarrollo melódico estuvo notable. La cuerda de la OBC respondió con una unidad de precisión plausible y las maderas aportaron ese toque cálido y embellecedor que realza la música. Ya digo, un prometedor futuro el de la joven Mihaela que ya viene tutelado por el maestro Claudio Abbado.
La Grande, la magna sinfonía estrenada por Mendelssohn el 21 de marzo de 1839, en Leipzig, constituye el final de una carrera y el contraste entre emociones y sentimientos en estado puro. Pieza imponente que quedó algo ensombrecida pese al definido tratamiento de Graf. Los rasgos de Beethoven, Brahms o Bruckner quedan reflejados en un cóctel de ingredientes melómanos de un fluir perpetuo. El papel del metal es definitivo en su manera estructural anunciando el bloque temático. Los pizzicati la hacen especialmente hermosa y nos hacen plantearnos un mundo agridulce de altibajos, de senderos aterciopelados y arduos caminos. La densidad fluctúa, nos da pie a momentos de danza y a instantes de profunda melancolía. Schubert se define a sí mismo, en su caminar.
Graf, conocedor de la obra, hizo sacar lo mejor de la orquesta y así lo agradeció el público. Al salir del Auditori el tiempo había mejorado, como si el poder de la música hubiera hecho efecto.
Audiciones recomendadas habría miles, aunque de la Obertura conozca la ya recomendada en las notas al programa de mano (Leppard, con la Filarmónica de Londres en PHILIPS). Mi adorado concierto tendría en Richter y Rowicki a dos grandiosos traductores, aunque Arrau y Kissin lo hayan bordado con hilo de oro y la Pires lo interpretara con Abbado. En la Novena de Schubert los antológicos Böhm, Furtwängler y Solti dejan hueco al tardíamente reconocido Günter Wand. De entre los reformistas en la manera de interpretar, la de Hannover Band de Roy Goodman, los London Classical Players de Norrington y el bravo Harnoncourt con la Orquesta de Cámara europea.
Tampoco se pierdan las grabaciones que realizó Graf sobre la obra orquestal de Henri Dutilleux, en ARTE NOVA, ni el ciclo de sinfonías mozartianas, en CAPRICCIO.
Como plato inicial, asistimos a la escucha de la poco conocida Obertura en mi menor, de Schubert. Olvidada tras un par de representaciones en 1819, después de su estreno, caerá lamentablemente en el olvido. Pieza de imponente carácter, marcada por la acentuación y una atmósfera beethoveniana por momentos. Graf, conocedor del repertorio mozartiano desde sus años en el Mozarteum salzburgués, perfila una manera elegante de entender esta música, indicando sutilmente los detalles más recónditos desde la brevedad indicada con la batuta.
Schumann dividió el programa en dos. Así, al final del soberbio Concierto para piano y orquesta vendría la grandiosa y última sinfonía schubertiana. Dedicada a modo de fantasía a su amada pianista y compositora Clara Wieck, en 1841, Schumann contó en este concierto catalán con una joven pianista rumana de soltura, entrega y virtuosismo infinito. Velocidad no le faltaba, las teclas pudieron bailar a su paso en este circuito del ir y venir que plantea el genio romántico. Quizá, pudiera achacársele una profundización mayor en la partitura a la bella Mihaela Ursuleasa, pero desde un punto de vista rítmico y de desarrollo melódico estuvo notable. La cuerda de la OBC respondió con una unidad de precisión plausible y las maderas aportaron ese toque cálido y embellecedor que realza la música. Ya digo, un prometedor futuro el de la joven Mihaela que ya viene tutelado por el maestro Claudio Abbado.
La Grande, la magna sinfonía estrenada por Mendelssohn el 21 de marzo de 1839, en Leipzig, constituye el final de una carrera y el contraste entre emociones y sentimientos en estado puro. Pieza imponente que quedó algo ensombrecida pese al definido tratamiento de Graf. Los rasgos de Beethoven, Brahms o Bruckner quedan reflejados en un cóctel de ingredientes melómanos de un fluir perpetuo. El papel del metal es definitivo en su manera estructural anunciando el bloque temático. Los pizzicati la hacen especialmente hermosa y nos hacen plantearnos un mundo agridulce de altibajos, de senderos aterciopelados y arduos caminos. La densidad fluctúa, nos da pie a momentos de danza y a instantes de profunda melancolía. Schubert se define a sí mismo, en su caminar.
Graf, conocedor de la obra, hizo sacar lo mejor de la orquesta y así lo agradeció el público. Al salir del Auditori el tiempo había mejorado, como si el poder de la música hubiera hecho efecto.
Audiciones recomendadas habría miles, aunque de la Obertura conozca la ya recomendada en las notas al programa de mano (Leppard, con la Filarmónica de Londres en PHILIPS). Mi adorado concierto tendría en Richter y Rowicki a dos grandiosos traductores, aunque Arrau y Kissin lo hayan bordado con hilo de oro y la Pires lo interpretara con Abbado. En la Novena de Schubert los antológicos Böhm, Furtwängler y Solti dejan hueco al tardíamente reconocido Günter Wand. De entre los reformistas en la manera de interpretar, la de Hannover Band de Roy Goodman, los London Classical Players de Norrington y el bravo Harnoncourt con la Orquesta de Cámara europea.
Tampoco se pierdan las grabaciones que realizó Graf sobre la obra orquestal de Henri Dutilleux, en ARTE NOVA, ni el ciclo de sinfonías mozartianas, en CAPRICCIO.
3 comentarios:
¿Cómo que "las dos grandes eses"? ¿Y qué pasa con STRAVINSKY?
Jejeje. No se enfade señor Stravinski, que los señores Richard, Josef y Johann Strauss no se han molestado. Tampoco Szymanowski ni Smetana ni Sullivan...
Stravinski sigue siendo EL compositor del siglo XX dentro y fuera de Rusia
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