lunes, 27 de abril de 2009

La sonrisa del americano de origen francés o Sonidos Hetéreos y Aerófonos




















Un aburguesado y engalanado Auditori barcelonés recibía impaciente la pasada noche a Lorin Maazel y la Orquesta Philharmonia de Londres. Un lleno casi absoluto daba paso a una velada en la que predominó el arte directivo de Maazel en estado puro. Nunca olvidaré sus visitas madrileñas con la Orquesta de la Radiodifusión bávara, por ejemplo, con un desbordante manejo de la paleta sonora debussiana. Anoche, conmemorando el 25 aniversario de Ibercamera, los británicos plantearon un variopinto y atractivo programa de la mano de su invitado estelar. En él se alternaron piezas como el Pélleas et Mélisande, de Gabriel Fauré y la Sinfonía nº9, de Antonín Dvorák con una obra del maestro que dirá en breve adiós a nuestro valenciano Palau de les Arts (2011, a fecha de hoy, con el descomunal Turandot).

El sonido aerófono de la flauta invadió la sala, haciendo acto de presencia clara y marcada en cada una de las piezas. Maazel inició sin partitura las bellas notas de Fauré, con una cuerda que parecía flotar, acariciada en el uso del legato. De especial interés resultó el tratamiento dado al violonchelo en un solo al que se sumarían el arpa y, posteriormente, el conjunto instrumental.
Con el uso del pizzicato, en armonía y conjunción, se dio paso a otro momento estelar cuando la magia de la música atrapa al oyente en el lenguaje establecido por el arpa y el violín del concertino. Presenciamos el equilibrio de la cuerda inglesa en esta poesía de delicada factura y dulce melodía.



En Música para flauta y orquesta, el Lorin Maazel compositor y director de orquesta, contó con el nobiliario James Galway. El solista de Belfast, que ha trabajado los repertorios más variados, demostró su dominio en una composición de enorme despliegue instrumental, con una nutrida magnitud de la cuerda y la percusión. Los cuatro percusionistas se sumaron al metal en pasajes de apocalípticas resonancias. Dos ancestrales palos de lluvia (o de agua, como se prefiera) remontaban a la idea primigenia de la música. Por momentos, el uso masificado de los cordófonos nos transportaba a pasajes cinematográficos con detallados golpes de efecto. La percutiva pieza, desarrollada en un movimiento, me hizo recordar el impacto que me produjo su ópera 1984, sobre el texto de George Orwell.



La Sinfonía del Nuevo Mundo, dirigida de memoria, dejó evidencias sobre el claro manejo de Maazel, retardando e intensificando pasajes que luego aligeraría. Es un efecto dramático que romantiza lo escrito. La flauta corona el primer movimiento pero los metales graves dieron lugar a breves desajustes. La cuerda estuvo vibrante.
El metal penetrante en el posterior movimiento se conjuntaba con el lirismo y el tono cálido del oboe y ese momento de exquisitez suma que resulta el trío del violín, la viola y el violonchelo. Ya, al final, el poder atronador de los dos últimos movimientos intensificaron la capacidad rítmica y demostraron la buena salud de la orquesta.



Las merecidas ovaciones del público arrancaron esa sonrisa a lo Jack Nicholson de Maazel que, agradecido, ofreció como propinas dos de las reconocibles y trilladas hasta la saciedad Danzas húngaras, de Brahms. La música cambia el estado de ánimo de algunas personas, en lo que se denomina como Musicoterapia. Maazel es particular, lo sabemos, pero es un gran director.



Mis recomendaciones para el Pélleas serían en primer lugar la de Ozawa y la Orquesta Sinfónica de Boston (D.G.) y la económica, y no por ello peor, de John Georgiadis y la RTE Sinfonietta. También les animaría a que vieran en DVD la versión que tiene en EMI Charles Munch, en la colección de archivos históricos.



De la Novena de Dvorák, hay miles de buenísimas opciones, aunque a mí me impactaran notablemente las de Kértesz con la Sinfónica de Londres (DECCA) y Harnoncourt con el Royal Concertgebouw (WARNER). No debemos olvidar que Kubelik con los filarmónicos berlineses que la llegó a "perfeccionar" y Neumann y Mackerras (SUPRAPHON) denotan ese color local tan rico y tímbrico. Eschenbach (ONDINE) y Dausgaard (BIS), han sido de los últimos en sumarse.


De la pieza de Maazel, por el momento desconozco versión alguna en CD.

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