Al final se optó por la recepción de la Orquesta Filarmónica
de la antigua Leningrado, con su director tras la “era Mravinski”, Yuri
Temirkanov, en lugar de la Sinfónica de Dallas, que tiene en Jaap van Zweden a
su nuevo titular. El repertorio de los rusos de San Petersburgo, no fue otro
que el protagonizado por grandes compatriotas del nivel de Rajmáninov, Shostakóvich
y Prokófiev. Para tales eventos, se contó con la participación de un buen
pianista, como es Andréi Korobeinikov y de un coro español, de la talla del
Orfeón Pamplonés.
Para el primero de los dos conciertos que ofrecieron los
rusos en Madrid, se contó con la Rapsodia
sobre un tema de Paganini, de Serguéi Rajmáninov. Desde el inicio, Korobeinikov
se ensambló con la orquesta, sin hacer demasiados alardes de virtuosismo en un
continuo fluir de accelerandos y diminuendos. No parecía un solista y una
orquesta o viceversa, sino un piano dentro de la agrupación sinfónica. Los
momentos lentos incrementaban su valía artística y en los pasajes de mayor
énfasis, destacó por una enorme capacidad percutiva pese a estar desligada del
sentido del fraseo.
Esta última obra concertante de Rajmáninov, posee la
sabiduría acumulada tras una vida dedicada al instrumento del que tantas veces
había sido intérprete, homenajeando aquí a su admirado compositor y violinsta,
Niccolò Paganini. La obra adquirió tales dimensiones que sería estrenada en el
Covent Garden londinense en forma de ballet, utilizando el Capricho número 24, del autor italiano.
Si por algo destaca esta maravillosa obra es por su
capacidad dramática y en, cierta medida, también por su virtuosismo global.
Desde el Concurso Scriabin de Moscú en 2004 y el Festival de
la Roque d’Antheron, Korobeinikov se ha ido especializando en interpretar
autores rusos y del repertorio clásico y romántico europeo.
La segunda parte, la ocupó íntegramente la Sinfonía número
7, llamada Leningrado, de Dmitri
Shostakóvich. La rotundidad de la cuerda, la intensidad y precisión de la caja
y lo impetuoso del metal, reflejan el dramatismo y poderío de la composición.
Por un lado marcan el asedio de los
nazis y según el autor, también el horror de las purgas estalinistas. La obra
se debate entre la desolación y el horror y la posibilidad lejana de un futuro
mejor. Versión intensa la de Temirkanov y los suyos, en la que se palpaba el
acercamiento de las tropas, desde la caja,
y opresión sobre la ciudad que lleva su nombre a cargo de los dictadores
de cualquier índole. Por cierto, una fabulosa lectura la suya que quedó
registrada hace tiempo por el sello RCA y que volvieron a registrar en 2010,
para el sello Signum. En Temirkanov nada es a medias, todo suena apasionado y
vigoroso. El director de orquesta prescinde de la batuta porque, según dice, “para
qué usarla cuando puedes tener diez batutas trabajando con las manos”.
El segundo de los conciertos, comenzó con el Primer
Concierto para violín y orquesta, de Shostakóvich. El solista fue el joven
virtuoso ruso Serguéi Dogadin, quien puso destreza y entrega en una compleja
obra llena de claroscuros. Toca un soberbio Guadagni de 1765 del que supo
extraer sus notas más graves, en algunos momentos de claro lamento. Impecable y
dinámico resultó el final de la interpretación del talentoso músico, heredero
del legado dejado por David Oistraj, el emblema del arco ruso a quien iba
dirigida la composición del mismo.
Tiempos convulsos, de una enorme privación de libertad en la era Zdánov,
que hicieron que Shostakóvich radicalizara su pensamiento musical y plasmara la
situación histórica y política en un pentagrama.
A Temirkanov le fue encargada la importante tarea de dirigir
la reconstrucción, de la banda sonora de la película de Eisenstein,
Alexandr Nevski, de Serguéi Prokófiev. Se nota que al director de orquesta le
apasiona dirigirlo y para esta ocasión no vino con un Coro ruso, sino que se
contó con el capacitado Orfeón Pamplonés, poseedor de un estupendo equilibrio
vocal. La voz solista de Olesia Petrova sirvió para representar a la Madre
Rusia, en un bello ejercicio de semi-escenificación, saliendo desde el lateral
del escenario. Rusia queda representada desde su ocupación de los mongoles y
narra la victoria de Nevski sobre los teutones.
Prokófiev representa en esta cantata un importante trabajo
que le hará colaborar en otras genialidades de Eisenstein, como El acorazado
Potemkin y Octubre.