El pasado día 5 de diciembre, asistí a dos conciertos dignos
de ser resaltados. Por un lado, acudí con cierta emoción a la propuesta de la
Orquesta Nacional de España y Christoph Eschenbach que, primeramente abordarían
junto al barítono Matthias Goerne, algunos pasajes operísticos, de Richard
Strauss, para continuar, su segunda parte ocupándola íntegramente La Consagración
de la Primavera, de Stravinski.
Acostumbrados al Wagner colosal, apoteósico de sus
oberturas, pudimos sentirnos en esta ocasión seducidos por las dosis de
romanticismo que propusieron la vibrante y potente voz de Goerne, un genial
liederista, experto en sacar lo mejor de las páginas de Schubert y Schumann, en
donde Eschenbach ejerce, curiosamente, de pianista. Matthias Goerne acaba de
dar vida a Wotan, en el Oro del Rin (Das Rheingold), de la Filarmónica de Hong
Kong, bajo las órdenes de su titular desde 2012, Jaap van Zweden. Pero lo
cierto es que el director invitado por la Nacional y Goerne, se conocían ya
desde aquella soberbia lectura de la Sinfonía
Lírica, de Zemlinsky, que realizaron
junto a Christine Schäfer y la Orquesta de París.
A Goerne le viene su pasión por Wagner de mucho tiempo
atrás, cuando grabara algún trabajo de arias germánicas, en las que ya incluyera
sus roles en Tannhäuser, de la mano
de Manfred Honeck y la Orquesta de la Radio Sueca, para el sello DECCA.
Eschenbach y los profesores de la Orquesta Nacional cuidaron
las difíciles dinámicas wagnerianas, se echó de menos algo de continuidad
dramatical, Goerne estuvo correcto en todo momento, con una voz bien situada,
emitiendo un sonido redondo y con cuerpo, en los preciosos momentos de Tristán e Isolda.
Christoph Eschenbach, famoso por sus dotes al piano y a la
batuta, conoce bien la manera compositiva de Ígor Stravinski, demostrándolo en
su etapa australiana y al frente de la Orquesta de Filadelfia. Se cuidaron
mucho los balances de la Consagración de la Primavera, las dinámicas, el
aspecto más primitivo y brutal de la pieza… Sonó redonda. Finalizó la segunda
parte del concierto, deseándose más minutos para Stravinski. La Orquesta se
sentía realizada y su público se lo agradeció. Volvieron a prevalecer la
calidez de las maderas, una cuerda cada vez más interrelacionada, un metal
poderoso y una sección de percusión tremendamente contundente. Felicidades a
todos los integrantes.
Si este evento finalizó poco antes de las 21.30h, el
concierto de Juventudes Musicales de Madrid, atraería a un buen número de
melómanos una hora después, seducidos por la pianista Hélène Grimaud y la
versión camerística de la Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara, con sede en
Múnich. La estructura de este programa se intuía clásica pero no iba
a ser del todo convencional.
Dio inicio con el manido hasta decir basta, Canon, de Pachelbel, introducido por la
cuerda en un sentido tremendamente unitario y que reflejaba la conexión de sus
participantes germanos.
Grimaud había demostrado su destreza en un álbum ocupado en
su totalidad por ese gran compositor barroco llamado Johann Sebastian Bach. Si
en este trabajo de Deutsche Grammophon, el Concierto
número uno para cuerdas, teclado y continuo BWV 1052, era la
Kammerphilharmonie de Bremen la orquesta acompañante, aquí en la Sala Sinfónica
del Auditorio Nacional madrileño, se podía palpar a Bach, de la mano de los
muniqueses. Noto varios elementos a destacar en Grimaud, que posee una técnica
madura, acentúa con mayor energía y sobrecoge en su idea del kantor de Leipzig.
El cómico violinista polaco, Radoslaw Szulc, actuó de
brillante maestro de ceremonias y de sobresaliente concertino. En el Concierto número 20 para piano y orquesta,
de Wolfgang Amadeus Mozart, brilló Grimaud y el conjunto, engrosado junto al
timbal y a las dos trompas (algo altas). Grimaud ya interpretó a modo de directora
junto a la agrupación bávara, en la interpretación de los Conciertos números 19 y 23.
Grimaud cosechó gran número de aplausos, agradeciéndolos con
una propina que lleva a la emoción: el Andante del Concierto número 2 para piano y orquesta, de Dmitri Shostakóvich.
Tras una breve pero simpática explicación, a manos del
maestro Szulc, la Orquesta se puso a interpretar la Sinfonía número 60, “El Distraído”, de Franz Joseph Haydn. Tras el
Adagio, se hizo un además de conclusión de la misma, que no fue sino una broma
del señor concertino, gracioso en todo momento. Haydn anticipa aquí la
recurrencia musical que Mozart desarrollaría.
Fueron en suma, dos conciertos para el recuerdo.