sábado, 5 de diciembre de 2009

Una Iberoamérica presidida por Dudamel









Venían desde Lisboa, de haber dejado boquiabiertos a los representantes presidenciales de la cumbre Iberoamericana. Los integrantes de la orquesta formada por músicos de los países participantes (España, en casi un 50%) sorprendían por sus cortas edades y un entusiasmo a flor de piel. Así, la Orquesta Juvenil Iberoamericana fue aclamada desde el inicio por el público de Juventudes Musicales, entregado más que nunca, ante la efervescencia de tanto músico y de tanto nivel. Gustavo Dudamel, la estrella norteamericana del Walt Disney Hall de Los Ángeles heredero de la sabiduría del maestro José Antonio Abreu, subió algo enfermo al podio.



Con la música nacionalista o, mejor dicho, arraigada en la tradición y en los sonidos populares dio comienzo el evento. El apellido Carreño es reconocible no sólo por el Auditorio de Caracas, que lleva su nombre en homenaje a la afamada pianista y compositora del diecinueve Teresa Carreño, sino por el compositor Inocente Carreño. El autor y tío de la excelente músico se caracteriza por una música especialmente plástica, como demuestra La Margariteña. Algunos pasajes resultaban tarareables, otros invitaron a la danza y los englobó a todos ellos el estilo debussiniano. El despliegue instrumental era palpable, con recurrencias animosas y agradables melodías. Rítmicamente estuvo magnífica, en una explosión de colorido. Los pizzicatos coordinados en todo momento, inspiradas arpas y soberbio concertino (de la Simón Bolívar), todo sea dicho. Algún desajuste perdonable de las trompas.



Poco matizado en algunas frases estuvo El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla. Siguiendo en los tradicionalismos, Falla establece un espléndido cuadro costumbrista en tres partes. Desde las seguidillas hasta la jota tienen cabida en esta suite número dos. Imponente y pasando de lo sugerido a lo fortísimo resultó la interpretación de Dudamel y los chavales de los dos continentes. El día de san Juan representa la primera de las danzas, Diághilev incitó a Falla al flamenquismo en la danza de los molineros del segundo movimiento y, para finalizar, el pueblo se suma en la trepidante derrota al Corregidor. Algunos autores cuentan que aquí se fija en Stravinski para crear un estilo propio andaluz. No les falta razón.



Siento una especial predilección por la cultura rusa, así que la segunda parte del concierto despertó en mi un sentir diferente. La Quinta de Piotr Ilich Chaikovski habla del destino, de sus dudas pepertuas y su autocensura. La melodía queda reflejada aquí más que en ninguna de sus otras sinfonías. El segundo movimiento clama al amor, refiriéndose a tres canciones diferentes en sus tres melodías. Lo lírico en el inicio acaba dando pie a lo maestoso al final de la obra. Suena rotundo, apoteósico. Chaikovski narra cada fragmento de su propia existencia en cada una de las tres últimas obras sinfónicas. Es un romántico inseguro, colosal en la orquestación, pero con eternas dudas que le hicieron ser mortal. Para él, la Cuarta sería su mejor composición. Para mí, esta sinfonía tiene un significado muy especial que enlaza con su "Réquiem", que será la Sexta Sinfonía "Patética".



Un sonido desbordante inundó la sala. Dudamel parecía ya recuperado por arte de magia. Ya saben que la Música tiene una capacidad terapeútica. Las propinas de orígen patrio se dieron cita junto al consabido Mambo, de West Side Story, de Leonard Bernstein.



La Simón Bolívar tiene entre sus álbunes musicales dos CD's que les interesará: una Quinta de Chaikovski de nota y una compilación de música "seria" latinoamericana titulada "Fiesta". Todo ello publicado por el sello amarillo Deutsche Grammophon.

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