martes, 8 de diciembre de 2009

Un Mozart a medias y un Lalo deslumbrante




Nuestra Orquesta Nacional propuso el pasado fin de semana un programa doblemente sinfónico y mozartiano: la juvenil número 27 y la madura número 40. La figura central la ocupó Édouard Lalo y su españolista Sinfonía para violín y orquesta, con la atractiva Leticia Moreno arco en mano.

La Sinfonía nº27 está escrita en la tonalidad de sol mayor y pertenece al ciclo de composiciones (sinfonías 22, 23, 24 y 26) elaboradas en el Salzburgo de Colloredo los meses de primavera de 1773. El estilo italiano y su influencia se entrelazan con lo germánico, creando una forma característica. El final haydniano marca un claro ejemplo de las maneras vienesas, fugado al inicio y con ritmo de danza galante en la conclusión.

Pons aplicó la ligereza historicista en el tempo, sutil en las cuerdas y con un fraseo fluido. Por momentos recordaba a la Sinfonía "El Reloj". Bien concebida en su conjunto.


Leticia Moreno tuvo en Maksim Vengerov a su mentor y en el añorado Rostropóvich a un consejero ténico de lujo. Así lo demuestra su sentido de la ejecución, de lo escénico como vehículo canalizador de sensibilidades y de lo músical como arte del oído y del corazón. El autor de Lille compuso sus Concierto para violín y Sinfonía española pensando en nuestro internacional Pablo Sarasate, que las estrenaría en 1874 y 1875, respectivamente. Para Dukas, "la instrumentación en Lalo permanece como modelo incomparable". El colorido rítmico y una armonía distinguida defienen esta pieza, marcada con ataques de arco trepidantes por Moreno. La digitación parece imposible, pero no se le escapa ninguna nota. Ella fue una muestra de belleza instrumental.


Para finalizar, la reconocida Sinfonía nº40 del niño prodigio. La insistente tónica se da cita en la novedosa composición de 1788. Escrita en tonalidad menor en tres de sus movimientos, en sol menor, para ser exactos, en lugar del típico tono mayor hacia la conclusión. El segundo tema del primer movimiento, en Si bemol mayor, con la alternación de cuerdas y vientos resulta incisívamente reiterante. ¡Las tres últimas sinfonías fueron escritas en sólo dos meses!. Antonio Salieri, reivindicado justamente por la Bartoli o Diana Damrau, la estrenó en 1791.

La sección cordófona resultaba menos compacta que en las piezas precedentes. Se había perdido la mágia de Mozart. La entrada inicial de las violas del segundo movimiento, a la que se irán sumando los demás componentes de arco, quedó descompensada. El sonido no fluyó y el trabajado contrapunto dejó de percibirse. Una pena, ya que el concierto resultó en conjunto magnífico.


¿Sabían que al final de la obra no sólo hay un cambio de tonalidad, sino una sucesión de diez de las doce notas sin ornamentaciones? El propio Mozart se anticipó al visionario Arnold Schoenberg.


Para las sinfonías mozartianas tenemos visiones historicistas de Hogwood, Pinnock o Mackerras. También geniales las grabaciones de Suitner, Böhm u Ozawa, con diferentes criterios. Leticia Moreno grabó para el sello VERSO la Sinfonía española, junto a la JONDE y José Luis Temes. Así mismo, figuras como Oistraj o Perlman lo tienen registrado en CD.

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