lunes, 2 de diciembre de 2019

La Filarmónica de Londres, Vladimir Jurowski y dos virtuosas del violín

El director de orquesta Vladimir Jurowski (IMG Artists)

Para continuar conmemorando el 50º aniversario del ciclo de conciertos de Ibermúsica, se invitó en esta ocasión a la Orquesta Filarmónica de Londres y a su director titular desde 2007, Vladimir Jurowski. Para eventos, se escogieron dos Conciertos para violín y orquesta (el de Britten con Vilde Frang y el de Elgar con Nicola Benedetti) y dos sinfonías (la Quinta de Mahler y la número Once de Shostakónich).

Desde el inicio del primero de los Conciertos (27 de noviembre), el dedicado a Britten, Vilde Frang (en sustitución de Arabella Steinbacher), de quien recuerdo una versión de Sibelius absolutamente fantástica, resultó técnicamente impecable aunque su sonido no fuera especialmente llamativo. Jurowski hizo prevalecer en todo momento el equilibro entre las familias de instrumentos y destacó las reminiscencias a Prokófiev y Shostakóvich durante el primero de los tiempos. La cuerda estuvo sinuosa y coordinada, las maderas resultaron acertadas y la percusión destacó por su ímpetu. El segundo de los movimientos vino marcado por un estilo trepidante y claramente rítmico, con ejemplares entradas de los violonchelos y las maderas. La Passaclaglia pudo ser algo tediosa y reiterativa en una estructura barroca en la que prevalecieron las notas graves y los cambios de arco.

Para esta segunda parte del primero de los dos conciertos de los londinenses, Jurowski presentó una lectura muy bien definida y en la que se destacaron los diferentes planos sonoros, de la afamada y muchas veces cinematográfica Quinta Sinfonía de Gustav Mahler. La marcha inicial quedó marcada desde el uso de la trompeta, con algún desajuste en la sección de trompas aunque las cuerdas supieron crear esos clímax mágicos, en este movimiento tan especial, unido a la calidez de las maderas. El segundo tiempo fue absolutamente trepidante, con unas perfectas articulaciones por parte de los cordófonos, en un discurso envolvente con algún uso del rubato y que desembocaría en el reconocido Adagietto. El Rondó-Finale estuvo definido por un tempo apropiado a pesar de algunos sobresaltos de las trompas.

En el concierto del día siguiente (28 de noviembre), Nicola Benedetti se adentró en el homogéneo Concierto para violín y orquesta de Edward Elgar, en el que la agrupación solapó a la virtuosa en esa amalgama orquestal tan del estilo de Dubussy pero con el sentido aristocrático del autor de las Variaciones Enigma. Elgar sonó ampuloso, con esa cuerda que recuerda a la Segunda Sinfonía de Brahms y nos embriaga mostrándonos la campiña británica. En el segundo de los tiempos Benedetti demostró con destreza la amplitud de su arco y una técnica indiscutible aunque no se mostró en un sonido apabullante.

La segunda parte del segundo evento la ocupó la Sinfonía número 11 de Dmitri Shostakóvich, denominada “El Año 1905”, en referencia a la Primera Revolución Rusa, en contra de la dominación Románov. Vladimir Jurowski hace suya esta pieza y se va notando en su manera de indicar y definir la partitura en gestos. Del silencio a la aparición de las dos arpas y la cuerda, el director va dando paso al misterio y al horror que se avecina en un inicio casi gélido. Los planos sonoros y las diferentes entradas estuvieron perfectamente coordinados y el sonido de las tres flautas concibió un punto de esperanza ante cualquier sentido de la opresión en la Historia y ante los que Shostakóvich siempre fue crítico, se apellidaran Hitler o Stalin. La percusión y los metales de esta versión estuvieron esplendidos en cada pasaje, mostrando la furia de las diferentes fuerzas opresoras, durante las sucesivas revoluciones contra la monarquía y recordando que Stalin mandó poner fin a las revueltas del año 56 en Hungría, ya que el pueblo volvía a pedir eso que se llama Libertad.

Shostakóvich fue la voz del pueblo, plasmando cada fragmento de su oprimida vida, proyectando una esperanza, ridiculizando al dictador e ironizando al tirano con marchas burlescas o circenses.

Aún resuenan las campanas finales de la Sinfonía en el Auditorio Nacional de Música de Madrid.