jueves, 10 de octubre de 2019

Salonen, Mahler y la Orquesta Philharmonia




Como bien indica Juan Ángel Vela del Campo, en las notas del programa de mano, “cincuenta años vivió Gustav Mahler y cincuenta años cumple esta nueva temporada el ciclo de conciertos de Ibermúsica”. Para tal evento, qué mejores invitados que la londinense Orquesta Philharmonia y su titular, Esa-Pekka Salonen. El director de orquesta finlandés estuvo al mando de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles antes de que el venezolano de moda, Gustavo Dudamel, tomase posesión de la misma. Titular de la agrupación creada con fines discográficos por Walter Legge después de la Segunda Guerra Mundial y muy vinculada con el sello EMI, Salonen posee una batuta especialmente destinada a realizar una buena lectura de cualquier sinfonía mahleriana. Aquí vinieron al Auditorio Nacional madrileño con la testamentaria Novena.

Este verano estuve en la ciudad de Colonia, escuchando a un compañero y amigo de Salonen llamado Jukka-Pekka Saraste que, salvando las distancias, poseen una claridad y meticulosidad parecidas al enfrentarse a Herr Mahler. Si bien la Orquesta de la Radio de Colonia (WDR) y la Philharmonia de Londres son agrupaciones bien distintas, el uno se subió al podio ante la reconocible Quinta Sinfonía y el otro lo hace ante una compleja Novena Sinfonía. Saraste deja Colonia y Salonen abandonará Londres para encaminarse a San Francisco (2020) y seguir la senda de otro mahleriano, Michael Tilson Thomas.

La despedida es el tema central de esta obra junto con otra composición,  La Canción de la Tierra, en la que el ser humano encuentra un consuelo final en el que Dios está por todas partes y en todas las cosas y el Hombre espera unirse a la Naturaleza consoladora, como apunta el biógrafo y estudioso mahleriano, Henry-Louis de La Grange. Bruno Walter fue el encargado de estrenarla en 1912 junto a la Orquesta Filarmónica de Viena, dejando registrado a finales de los años 30 un indiscutible trabajo discográfico. En el desamor que se deja entrever en una frase que dedica a Alma, escribe Gustav Mahler en su partitura: “Este soy yo y esto es todo lo que sé hacer”.

Desde el silencio la cuerda, las arpas y el metal van tomando sentido, las maderas suenan fabulosamente y el metal se impone contundente. Salonen es analítico al máximo, comedido algunas veces, las tensiones y los cambios rítmicos se ven acentuados, recordando algunas veces al maestro Pierre Boulez. Mahler nos lleva del vals vienés al precipicio, apuntaba el director de orquesta en un periódico. El concertino resultó  muy acertado así como el solista de flauta estuvo más que notable.

El segundo de los movimientos acentúa la ironía y el juego satírico entre los segundos violines, las violas y los violonchelos para sumarse los metales. Salonen impuso un equilibro estructural, logrando una homogeneidad entre las familias instrumentales. El director remarca las disonancias de la obra para después continuar con la armonía sonora. Queda reflejado el paso de la luz a la oscuridad y viceversa. El tercer movimiento, un delirio contrapuntístico para De La Grange, posee uno de mis inicios favoritos y termina de manera colosal.

El último tiempo, el cuarto, pudiera definirse como una despedida, sumergido en la densidad de la cuerda, la melancolía doliente y la disipación de la música (sonido), como si de la vida misma se tratara. Para el director de orquesta Leonard Bernstein, otro mahleriano, la Sinfonía número 9 significaba que el siglo XX era el siglo de la muerte y Mahler era su profeta musical.

La Fe y la Naturaleza mantienen vivo a Gustav Mahler.