martes, 30 de mayo de 2017

Yuri Temirkanov y Leticia Moreno hacen sonar a la Madre Rusia


El pasado lunes, 22 de mayo, tuvo lugar un encuentro interesante y ya constatado en versión discográfica (Deutsche Grammophon) entre la poderosa y vibrante Orquesta Filarmónica de San Petersburgo y su titular desde la época posterior a Evgueni Mravinski, Yuri Temirkanov y la violinista española Leticia Moreno, con una maestría claramente en alza.

Siente Temirkanov una especial afinidad con la música de Shostakóvich, habiendo grabado casi la totalidad de sus sinfonías y sintiéndose especialmente cómodo en la Quinta, Séptima, Décima y Decimotercera. Entre el disco grabado con Moreno y los filarmónicos de San Petersburgo y el concierto comentado han transcurrido tres años para percibir un progreso en la carrera artística de Leticia, un valor en auge formado por Maxim Vengerov y que Juventudes Musicales de Madrid supo impulsar. Contó siempre con el apoyo del mítico violonchelista y director de orquesta ruso, Mstislav Rostropóvich y hace gala de tan bellos recuerdos.

Para interpretar el Primero de los Conciertos para violín y  orquesta, de Shostakóvich hace falta poseer una destreza en el arco sin igual, tener capacidad para el ataque y tener un asombroso sentido del ritmo. En esta obra se dan diferentes estados anímicos que van desde lo humorístico al sentido más amargo del sufrimiento humano. La prolongada estela de Stalin se deja entrever mientras el compositor va variando su percepción en el avance de los movimientos. Si David Oistraj fue un magistral intérprete de la misma junto a Mravinski en la fecha de su estreno, Leticia Moreno supo ser una fiel solista capaz de emocionar y ser toda una virtuosa en el escenario de la Sala Sinfónica del Auditorio madrileño.



El concierto se inició con una de esas piezas típicamente rusas que animan al espectador a que aprecie el precioso arte de la Música. Me refiero a la obertura de la ópera Ruslán y Ludmila, de Mijaíl Glinka, una pieza de un romanticismo sin igual, plagada del folclore caucásico y elementos orientalistas sumados al exquisito conocimiento melódico del compositor. Glinka visitó y se sintió embriagado por nuestro país, al que le dedicó algunas páginas y cuya placa conmemorativa se encuentra en la calle Montera.


El detallismo de Temirkanov hace que uno perciba cómo sus manos parecen poseer diez batutas. Para ello, en la Sinfonía Patética, de Piotr Ílich Chaikovski supo extraer la esencia, los aspectos líricos y los marciales, la poesía interior y el dramatismo final, a modo de Réquiem con conocimiento o no del autor (eso nunca lo sabremos). El fagot inicia desde lo profundo del corazón de Piotr Ílich su camino hacia el despliegue del resto de la orquesta. Con el segundo movimiento queda patente el complejo y empastado sonido de la cuerda del antiguo Leningrado y en el penúltimo de los tiempos, las maderas y metales relucieron. Parece complicado evitar el aplauso ante tan apoteósico y marcial pero merece la pena contener la respiración para sumergirnos en el último tiempo, el más reflexivo y vital. Pocas versiones describen el lamento final como la de Sergiu Celibidache y la Orquesta Filarmónica de Múnich (EMI) aunque Temirkanov contuvo la cadencia de los violonchelos y contrabajos hasta el último instante, segundos antes del aplauso.