domingo, 21 de febrero de 2010

El retorno de Frühbeck


Vuelve el director emérito de la Orquesta Nacional de España, con un programa que le es muy afín: la Misa en do mayor, de Ludwig van Beethoven, y la Quinta sinfonía, de Piotr Ilich Chaikovski.


Contento de reencontrarse con antiguos músicos y conocer a nuevos profesores, hizo mención a los "jóvenes talentosos". "Encuentro a la orquesta en plena forma", aseguraba. En Dresde desempeña los puestos de director titular y artístico, desde 2004. "La sala de conciertos (construida durante la RDA) no vale mucho la pena pero, paradójicamente, da muy buenos resultados en los registros discográficos". Acaba de grabar con su agrupación, para el sello Genuin, el ciclo sinfónico brahmsiano, del que se siente más que satisfecho. En Madrid le escuchamos y dimos fe de ello, como quedó reflejado en el artículo "De Burgos al este de Alemania". Pronto irá a dirigir a Washington la Orquesta Nacional (que dirigiera Rostropóvich), también la Orquesta de la Radio de Berlín y donde quiera que le llamen (RAI de Turín, Sinfónica de Boston...). "La Rundfunk Sinfonieorchester de Berlín hizo bien en hacerme caso y elegir a Marek Janowski como titular", concluyó.

De todos es sabida la anécdota en la que Frühbeck dirigía La consagración de la primavera, de Stravinski. Ante la atenta mirada de los filarmónicos berlineses, se dio cuenta que se había olvidado en el hotel la partitura. Pues bien, la dirigió de memoria ante la insólita mirada de los músicos.

El burgalés rige con un autoritario manejo de la batuta, ensalzando su figura entre giros ampulosos. Las partituras de inicio y final del Romanticismo le van como anillo al dedo, qué duda cabe. Tiende a alargar los tempos para conferir un aporte de mayor dramatismo. El sonido no llega a perderse, mantiene el pulso en todo momento. No es amigo del matiz fácil ni de la acentuación, prefiere crear un melodía rotunda de inspiración germánica.

En Beethoven y su Misa contemplamos el compositor de Bonn a espensas de los Esterházy con una herencia musical tomada de Haydn. Las voces solistas, sin ser excepcionales, contaron con una experimentada Ruth Ziesak y una entregada Monica Groop. Las tesituras masculinas estuvieron definidas por el cavernoso Robert Holl y el mejorable Steve Davislim.

Sin ser la Misa solemne, la escrita en la tonalidad de do mayor posee una estructura netamente clásica. Parece como si fuera una continuación de las últimas Misas haydnianas. El coro mixto contó con momentos de lucidez por parte de la sección masculina y algunos desequilibrios en la femenina.

Chaikovski produce una emoción indescriptible con su Quinta sinfonía. Siempre recuerdo una toma de la película Carnegie Hall, en la que Leopold Stokowski levanta pasiones dirigiéndola. Frühbeck intentó alargar esa sensación a través del segundo y tercer movimientos. El lirismo de esta obra tiene en su melodía el elemento central. Chaikovski elabora unas melodías de una hermosura tal que hasta él mismo parece no quererse dar cuenta. Siente vergüenza de sí mismo, de ese amor imposible plasmado a través de la partitura y del sentimiento. Los cambios de carácter, tempo y humor son propios del Chaikovski más sincero. Con su vals nos hace recordar los inmensos ballets que nos dejó. Su falso final dramático da paso al real final maestoso.

Las idas y venidas de intensidades se encontraron con el freno de algunos violines en los movimientos primero y cuarto. Los violonchelos sonaron algo metálicos y poco empastados. Los metales contaron con desafinados momentos de las trompas y trompetas. Pero el conjunto sonó fantásticamente, a pesar de unos pocos.

Frühbeck se crecía ante la colosal pomposidad de la música. Su público se lo agradeció en pie, con entrega entre aplausos y bravos.

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