El Ciclo de Conciertos de Ibermúsica vuelve a contar con la Orquesta Gewandhaus de Leipzig y su kapellmeister, el director de orquesta letón, Andris Nelsons (Riga, 1978). Para la primera de las citas, la del lunes 22 de mayo, se interpretó la Quinta Sinfonía de Anton Bruckner. Bruckner ha estado muy ligado a esta agrupación, hasta el punto de que Arthur Nikisch estrenara su Séptima Sinfonía. Este concierto sirve para poner de manifiesto que este, denominado, sucesor de Mariss Jansons se está convirtiendo en todo un bruckneriano, como demuestran sus lecturas para el ciclo del sello discográfico Deutsche Grammophon.
Bruckner y la Gewandhaus van unidos en su historia y en su estilo musical. El primero de los movimientos destaca por el uso de los pizzicatos y los cambios rítmicos y melódicos, así como la exposición de los temas. Nelsons plasma el aspecto más místico y vigoroso del autor austríaco. La complejidad de Bruckner es aparente y su densidad queda reflejada al inicio de la obra. Para las entradas de un mayor recogimiento o apoteosis orquestal, Nelsons suelta su batuta, para dirigir con su mano derecha, muy al gusto de los países bálticos y del antiguo bloque soviético.
El segundo movimiento destacó por
el uso del oboe y la perfección y elegancia de la cuerda de la Gewandhaus, al modo vienés de tipo
mahleriano. En algunos pasajes esa masa cordófona podría recordarnos a una
banda sonora de película, totalmente ensamblada. El oboe se unió a la flauta y posteriormente
al clarinete, en unas preciosas combinaciones.
Si la cuerda ya había demostrado
su inigualable potencial., en el tercer movimiento fue a más, junto a un
danzante metal.
Ya en el cuarto de los tiempos, las cuerdas graves se intensificaron en los
violonchelos y contrabajos. Los fragmentos de contemplación y mística se dieron
cita hasta la incursión del sarcástico clarinete. Bruckner tiende a Bach pero
hace que nos percatemos de su legado bramhsiano.
Para la siguiente velada, la del
23 de mayor, se contó con la entregada virtuosa, Baiba Skride, durante el Concierto para violín y orquesta número 1
de Dmitri Shostakóvich.
El principio de la obra comienza oscuro, con los violonchelos y contrabajos,
los fagots son vibrantes y la violinista va construyendo su complejo papel
solista. El arpa es de lo más enigmática y el ambiente sombrío parece espectral
a lo largo del tiempo. Recordamos el registro de la Filarmónica berlinesa con
los mismos solista y director de orquesta. El lirismo del Scherzo nos llevará a
una Passacaglia que se une a la Burlesca. Un solemne inicio de corte bachiano
para llegar al tempestuoso final.
La Quinta Sinfonía de Piotr Ílich Chaikovski se estructuró de manera
correcta en su Andante-Allegro
con anima, en un alarde de poesía y
energía. El solista de trompa hizo una entrada portentosa en el Andante
cantábile, haciéndome recordar la presencia
de Stokowski en la película Carnegie Hall. La cuerda vuelve a ser esencial en
el tercer movimiento, Valse, a modo de un paseo en trineo por la estepa. Para
rematar, Nelsons y los suyos, fueron yendo hacia una intensidad superlativa en
esas progresiones trazadas con sus manos.
Dos
veladas para recordar…