La Orquesta Filarmónica Nacional de
Armenia y Eduard Topchjan tenían preparado un programa (13 de noviembre) que le
hubiera encantado a su anterior director en el podio, Loris Tjeknavorian. En la
primera parte se interpretó el Concierto
para violín y orquesta de Áram Jachaturián y en la segunda, la Sinfonía número 10 de Dmitri
Shostakóvich. Un programa netamente soviético, ahora que se conmemora el
aniversario de la Revolución rusa de 1917.
El dificultoso Concierto para violín y orquesta de Áram
Jachaturián, iba a haber contado con la solista Anush Nikoghosyan pero se sustituyó por motivos personales
por la alemana Sophia Jaffé. De origen berlinés pero residente en Frankfurt,
Jaffé posee una destreza que le viene de familia, ya que sus padres han sido
integrantes de la Deutches-Symphonie Orchester, en tiempos del joven Lorin
Maazel. Uno no puede evitar recordar a David Oistraj con el propio compositor
dirigiendo su obra frente a la Orquesta Sinfónica de la Radio de Moscú o con el
mismísimo Leonid Kogan junto a la Sinfónica de Boston que conducía Pierre
Monteux.
Desde
las grabaciones para el sello ASV, sigo los pasos de la entonces Filarmónica de
Armenia y, ahora, Filarmónica Nacional. El movimiento lento de la solista quedó
engrandecido por su calidad y destreza frente a los rápidos movimientos
extremos, correctamente servidos por los músicos de Ereván. Jachaturián destaca
el colorido de las regiones de la extinta URSS, pone a prueba al solista con
trinos y dinámicas cambiantes y seduce al oyente con melodías cautivadoras. La
versión ofrecida estuvo a muy alto nivel, con un más que correcto fraseo e idea
de la afinación y una sugerente e hipnótica rapidez.
Jaffé
supo agradecer tanto aplauso por parte del público aragonés con una propina
interesante por lo inusual de su interpretación, como es la Aurora, de la Sonata número 5 de Ysaÿe.
La
Décima Sinfonía de Dmitri
Shostakóvich, es una de las mejores de su producción, junto a la Primera, la
Quinta, la Séptima, la Novena y la Décimo tercera. Su segundo movimiento,
Allegro, fue lo mejor de la obra, destacando el uso grupal de la cuerda, la
madera y la percusión. Topchjan posee una idea más debussiana de dirección que
la percutiva manera de Tjeknavorian. Dota a la música de Shostakóvich de un
alma propia. A pesar de las pasiones y sentimientos que en ella quedan
implícitos, la alargada sombra de Stalin y su reciente fallecimiento planeaban
sobre la misma. No obstante, en el Allegretto, encontramos la firma musical del
autor DSCH (re, mi bemol, do y si).
Por
si todo esto no hubiera sido suficiente, como propina nos ofrecieron Topchjan y
los suyos, el delicioso Adagio entre Frigia y Espartaco, del ballet del mismo nombre, de Áram Jachaturián.