El novedoso e
interesante Círculo de Cámara trajo el mismo día electoral, 10 de noviembre de
2019, a la pianista georgiana Elisabeth Leonskaja (Tbilisi, 1945), para
ofrecernos un impetuoso recital dedicado a tres de sus compositores
predilectos: Mozart, Schumann y Schubert.
Leonskaja pertenece a
una importante saga de músicos de la era soviética entre los que se incluyen a
Emil Gilels, David Oistraj y su compañero artístico y genio del teclado,
Sviatoslav Richter, provenientes todos ellos del Conservatorio de Moscú.
El programa se inició
con una Sonata de Mozart, la número
6, denominada Dürnitz por estar
dedicada al barón Thadeus von Dürnitz (1775). Compuesta al modo haydniano y
pareciendo estar escrita en un estilo sencillo y cercano pero que esconde una
mayor enjundia y complejidad. La virtuosa Leonskaja ataca desde un sentido
estricto de la pulsación y el fraseo que va elevándose a medida que avanza la
ejecución. Si en el Allegro me resultó algo desigual y de modo que rozaba
siempre un forte o fortíssimo más propios de Beethoven, en
el Rondeau en Polonaise-Andante estuvo sensacional y el Tema con variaciones se
desarrolló de manera simpática y acentuada.
La segunda de las
piezas de la primera parte del recital, los Estudios
sinfónicos op.13 (1873) de Robert Schumann, podríamos decir que es una
de esas composiciones que sí ubicamos dentro del repertorio de la Leonskaja.
Percutiva en todo momento, poseedora de un sentido del ritmo y del fraseo, se
fue adentrando en las notas del genial autor, haciendo del piano Steinway un
instrumento con las capacidades de una orquesta. Brahms, otro de los autores
bien defendidos por Leonskaja y cuyo Concierto
para piano y orquesta número 2 con Kurt Masur y la Gewandhaus de Leipzig se
encuentra entre mis favoritos, revisó una de las ediciones de estas músicas.
Para la segunda parte
del concierto, se cuenta con Franz
Schubert. Alcanzará su autor el sumun artístico con su última Sonata, la número 21 en si bemol mayor (1828). Elisabeth Leonskaja la hace
propia desde el principio. Parece toda una vida resumida en una sola obra. Los
momentos álgidos y de una mayor nostalgia o pesimismo se funden con maestría.
Encontramos reminiscencias mozartianas hacia el final de la obra y una melodía
que fluye sin cesar. El mismo autor pensaba dedicar sus tres últimas obras para
piano al beethoveniano Hummel. Robert
Schumann describe las composiciones de Schubert como “muy singulares y
diferentes las unas de las otras, con una sencillez en la inventiva y con
oleadas musicales y melodiosas que fluyen página tras página, interrumpidas
aquí y allá por algún remolino más violento, rápidamente calmado”.
Leonskaja se entrega
de manera sabia, rigurosa, contundente. Pudieron faltar algo de lirismo y
de poesía pero no de energía o carácter.
Con aplausos y bravos
finalizó una más que agradable velada, en el marco incomparable creado por el
arquitecto Antonio Palacios.