Dentro de los ciclos musicales de Ibermúsica se decidió
contar por partida doble con la Orquesta Filarmónica de Oslo, en la celebración
de su primer centenario de vida, con el que es su director titular desde la
temporada 2013-2014, el maestro ruso Vasili Petrenko. Conozco a Petrenko desde
que viniera a dirigir a nuestra Orquesta Nacional de España y cuando los lazos
con la Orquesta de Castilla y León se estrecharon y le hicieron ser unos de sus
principales directores invitados. Compagina su actividad al frente de la Real
Orquesta Filarmónica de Liverpool con la de Oslo y, por si esto fuera poco, se
sitúa en el podio de la Joven Orquesta Europea y rige la agrupación legada por
el estupendo Evgueni Svetlanov, en Rusia. Pronto tomará posesión de su cargo
como director de la Royal Philharmonic londinense.
Para esta visita madrileña, Petrenko y los suyos contaron
con el pianista macedonio y amigo personal del director, Simon Trpceski,
experto en interpretar con brío a Chaikovski, Rajmáninov y Prokófiev.
Johannes
Brahms y sus dos Conciertos para piano y
orquesta fueron los elegidos por el virtuoso para cada una de las veladas
musicales, imprimiendo el estilo melancólico que requieren y su especial
dedicatoria a Clara Schumann. Su técnica
es vertiginosa, incisiva y, a veces, algo libre. Trpceski toca alla rusa con una indiscutible capacidad
que no siempre emociona. La orquesta posee un sonido que nos recuerda al
maestro Mariss Jansons, por su cuidadas y empastadas cuerdas y maderas y por
poseer un metal delicado y una percusión certera pero no abrumadora. Petrenko
es detallista y admirador de su escuela nacional, encabezada por Mravinski y
seguida por Temirkanov y Jansons.
No olvidaré nunca la impresión sensacional
que me causó el ciclo de sinfonías de Shostakóvich con Petrenko y los músicos
de Liverpool.
Jean Sibelius es uno de los compositores que por excelencia se
asociaría con la Oslo Filharmonien.
Su Quinta Sinfonía empieza sinuosa,
como una ráfaga de aire fresco a la que se van incorporando los sonidos de la
naturaleza y que pudiera evocar a un Brahms nórdico con ecos de Mahler. Los
pizzicatos sonaron acompasados y los cambios de arco en todo momento fueron
equilibrados. Flamantes fueron las apariciones de las violas y los violines. No
puede uno dejar de acordarse de Paavo Berglund o Kurt Sanderling como
conocedores máximos del autor de Finlandia.
Para el segundo de los eventos, la suite sinfónica Sherezade ocupó la parte final del
concierto. Según Petrenko, es la unión de su país con Europa y Rimski-Kórsakov
se nota que lo disfruta y lo conoce a la perfección. La concertino Elise Batnes
hizo de este poema un viaje emocionante y seductor, con melodías populares
rusas y lleno del colorido de su extensa tradición.