Para celebrar los 50 años de Ibermúsica como difusores y promotores musicales dentro y fuera de la capital, se contó con la Orquesta Filarmónica de la Scala de Milán con Riccardo Chailly al frente, para sus conciertos por nuestro país. Las piezas elegidas fueron las Sinfonías número uno de Beethoven y de Mahler, dos de sus favoritos.
También
soplamos las velas de otro aniversario, el de la creación de esta orquesta
italiana que lleva cuarenta años ofreciendo estupendas grabaciones y eventos
culturales, desde que en 1982 la fundara el añorado Claudio Abbado. Desde 2015,
Riccardo Chailly fue designado como director titular de la misma. Tras la
muerte de Abbado, también se puso al frente de la Orquesta del Festival de
Lucerna.
De la
fructífera colaboración con los milaneses y el sello discográfico DECCA, han
dado lugar a grabaciones de la talla del álbum dedicado a la música de Nino
Rota, en las películas de Federico Fellini, el redescubrimiento de Luigi
Cherubini, un estupendo monográfico sobre Respighi e innumerables registros de
Verdi y Rossini.
Con la
Gewandhaus de Leipzig dejó clara su pasión indagadora para sumergirse en lo que
debería ser el “correcto” Beethoven, interpretándose sin demasiados aditivos ni
florituras. Pone de manifiesto la tradición pero también el cambio que supuso a
todos los niveles, usando los tempos originales. Es como si de un neoclásico se
tratase, en esta Primera Sinfonía.
Muestra una
lectura natural, plena y robusta, marcando los contrastes. El sonido se hace
potente desde una cuidada articulación, avisa con su característica mirada. A
veces, recuerda a Harnoncourt en las entradas instrumentales. No se olvida del
aspecto haydniano del segundo movimiento, con una media sonrisa, gestos
elegantes y el efecto de la sorpresa. El tercer tiempo se va fraguando desde el
motor orquestal, hasta desembocar en el final. Beethoven se hace presente
dejando atrás ese estilo dieciochesco, para anticiparse a la revolución. Chailly
está pendiente del timbal, como si el propio Beethoven estuviera baquetas en
mano.
Si Beethoven
es uno de los compositores con los que Riccardo Chailly se siente más cómodo y
representado, no lo es menos su amado Gustav Mahler. En Ámsterdam, al frente de
la Orquesta del Concertgebouw, lo dejó patente en la fabulosa integral que
realizara para DECCA aunque también en Leipzig registrara la obra en todo su
esplendor.
Afronta su
Mahler de una manera gradual, sin importar tomarse su tiempo. Los clímax van
surgiendo y sucediéndose de forma espontánea y pausada. Posee una cualidad innata
para hacer sentir lo que sucede en el podio, aterciopelado como la Scala
milanesa. Los sonidos del bosque se van dando cita de manera gradual, la cuerda
frasea sin complicaciones y las maderas y los metales aportan esa elegancia del
norte italiano. La percusión parece estar en vilo ante las indicaciones del
maestro Chailly, siempre atento a cada entrada de los solistas y en cuyo
discurrir disfruta tanto o más que ellos. Ningún gesto parece excesivo o
gratuito, todo lo tiene bajo control. Las trompas en pie aportan ese aspecto
teatral y mágico en Mahler, grandilocuente pero profundo.
No hicieron falta propinas después de estas dos piezas colosales. ¿Qué se puede decir después de la Sinfonía Titán de Mahler? Todo quedó bien planteado y perfectamente descrito, desde los ruidos boscosos, el sonido del vals vienés o la canción infantil llevada a marcha fúnebre por los contrabajos y los violonchelos. El final… nos dejó sin palabras.