sábado, 14 de mayo de 2016

Temirkanov o el director de las diez batutas


Al final se optó por la recepción de la Orquesta Filarmónica de la antigua Leningrado, con su director tras la “era Mravinski”, Yuri Temirkanov, en lugar de la Sinfónica de Dallas, que tiene en Jaap van Zweden a su nuevo titular. El repertorio de los rusos de San Petersburgo, no fue otro que el protagonizado por grandes compatriotas del nivel de Rajmáninov, Shostakóvich y Prokófiev. Para tales eventos, se contó con la participación de un buen pianista, como es Andréi Korobeinikov y de un coro español, de la talla del Orfeón Pamplonés.



Para el primero de los dos conciertos que ofrecieron los rusos en Madrid, se contó con la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Serguéi Rajmáninov. Desde el inicio, Korobeinikov se ensambló con la orquesta, sin hacer demasiados alardes de virtuosismo en un continuo fluir de accelerandos y diminuendos. No parecía un solista y una orquesta o viceversa, sino un piano dentro de la agrupación sinfónica. Los momentos lentos incrementaban su valía artística y en los pasajes de mayor énfasis, destacó por una enorme capacidad percutiva pese a estar desligada del sentido del fraseo.

Esta última obra concertante de Rajmáninov, posee la sabiduría acumulada tras una vida dedicada al instrumento del que tantas veces había sido intérprete, homenajeando aquí a su admirado compositor y violinsta, Niccolò Paganini. La obra adquirió tales dimensiones que sería estrenada en el Covent Garden londinense en forma de ballet, utilizando el Capricho número 24, del autor italiano.

Si por algo destaca esta maravillosa obra es por su capacidad dramática y en, cierta medida, también por su virtuosismo global.

Desde el Concurso Scriabin de Moscú en 2004 y el Festival de la Roque d’Antheron, Korobeinikov se ha ido especializando en interpretar autores rusos y del repertorio clásico y romántico europeo.




La segunda parte, la ocupó íntegramente la Sinfonía número 7, llamada Leningrado, de Dmitri Shostakóvich. La rotundidad de la cuerda, la intensidad y precisión de la caja y lo impetuoso del metal, reflejan el dramatismo y poderío de la composición. Por un lado marcan  el asedio de los nazis y según el autor, también el horror de las purgas estalinistas. La obra se debate entre la desolación y el horror y la posibilidad lejana de un futuro mejor. Versión intensa la de Temirkanov y los suyos, en la que se palpaba el acercamiento de las tropas, desde la caja,  y opresión sobre la ciudad que lleva su nombre a cargo de los dictadores de cualquier índole. Por cierto, una fabulosa lectura la suya que quedó registrada hace tiempo por el sello RCA y que volvieron a registrar en 2010, para el sello Signum. En Temirkanov nada es a medias, todo suena apasionado y vigoroso. El director de orquesta prescinde de la batuta porque, según dice, “para qué usarla cuando puedes tener diez batutas trabajando con las manos”.



El segundo de los conciertos, comenzó con el Primer Concierto para violín y orquesta, de Shostakóvich. El solista fue el joven virtuoso ruso Serguéi Dogadin, quien puso destreza y entrega en una compleja obra llena de claroscuros. Toca un soberbio Guadagni de 1765 del que supo extraer sus notas más graves, en algunos momentos de claro lamento. Impecable y dinámico resultó el final de la interpretación del talentoso músico, heredero del legado dejado por David Oistraj, el emblema del arco ruso a quien iba dirigida la composición del mismo.  Tiempos convulsos, de una enorme privación de libertad en la era Zdánov, que hicieron que Shostakóvich radicalizara su pensamiento musical y plasmara la situación histórica y política en un pentagrama.



A Temirkanov le fue encargada la importante tarea de dirigir la reconstrucción, de la banda sonora de la película de Eisenstein, Alexandr Nevski, de Serguéi Prokófiev. Se nota que al director de orquesta le apasiona dirigirlo y para esta ocasión no vino con un Coro ruso, sino que se contó con el capacitado Orfeón Pamplonés, poseedor de un estupendo equilibrio vocal. La voz solista de Olesia Petrova sirvió para representar a la Madre Rusia, en un bello ejercicio de semi-escenificación, saliendo desde el lateral del escenario. Rusia queda representada desde su ocupación de los mongoles y narra la victoria de Nevski sobre los teutones.


Prokófiev representa en esta cantata un importante trabajo que le hará colaborar en otras genialidades de Eisenstein, como El acorazado Potemkin y Octubre.  

miércoles, 4 de mayo de 2016

El kapellmeister Herbert Blomstedt



El Ciclo de Conciertos de Ibermúsica propuso al veterano y entregado director de orquesta, Herbert Blomstedt y a la Orquesta Philharmonia de Londres, para interpretar en dos fechas las bellas partituras de Mozart (Sinfonía número 39) y Beethoven (Pastoral y la Sinfonía número 7) y la conocida como Sinfonía Romántica, la Cuarta, de Anton Bruckner.

Herbert Blomstedt pertenece a una generación de maestros de la batuta que va diluyéndose con el paso del tiempo y que a sus casi noventa años, sigue haciendo giras por el mundo, defendiendo el gran repertorio germánico y nórdico. Americano de nacimiento pero sueco de origen, estudió en Estocolmo y Uppsala, se formó con Ígor Markevich y pasó por diferentes agrupaciones hasta llegar a la Radio Danesa, de la que actualmente es su Director Honorífico. Durante diez años se puso al frente de la Staatskapelle de Dresde (1975-1985), una etapa fructífera que duraría hasta la toma de posesión de su cargo en la Sinfónica de San Francisco. Ahora sigue apareciendo como brillante invitado en otra de las ciudades de la antigua RDA, me refiero a la Gewandhaus de la encantadora Leipzig.

Siempre se ha distanciado de la ópera, aunque su versión de Leonore, que dio paso a Fidelio, de Beethoven, haya sido insuperable. Su ciclo sinfónico schubertiano y su ideal beethoveniano, son dos de los ejemplos clave en su etapa en Dresde. En Leipzig ha fomentado la programación de su querido Anton Bruckner y en San Francisco hizo uno de los mejores ciclos sobre Nielsen que se puedan encontrar en CD, mejor aún que el que realizó en Dinamarca. Richard Strauss y Mendelssohn han sido dos de sus fuertes, con momentos clave, como la celebración que realizó la Gewandhaus  en su aniversario como director y con el apoyo de Thibaudet, para el segundo de los autores, interpretando los conciertos del autor de El sueño de una noche de verano.


Uno de los compactos que representan su impronta mozartiana, es el que realizara junto a Edda Moser (su querida Leonora beethoveniana), en un disco que compila sus arias en concierto, magistralmente desarrollado. Una de las versiones de Peer Gynt, de Grieg, es la suya, con la Sinfónica de San Francisco, en una toma con toda su ornamentación argumental.



Herbert Blomstedt posee un cuidado especial para los matices, suele vérsele dirigir sin usar ni la batuta ni la partitura y marca con elegancia los compases y las diferentes entradas solista. Conoce su repertorio, que sin ser extenso, resalta siempre con detalle y precisión.

Su Beethoven es un referente absoluto, con una musicalidad y una belleza estructural que se palpa. Sacó de los maestros londinenses lo mejor de sí mismos, recordando a una Staatskapelle. Lo comedido del tempo quedaba definido con sabiduría para resolverlo con un ataque o una marcada acentuación. Blomstedt posee un estilo musical definido por el sentido estético y musical. Recuerda su lectura de la Pastoral a aquella frase dicha por Bruno Walter, acerca de que para dirigir esta sinfonía uno tiene que amar la naturaleza. La vida diría yo. Este octogenario, casi nonagenario, posee una soberbia capacidad memorística, una palpable simpatía y una entrega total a la música, los intérpretes y el público.



Si la Pastoral podría tratarse como una obra descriptiva, la Séptima, posee los indicativos suficientes para hacerla una composición magistralmente reflexiva, perfecta en su conjunto y con unas dosis de biográfica.

Su visión de la Sinfonía número 39, de Mozart, se realizó con una filosofía de gran envergadura, definiendo la pieza en un recordatorio haydniano, con enormes dosis de estructuración y enfatizando la frescura de la pieza, sin dejar de lado sus silencios como partes de la obra. El director de orquesta Otmar Suiter, alumno de Clemens Krauss y uno de los genios olvidados de la DDR, hablaba sobre la sensibilidad que transmite esta pieza y su maravillosa musicalidad.

Para dirigir a Bruckner uno tiene que tener la capacidad de entender a Mahler y viceversa. La Cuarta de sus Sinfonías parece una consecuencia lógica del avance que tienen las Sinfonías de Brahms y el peso de la fe y la naturaleza del Hombre.



La Philharmonia de Londres, que esta vez no vino regida por su titular, Esa-Pekka Salonen, se entregó a fondo, con una bella y joven solista de trompa, unos poderosos trombones y el atento fraseo y la musicalidad de las maderas y las cuerdas. La reflexión estuvo al servicio de una música que a veces suena impetuosa, apabullante y vigorosa, pero otras respira paz, armonía campestre y lucidez. Bruckner parece que toca un maravilloso y grandioso órgano, en forma de orquesta sinfónica. Esta es la Romántica, la Cuarta Sinfonía, de un autor que desprende multitud de ideas mientras desarrolla muchas otras.


Ojalá que Blomstedt visite nuestro país con mayor frecuencia. Siempre es un placer inenarrable verlo subido al podio de nuestro madrileño Auditorio Nacional. Por lo pronto, hará su incursión el Festival de los Proms de la BBC, a finales de agosto de este 2016, junto al pianista húngaro Andras Schiff, para interpretar a su cuidado Beethoven, con el apoyo de la Gewandhaus de Leipzig, en un programa que incluirá la Obertura de Leonora (número 2), el Concierto para piano y orquesta número 5 y la Séptima Sinfonía.