miércoles, 9 de diciembre de 2015

Doblete melómano (Eschenbach y Grimaud)


El pasado día 5 de diciembre, asistí a dos conciertos dignos de ser resaltados. Por un lado, acudí con cierta emoción a la propuesta de la Orquesta Nacional de España y Christoph Eschenbach que, primeramente abordarían junto al barítono Matthias Goerne, algunos pasajes operísticos, de Richard Strauss, para continuar, su segunda parte ocupándola íntegramente La Consagración de la Primavera, de Stravinski.

Acostumbrados al Wagner colosal, apoteósico de sus oberturas, pudimos sentirnos en esta ocasión seducidos por las dosis de romanticismo que propusieron la vibrante y potente voz de Goerne, un genial liederista, experto en sacar lo mejor de las páginas de Schubert y Schumann, en donde Eschenbach ejerce, curiosamente, de pianista. Matthias Goerne acaba de dar vida a Wotan, en el Oro del Rin (Das Rheingold), de la Filarmónica de Hong Kong, bajo las órdenes de su titular desde 2012, Jaap van Zweden. Pero lo cierto es que el director invitado por la Nacional y Goerne, se conocían ya desde aquella soberbia lectura de la Sinfonía Lírica, de Zemlinsky, que realizaron junto a Christine Schäfer y la Orquesta de París.

A Goerne le viene su pasión por Wagner de mucho tiempo atrás, cuando grabara algún trabajo de arias germánicas, en las que ya incluyera sus roles en Tannhäuser, de la mano de Manfred Honeck y la Orquesta de la Radio Sueca, para el sello DECCA.



Eschenbach y los profesores de la Orquesta Nacional cuidaron las difíciles dinámicas wagnerianas, se echó de menos algo de continuidad dramatical, Goerne estuvo correcto en todo momento, con una voz bien situada, emitiendo un sonido redondo y con cuerpo, en los preciosos momentos de Tristán e Isolda.

Christoph Eschenbach, famoso por sus dotes al piano y a la batuta, conoce bien la manera compositiva de Ígor Stravinski, demostrándolo en su etapa australiana y al frente de la Orquesta de Filadelfia. Se cuidaron mucho los balances de la Consagración de la Primavera, las dinámicas, el aspecto más primitivo y brutal de la pieza… Sonó redonda. Finalizó la segunda parte del concierto, deseándose más minutos para Stravinski. La Orquesta se sentía realizada y su público se lo agradeció. Volvieron a prevalecer la calidez de las maderas, una cuerda cada vez más interrelacionada, un metal poderoso y una sección de percusión tremendamente contundente. Felicidades a todos los integrantes.

Si este evento finalizó poco antes de las 21.30h, el concierto de Juventudes Musicales de Madrid, atraería a un buen número de melómanos una hora después, seducidos por la pianista Hélène Grimaud y la versión camerística de la Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara, con sede en Múnich. La estructura de este programa se intuía clásica pero no iba a ser del todo convencional. 

Dio inicio con el manido hasta decir basta, Canon, de Pachelbel, introducido por la cuerda en un sentido tremendamente unitario y que reflejaba la conexión de sus participantes germanos.

Grimaud había demostrado su destreza en un álbum ocupado en su totalidad por ese gran compositor barroco llamado Johann Sebastian Bach. Si en este trabajo de Deutsche Grammophon, el Concierto número uno para cuerdas, teclado y continuo BWV 1052, era la Kammerphilharmonie de Bremen la orquesta acompañante, aquí en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional madrileño, se podía palpar a Bach, de la mano de los muniqueses. Noto varios elementos a destacar en Grimaud, que posee una técnica madura, acentúa con mayor energía y sobrecoge en su idea del kantor de Leipzig.



El cómico violinista polaco, Radoslaw Szulc, actuó de brillante maestro de ceremonias y de sobresaliente concertino. En el Concierto número 20 para piano y orquesta, de Wolfgang Amadeus Mozart, brilló Grimaud y el conjunto, engrosado junto al timbal y a las dos trompas (algo altas). Grimaud ya interpretó a modo de directora junto a la agrupación bávara, en la interpretación de los Conciertos números 19 y 23.

Grimaud cosechó gran número de aplausos, agradeciéndolos con una propina que lleva a la emoción: el Andante del Concierto número 2 para piano y orquesta, de Dmitri Shostakóvich.

Tras una breve pero simpática explicación, a manos del maestro Szulc, la Orquesta se puso a interpretar la Sinfonía número 60, “El Distraído”, de Franz Joseph Haydn. Tras el Adagio, se hizo un además de conclusión de la misma, que no fue sino una broma del señor concertino, gracioso en todo momento. Haydn anticipa aquí la recurrencia musical que Mozart desarrollaría.


Fueron en suma, dos conciertos para el recuerdo.