domingo, 23 de mayo de 2010

Un recuperado Leonard Slatkin vuelve a la ONE


Ya sea acompañando a Lang Lang en los conciertos de Chopin o de Chaikovski, el caso es que al californiano Leonard Slatkin (Los Ángeles, 1944) le atrae España y, en concreto, nuestra Orquesta Nacional. El programa de este reencuentro incluyó una pieza de estreno, Nebula, de Juan Manuel Ruiz, la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Serguéi Rajmáninov y la Sinfonía fantástica, de Hector Berlioz.

Este hijo de padre violinista y director de orquesta (Felix Slatkin) y madre violonchelista (Eleanor Allen) conocería a Walter Süsskind, en su etapa estudiantil, para tiempo después convertirse en su asistente, al frente de la Orquesta de Saint-Louis. Pasados los años sería director artístico (1979) y la transformaría en una de las poderosas agrupaciones de Norteamérica. Los sellos discográficos TELARC y RCA han dado buena muestra de ello.

Ha ocupado los podios de la Filarmónica de Nueva Orleans, de la ya mencionada Sinfónica de San Luis (de 1979 hasta 1995), de la Sinfónica Nacional de Washington, de la Sinfónica de la BBC y, desde la temporada 2008-2009, ocupa el puesto de director musical de la Sinfónica de Detroit. Pueden escuchar ya una magnífica Segunda, de Rajmáninov, en NAXOS.

Por si tan jugoso currículum fuera poco, su labor en Misuri se compara a la realizada por Rattle, en Birmingham, y Mariss Jansons, en Oslo. Así, la etapa de Zubin Mehta al frente de la Filarmónica neoyorquina (1978-1991)quedaba ensombrecida por el nuevo color de la revitalizada Sinfónica de San Luis.

Slatkin abandonó, probablemente a raíz de su infarto, sufrido mientras dirigía en Holanda el primero de noviembre de 2009, un festival tan suyo como el de Aspen (Colorado). Ahora encuentra en Detroit su enclave, su lugar en mayúsculas. Madrid le gusta y repite. Resulta gracioso verle disfrutar de unos churros y unas porras con Coca-Cola.
Bastante claro en su manera de entender la partitura, Slatkin marca unas indicaciones que suelen ir un compás por delante. Aún así, el resultado final oscila entre lo bueno y lo notable.


Nebula comenzó entre las escépticas miradas y comentarios variopintos del público. El canario Juan Manuel Ruiz establece con su música los vínculos de lo que él llama un "mundo interior" y un "mundo alrededor". Escrita en 2006, como encargo del Festival de Canarias, narra el proceso creador de una estrella a través de las energías en el espacio y el tiempo. La música fluye entre módulos sonoros, glissandi cordófonos y atmósferas espectrales.

El sonido se perpetúa en reiteradas formas, manteniendo una especie de perpetuum mobile. Alude a elementos primarios, recurre a lo tímbrico y juega con los contrastes y la densidad orquestal. Interesante, sin lugar a dudas. A Slatkin le preocupa la música de su tiempo. El sello NAXOS ha dado ejemplo de ello en grabaciones de composiciones de Joan Tower, William Bolcom, John Adams o Corigliano.


Hace nueve años, Stephen Hough y Leonard Slatkin compartieron el escenario de los BBC Proms londinenses, en el Royal Albert Hall. La pieza, además, coincidía con la que ahora hemos escuchado: la Rapasodia sobre un tema de Paganini, de Serguéi Rajmáninov. La revista Gramophone ha galardonado a Hough nada menos que con siete de sus premios, entre ellos con el Editor's Choice (2004), por su grabación para Hyperion de los conciertos y esta Rapsodia, de Rajmáninov, junto a la Sinfónica de Dallas y Andrew Litton. Hough, equilibrado, mantiene una justa medida de técnica y melodía.

Tras haber compuesto Rajmáninov, en 1926, su Cuarto concierto para piano y orquesta, no escribe absolutamente nada hasta que en 1931 da a conocer una pieza para piano solo. En 1934 estrenaría esta delicia de pseudo-concierto, con la Orquesta de Filadelfia y Leopold Stokowski en el podio, en la ciudad de Baltimore. Lucerna y su Lago de los Cuatro Cantones le sirven de inspiración. Tenía una Villa apodada "Senar" (juego de palabras de Serguéi, Natalia-su esposa- y Rajmáninov). El problema principal lo tuvo en la compleja digitación, hasta el punto de verse incapaz de sentarse al piano e interpretarla.

Sus principales inspiradores son Paganini y sus 24 Caprichos, centrándose en el último de los temas, y el "Dies irae" (usado por Liszt en la Totentanz y Berlioz en la Sinfonía fantástica).

El primero de los temas no deja de ser una presentación, para entre las variaciones números 2 y 6 dar lugar a una melodía y a un tiempo originales, la idea del Dies irae viene en la número 7 y se desarrolla hasta la 10. El amor queda magníficamente representado de la número 11 (a modo de cadencia) a la 18, de la mano del violonchelo y el fagot. La número 12 da lugar a un minué o vals en modo menor y la 13 constituye una especie de vals demoníaco entre la mujer y el diablo. La soledad del piano ante la variación 15 deja claras las posibilidades de Hough. El pizzicato se torna diabólico en el 19, abandonando el Romanticismo del 18 y el rubato del 17. Desde el número 20 hasta el 24 la técnica y el modo scherzando van llevándonos al final de la pieza. Hay momentos en los que recuerda a lo que serán sus Danzas sinfónicas (1940). Slatkin y Hough se compenetraron a las mil maravillas. El pianista hizo gala de su vena compositiva y creadora al instrumento. Paganini cambió aquí su violín por el piano.

Berlioz y su Sinfonía fantástica marcarían un antes y un después en la Historia de la escritura musical. George Solti comentaría su admiración por el autor, diciendo que "fue el primer gran compositor con un talento para la orquestación probablemente superior al puramente musical. Inventó un colorido instrumental absolutamente revolucionario".

Con tan sólo 27 años, y durante el verano de 1830 se estrena su Sinfonía, en París, con François-Antoine Habaneck. Influenciado un mundo de espíritus románticos afines como el Fausto, de Goethe, las Tercera y Sexta de Beethoven y su amor por Shakespeare crea una obra sin igual. Del primer movimiento al tercero pareciera una pieza de amor incondicional dedicada a una bella y desconocida actriz de una compañía teatral shakespeariana: Harriet Smithson (quien acabaría siendo su primera esposa). El segundo de los tiempos, nos lleva al Baile, reflejando el tumulto y la fiesta. Se percibía una falta de ligereza y un toque hermético en Slatkin, carente aquí de lirismo. En la Escena de campo, de aire pastoral (en recuerdo a la Sinfonía de Beethoven) el diálogo entre flautas nos lleva a un ranz de vanches. Los dos últimos movimientos parecen como si hubieran sido compuestos entre visiones producidas por los narcóticos. La Marcha del Cadalso conjuga lo sombrío con lo brillante y en el Sueño en el Aquelarre pareciera que la locura absorbiera el conjunto en medio de tropas fantasmagóricas, hechiceros de pócimas mortíferas y monstruos de temibles rostros. El clarinete en Do y Mi bemol marca el Dies irae.

Los instrumentos estratégicamente situados creaban una atmósfera aún, si cabe, más mágica.

La maestría de Slatkin se hizo notar, por su proverbial memoria y sentido del ritmo. Nos veremos el año próximo.