lunes, 28 de diciembre de 2009

Koopman canta a la Navidad


Los que creemos en los estudios musicológicos y de historicismo instrumental estuvimos de enhorabuena, ya que el creador de la Orquesta Barroca de Ámsterdam se subió al podio de nuestra Orquesta Nacional. Koopman dirigió desde el órgano el acertado Oratorio de Navidad, de Johann Sebastian Bach. Tini Mathot, su adorable esposa, le secundaba desde el segundo de los órganos. Koopman siente aquello que dirige, ya sea con batuta o mediante su hiperactividad gestual.

De las seis cantatas que integran tan sublime composición, se interpretaron las tres primeras. Centradas en el período navideño, una se destina a Año Nuevo, otra se centra en el domingo siguiente y la última refleja la Epifanía. Cada una de las cuales fue interpretada su día correspondiente durante la Navidad de 1734, en las iglesias de santo Tomás y san Nicolás. Dada la extensión y la duración de la misma Bach no fue capaz de ejecutarla en bloque, algo lógico y normal.

Desde el inicio del timbal nos adentramos en una obra solemne, con pasajes en homenaje al elector. Sin contar las partes corales, comprende
cincuenta y un fragmentos, de los cuales podemos destacar: cuatro procedentes del Dramma per musica en honor de la reina, seis de La elección de Hércules y uno de la Cantata congrulatoria in adventum Regis .

El Magnificat y el Oratorio de Navidad han contado siempre con la acogida del gran público, debido a su riqueza melódica, su aparente sencillez y a que despiertan pura poesía.

Ya desde la Pasión de la primera cantata se destaca la visión del Jesús sufridor, en Wie soll ich dich empfangen? (¿Cómo te recibiré?).

Háganse con alguna de las magníficas opciones discográficas: Jacobs, Harnoncourt o Gardiner.

martes, 8 de diciembre de 2009

Un Mozart a medias y un Lalo deslumbrante




Nuestra Orquesta Nacional propuso el pasado fin de semana un programa doblemente sinfónico y mozartiano: la juvenil número 27 y la madura número 40. La figura central la ocupó Édouard Lalo y su españolista Sinfonía para violín y orquesta, con la atractiva Leticia Moreno arco en mano.

La Sinfonía nº27 está escrita en la tonalidad de sol mayor y pertenece al ciclo de composiciones (sinfonías 22, 23, 24 y 26) elaboradas en el Salzburgo de Colloredo los meses de primavera de 1773. El estilo italiano y su influencia se entrelazan con lo germánico, creando una forma característica. El final haydniano marca un claro ejemplo de las maneras vienesas, fugado al inicio y con ritmo de danza galante en la conclusión.

Pons aplicó la ligereza historicista en el tempo, sutil en las cuerdas y con un fraseo fluido. Por momentos recordaba a la Sinfonía "El Reloj". Bien concebida en su conjunto.


Leticia Moreno tuvo en Maksim Vengerov a su mentor y en el añorado Rostropóvich a un consejero ténico de lujo. Así lo demuestra su sentido de la ejecución, de lo escénico como vehículo canalizador de sensibilidades y de lo músical como arte del oído y del corazón. El autor de Lille compuso sus Concierto para violín y Sinfonía española pensando en nuestro internacional Pablo Sarasate, que las estrenaría en 1874 y 1875, respectivamente. Para Dukas, "la instrumentación en Lalo permanece como modelo incomparable". El colorido rítmico y una armonía distinguida defienen esta pieza, marcada con ataques de arco trepidantes por Moreno. La digitación parece imposible, pero no se le escapa ninguna nota. Ella fue una muestra de belleza instrumental.


Para finalizar, la reconocida Sinfonía nº40 del niño prodigio. La insistente tónica se da cita en la novedosa composición de 1788. Escrita en tonalidad menor en tres de sus movimientos, en sol menor, para ser exactos, en lugar del típico tono mayor hacia la conclusión. El segundo tema del primer movimiento, en Si bemol mayor, con la alternación de cuerdas y vientos resulta incisívamente reiterante. ¡Las tres últimas sinfonías fueron escritas en sólo dos meses!. Antonio Salieri, reivindicado justamente por la Bartoli o Diana Damrau, la estrenó en 1791.

La sección cordófona resultaba menos compacta que en las piezas precedentes. Se había perdido la mágia de Mozart. La entrada inicial de las violas del segundo movimiento, a la que se irán sumando los demás componentes de arco, quedó descompensada. El sonido no fluyó y el trabajado contrapunto dejó de percibirse. Una pena, ya que el concierto resultó en conjunto magnífico.


¿Sabían que al final de la obra no sólo hay un cambio de tonalidad, sino una sucesión de diez de las doce notas sin ornamentaciones? El propio Mozart se anticipó al visionario Arnold Schoenberg.


Para las sinfonías mozartianas tenemos visiones historicistas de Hogwood, Pinnock o Mackerras. También geniales las grabaciones de Suitner, Böhm u Ozawa, con diferentes criterios. Leticia Moreno grabó para el sello VERSO la Sinfonía española, junto a la JONDE y José Luis Temes. Así mismo, figuras como Oistraj o Perlman lo tienen registrado en CD.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Una Iberoamérica presidida por Dudamel









Venían desde Lisboa, de haber dejado boquiabiertos a los representantes presidenciales de la cumbre Iberoamericana. Los integrantes de la orquesta formada por músicos de los países participantes (España, en casi un 50%) sorprendían por sus cortas edades y un entusiasmo a flor de piel. Así, la Orquesta Juvenil Iberoamericana fue aclamada desde el inicio por el público de Juventudes Musicales, entregado más que nunca, ante la efervescencia de tanto músico y de tanto nivel. Gustavo Dudamel, la estrella norteamericana del Walt Disney Hall de Los Ángeles heredero de la sabiduría del maestro José Antonio Abreu, subió algo enfermo al podio.



Con la música nacionalista o, mejor dicho, arraigada en la tradición y en los sonidos populares dio comienzo el evento. El apellido Carreño es reconocible no sólo por el Auditorio de Caracas, que lleva su nombre en homenaje a la afamada pianista y compositora del diecinueve Teresa Carreño, sino por el compositor Inocente Carreño. El autor y tío de la excelente músico se caracteriza por una música especialmente plástica, como demuestra La Margariteña. Algunos pasajes resultaban tarareables, otros invitaron a la danza y los englobó a todos ellos el estilo debussiniano. El despliegue instrumental era palpable, con recurrencias animosas y agradables melodías. Rítmicamente estuvo magnífica, en una explosión de colorido. Los pizzicatos coordinados en todo momento, inspiradas arpas y soberbio concertino (de la Simón Bolívar), todo sea dicho. Algún desajuste perdonable de las trompas.



Poco matizado en algunas frases estuvo El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla. Siguiendo en los tradicionalismos, Falla establece un espléndido cuadro costumbrista en tres partes. Desde las seguidillas hasta la jota tienen cabida en esta suite número dos. Imponente y pasando de lo sugerido a lo fortísimo resultó la interpretación de Dudamel y los chavales de los dos continentes. El día de san Juan representa la primera de las danzas, Diághilev incitó a Falla al flamenquismo en la danza de los molineros del segundo movimiento y, para finalizar, el pueblo se suma en la trepidante derrota al Corregidor. Algunos autores cuentan que aquí se fija en Stravinski para crear un estilo propio andaluz. No les falta razón.



Siento una especial predilección por la cultura rusa, así que la segunda parte del concierto despertó en mi un sentir diferente. La Quinta de Piotr Ilich Chaikovski habla del destino, de sus dudas pepertuas y su autocensura. La melodía queda reflejada aquí más que en ninguna de sus otras sinfonías. El segundo movimiento clama al amor, refiriéndose a tres canciones diferentes en sus tres melodías. Lo lírico en el inicio acaba dando pie a lo maestoso al final de la obra. Suena rotundo, apoteósico. Chaikovski narra cada fragmento de su propia existencia en cada una de las tres últimas obras sinfónicas. Es un romántico inseguro, colosal en la orquestación, pero con eternas dudas que le hicieron ser mortal. Para él, la Cuarta sería su mejor composición. Para mí, esta sinfonía tiene un significado muy especial que enlaza con su "Réquiem", que será la Sexta Sinfonía "Patética".



Un sonido desbordante inundó la sala. Dudamel parecía ya recuperado por arte de magia. Ya saben que la Música tiene una capacidad terapeútica. Las propinas de orígen patrio se dieron cita junto al consabido Mambo, de West Side Story, de Leonard Bernstein.



La Simón Bolívar tiene entre sus álbunes musicales dos CD's que les interesará: una Quinta de Chaikovski de nota y una compilación de música "seria" latinoamericana titulada "Fiesta". Todo ello publicado por el sello amarillo Deutsche Grammophon.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

La Turquía rossiniana


Hasta finales del pasado mes de noviembre se representó en el madrileño Teatro Real una de las óperas turcas más sobresalientes y divertidas de Gioachino Rossini, L'italiana in Algeri. La mezzosoprano búlgara Vasselina Kasarova prometía momentos álgidos, como los que se pueden comprobar en sus grabaciones bávaras para SONY-BMG. El público asistente prefirió el segundo reparto, a pesar de contar en el anterior con el veterano y seguro Carlos Chausson (Teddeo). Kasarova defraudó a los que la admiramos por su amplio registro vocal, capacitado para colorear las arias representativas de Haendel, enfrentarse al belcanto más complejo o resolver con soltura el desenfadado sonido de Offenbach.

Rossini logra transformar la ópera seria en bufa desde el inicio, con una soberbia obertura, que valdría por sí sola como una composición de categoría. La instrumentación dialoga en cada momento, como si cantara.
Sorprende la prolífica escritura del compositor, que había compuesto ese mismo año 1813, además, Il Signor Bruschino, Tancredi y Aureliano in Palmira. La Italiana la concluye en tres semanas.

Adorador de la obra mozartiana, vemos claras referencias al de Salzburg en Il Turco in Italia, acercándose al Così fan tutte. Aquí percibimos, quizás, sumejanzas con Le nozze di Fígaro. Queda claro aquello que decía Ionesco del "valor musical del lenguaje".

Con este montaje, del que pude disfrutar de un segundo reparto con categoría de primero, lo simbólico y el tebeo se dieron cita en perfecta armonía con la ópera. Ejemplos como el barco formado por maletas, el cañón o el tigre, adoraban la obra. Joan Font (Comediants) se esmeró en contribuir a dar luz a una música luminosa de por sí, se cuidó el vestuario con esmero y no se recargó en exceso la escena. La botella de chianti hizo reír al público, así como las referencias a la playa.

La coqueta Isabella de Silvia Tro resultaba ágil y dinámica en todo momento, con una pequeña figura que se transformaba en grande vocalmente. Desde el solo de trompa de Lindoro, David Alegret se encontraba en su rol. Lindoro pareciera hecho a medida del tenor lírico-ligero catalán. Ya pude disfrutar de su personal y característica voz en Viena el pasado mes de julio, en una puesta en escena a la rumana, de la Bayerische Staatsoper, de Il Turco in Italia. Alegret estuvo espléndido en Austria y algo más comedido a nivel expresivo en Madrid. El Teddeo de Bordogna completó el dramma giocoso haciéndolo redondo y mereciendo muchos aplausos. Desternillante y excéntrico final de enredo.
La orquesta, a pesar de algunos errores de fraseo, estuvo más que correcta.
Si desean algunas recomendaciones discográficas y fílmicas, apunten: en DVD la de Horne con el Metropolitan de Levine (D.G.) y, en CD, la de Berganza con Varviso (DECCA) o la de Baltsa con Abbado (D.G.). Aunque la que me sigue encantando es la del propio López Cobos, con Jennifer Larmore, Raúl Giménez y Carlos Chausson, en Lausanne (TELDEC).