viernes, 27 de febrero de 2009
Réquiem de Guerra u Oratorio por la Paz
miércoles, 25 de febrero de 2009
Santander, bella tierruca
viernes, 20 de febrero de 2009
El temperamento milanés se apellida Chailly
Para la tarde-noche madrileña de ayer, qué mejor música que la del siempre alegre Mendelssohn. Pese a los clichés contrarios a la aparente facilidad melódica mendelssohniana, he de decir que sigue pareciéndome una especie de "segundo Mozart". Su belleza sonora no tiene porqué verse sumergida en críticas simplistas, ya que la calidad de sus oratorios Elías y Paulus, enraizados con la tradición bachiana, distan del arquetipo de ser fáciles composiciones de un aprendiz. Sus músicas incidentales pueden trasladarnos a parajes de ensueño y las sinfonías llegan a hacernos visitar parajes en la campiña escocesa o de la Italia más apasionada. El dominio de la tecla y del arco le hicieron virtuoso compositor de partituras para dichos instrumentos solistas. Si a ello le sumamos un entorno familiar de lo más intelectual tenemos un resultado sobresaliente. Fanny (su hermana pianista y compositora) y Moses (el abuelo filósofo venerado en toda Alemania a la par que Leibniz) representan el epicentro de los apellidos Mendelssohn y Bartholdy.
Admirador de Abbado y admirado por Karajan, Riccardo Chailly ha cosechado éxitos junto a la Orquesta de la Radio Occidental de Berlín, en la Concertgebouw holandesa, con la Scala milanesa y en la ciudad de Bach y Mendelssohn. De este último se conmemoran los 200 años de su nacimiento, una fecha imposible de olvidar tanto por lo que significó su música como por lo que hizo por redescubrir la de Johann Sebastian Bach, entre otros.
El temperamental y brioso Chailly dio comienzo ante una sala con abundante y deseoso público. La Obertura Trompeta fue dándonos las claves para las magnas segunda y tercera piezas. Un bloque de sonido inundaba el ambiente. Los arcos de la cuerda se alzaban al mismo nivel mientras las maderas y los metales se debatían su espacio. Los vientos en su justo lugar, dando nombre a la composición pero sin estridencias, nutriendo nuestros deseosos oídos que exigían más música. Chailly danzaba desde el principio en el podio, llevado por su pasión.
Lang Lang se atrevió con el Concierto para piano nº1 del hamburgués, que ya conocíamos gracias a la lectura que realizó para el sello D.G. junto a la Sinfónica de Chicago y Daniel Barenboim. El estreno en Múnich, en 1831, no acabó de satisfacer al compositor aunque sí a un público entregado. "Muchas notas y poca música", dijeron unos. La sensibilidad y el virtuosismo de Lang Lang iban como anillo al dedo de esta obra. Las acrobacias del oriental hacían que cada tecla pareciese acariciada. Precisión al servicio de unas sonoridades deliciosamente delicadas.
Mendelssohn recorrió Escocia y el resto de islas británicas. Allí conocería a Sir Walter Scott, quien sería el revisor y corrector de su futura Escocesa. El 30 de agosto de 1829, Mendelssohn visitó el palacio de Holyrood para nutrir su idea de los Highlands sumada a las leyendas poetizadas de Macpherson. "La capilla lateral ha perdido la techumbre y está cubierta de hierba y hiedra, y en su altar desmoronado es donde María fue coronada reina de Escocia. Todo está en ruinas, y a cielo abierto. Creo que he encontrado aquí el inicio de mi Sinfonía escocesa", relataba. Quería reflejar el ambiente de sus brumas pero, como él dice, "esta sinfonía escapa a la medida que yo creía tener". La Gewandhaus la estrenó junto a su autor el 3 de marzo de 1842. En 1847 haría su décima visita anglosajona, en la que entablaría amistad con la reina Victoria y el príncipe Albert. La destinataria de la dedicatoria sería su Majestad. La Filarmónica de Londres hizo mayor aún el éxito alcanzado anteriormente.
A una velocidad de vértigo, sin apenas pausas entre los movimientos -como se indica en la partitura-, Chailly firmó una lectura apasionante. El propio Robert Schumann la recuerda como "un todo estrechamente interrelacionado". Fue el momento álgido de este concierto, a lo que el público respondió con unos merecidísimos aplausos.
Las propinas, plausibles para algunos entre los que no me encuentro, fueron el Andante de la Quinta del compositor de El sueño de una noche de verano y la reiterativa Marcha nupcial, de esta citada composición de título shakespeariano.
miércoles, 18 de febrero de 2009
Qué tres citas melómanas...
Chailly, sucesor de Kurt Masur y Herbert Blomstedt en la Gewandhaus alemana y antecesor de Mariss Jansons en la Royal Concertgebouw holandesa, viene con su energía inquebrantable. Cabe destacarse su idea de Mahler en las sinfonías, las reorquestaciones que el de La canción de la tierra hizo de Schumann y que el italiano grabó en DECCA y su sentido operístico en Rossini o Puccini. Brahms tampoco le es indiferente, como recordará Nelson Freire de su sobrenatural aproximación a los conciertos. Nos hizo saborear a Zemlinsky y redescubrir a Varèse. Es un ciudadano de su tiempo, como queda demuestrado con sus aproximaciones al Berio reorquestador.
Lang Lang ha recalado en Madrid unas cuantas ocasiones, en diferentes ciclos. Le vimos junto a la Nacional con Leonard Slatkin. Chopin ya sabemos que le va como anillo al dedo y Chaikovski resulta apasionante en sus manos. Escucharemos su Mendelssohn, el número uno. Ya lo grabó para el sello amarillo, con la Sinfónica de Chicago y Barenboim en una lectura impactante. Una orquesta del historial de la Gewandhaus (¡más de 250 años!), y que el propio señor Felix llegó a dirigir, se puede permitir el lujo de decir: "Somos los interlocutores ideales de Mendelssohn". Además, podremos escuchar la Escocesa y la Obertura "Trompeta".
No queda ahí la cosa, ya que el viernes (20 de febrero) escucharemos un monográfico Bruckner. Pasamos del número 3 de la sinfonía mendelssohniana al 3 en Bruckner. Rafael Nebot será recordado bajo la estela de la melodía bruckneriana. Esperemos que la inmensidad canora haga su presencia en la Sala Sinfónica de nuestro madrileño Auditorio. La ciudad de Leipzig llega con su contingente de excelentes músicos y tradición compositiva.
La ONE siente por el número 5 una especial predilección el fin de semana que comenzamos en breve. Joaquín Achúcarro, representante del piano en España a pesar de ejercer en Norteamérica, regresa a nuestra orquesta con el Emperador, de Ludwig van Beethoven. Pons, desde el podio, ofrecerá además una lectura de la Quinta mahleriana.
Hasta aquí mis avisos...
jueves, 12 de febrero de 2009
El oratorio superviviente de Vivaldi: Juditha triumphans
El elenco vocal es netamente femenino (19 voces), sumándose a las figuras principales. Judith (dirigente de los judíos), que tras su hermosura oculta un interior despiadado capaz de decapitar a su raptor, Holofernes.
Este fin de semana apto para enamorados (13, 14 y 15 de febrero), acudan al Auditorio Nacional. Viene un experto en la materia: Rinaldo Alessandrini. El reparto de voces es de alto copete: Roberta Invernizzi (Vagans), María Hinojosa (Abra), Sara Mingardo (Halofernes), Laura Polverelli (Juditha) y Marta Infante (Ozias). Pásenlo bien.
miércoles, 11 de febrero de 2009
El Jerusalén soñado por Savall (y por todos)
domingo, 8 de febrero de 2009
Historicismo bien entendido con Minkowski
Marc Minkowski y Les Musiciens du Louvre han enriquecido con aires nuevos las partituras del Barroco germánico (Haendel y -ahora- Bach), el aristocrático y majestuoso repertorio versallesco de Lully y Rameau y, además, han conseguido llegar a Mozart y pasar a reivindicar el lugar que le corresponde a la opereta francesa de Jacques Offenbach.
Con motivo de su visita española, el fagotista transformado en director, ofreció la patriótica y zarista Obertura 1812, de Piotr Ilich Chaikovski, las ilustrativas Danzas sinfónicas de West Side Story, de Leonard Bernstein y la estremecedora Sinfonía nº3, de Henryck Mikolaj Górecki.
"¿Dónde ubicarías el cañón?", me pregunta el maestro, "¿detrás de los segundos violines o del piano?". Al final, Minkowski optó por la que resultó ser la mejor solución, tras el piano.
Las explicaciones del sonriente y animado Minkowski dieron inicio a una mañana dominical (8 de febrero) que comenzó con la pieza descriptiva de Chaikovski, con su inicio chelístico sereno y su desarrollo en ascendente melodía. Los ritadandos que daban pie al danzable trépak añadían un aporte colorista e incisivo a la partitura. Cada frase orquestal parecía perfectamente delimitada y definida por el barroquista director. La Marsellesa, poco chovinista en este caso, se entrelazaba con los ritmos rusos para finalizar con unas perceptibles dosis de campanadas y cañonazos. Napoleón hubo de retirarse. La cuerda no perdió el lirismo a una vertiginosa velocidad. Los "chicos del metal" estuvieron comedidos, pero refinados y vibrantes. La madera coordinada y en perfecta armonía y la percusión colosal.
La suite de Danzas sinfónicas de West Side Story, representa algunas de las secciones del musical llevado a la gran pantalla, con chasquitos de dedos y grito de Mambo al unísono, incluidos. Así, podemos imaginarnos sin letra las idas y venidas de este Romeo y Julieta moderno de la zona oeste neoyorquina, al son de los bailes y peleas mortíferas de los Jets (americanos) contra los Sharks (puertorriqueños). La Orquesta Nacional supo captar el sabor de Broadway desde la primera nota, con un sonido potente y contrastado. Las escenas de amor se dan cita junto a las de baile y las de pelea callejera. Los aplausos impulsivos de una parte importante del público hicieron que Tony muriese antes del llanto desconsolado de María. Se perdió por un instante la magia, aunque el sentido global de la obra quedase hilbanado a las mil maravillas. Algún descuido de las trompetas no hicieron mella en una de las partituras más universales. Minkowski, en su linea de interacción con el público, le hizo partícipe aunándole a gritar: ¡Mambo!.
Los horrores del genocidio nauseabundo y deplorable de la reciente historia del nazismo, dieron lugar en Polonia a una de las masacres más atroces jamás contadas. Con motivo de las escalofriantes vivencias acontecidas en territorio polaco, el compositor y ciudadano de nuestro tiempo Henrick Mikolaj Górecki compuso lo que podríamos traducir como Sinfonía de las canciones de lamento.
A propósito de la sobrecogedora Sinfonía nº3, de Górecki, de su humanismo y su protesta en contra del terror nazi, me gustaría plasmar a continuación unas palabras de su autor: "Muchos de mis familiares murieron en campos de concentración. Tuve un abuelo que estuvo en Dachau y un tío en Auschwitz. Usted sabe las distancias que existen entre alemanes y polacos. Pero Bach fue un alemán también—y Schubert y Strauss-. Todos tienen un lugar en este pequeño mundo. Todo ello queda tras de mi. Pero la Tercera Sinfonía no trata acerca de la Guerra. No es un Dies Irae, es una sinfonía normal de canciones del sufrimiento (lamento)".
Desde el primer movimiento que entona la cuerda de los contrabajos a modo de canon, la orquesta cordófona se irá incrementando sostenida sobre unas cuantas notas musicales. El movimiento pendular, da paso a la voz aguda y penetrante de la soprano ucraniana Olga Pasichnyk. Esta segunda parte del concierto poco tiene que ver con la anterior. Aquí el dolor y el concepto de recogimiento humano y religioso adquieren formas de notas musicales. Las Canciones de Lysa Góra, de la segunda mitad del siglo XV, dan lugar al lacrimógeno segundo movimiento. La sede de la Gestapo en la región de Zakopane retuvo a Helena Wanda Blazusiakówna, de dieciocho años de edad, desde el 25 de septiembre de 1944. Su celda, la número 3, fue testigo del texto que ilustraba Blazusiakówna y que -ahora- traduce clamándolo Pasichnyk. "Madre, no llores, no, la más pura Reina de los Cielos, apóyame siempre. Dios te salve María, llena eres de gracia". Tras el cénit de la obra sinfónica, en el que la niña pide refugio desde su foro interior, el tono folclórico de la región de Opole nutre el último de los tiempos, con el recuerdo que una madre tiene de su hijo.
Górecki simboliza aquello por lo que Polonia es sinónimo de creación en el presente y en el futuro y, a su vez, una recreación de su pasado. Por eso, autores como el universal Chopin y el redescubierto Szymanowski -por Wit y Rattle- comparten patria con las generaciones de los Lutoslawski y Penderecki.
Intenso concierto con bastantes momentos álgidos, con un maestro que mantiene aquello de ser un "todoterreno" y como él suele decir, "un especialista de la no especilización".